El desierto, la aridez y una relación no consentida. Los tres factores que saltan de la pantalla son parte de una propuesta donde los páramos inhóspitos y el rol de la mujer casi todo lo dominan. Con esas postales de fondo muchas veces crudas y pocas veces no tanto, Al desierto, la nueva película de Ulises Rosell, da cuenta de la mala fortuna del personaje de Julia. El rol interpretado por Valentina Bassi sufre un secuestro por parte de un hombre solitario que la obliga a establecer un vínculo forzado que mucho tendrá de supervivencia.
Filmada en Comodoro Rivadavia de manera independiente, la película llegó este último jueves a los cines para ser exhibida localmente luego de su paso por los festivales de San Sebastián, Río de Janeiro y Mar del Plata, acompañada de arduos debates que se sucedían al finalizar la proyección. En definitiva, se trata de una historia que parte desde la problemática del abuso para llegar a un desenlace de múltiples interpretaciones. «Antes que cualquier otra cosa, debo decir que terminar todo el proceso de una producción como esta y llegar a los cines del país con una película independiente te pone deliberadamente feliz. Cuando se terminó todo no lo podía creer y al mismo tiempo comenzó otro período, el de hablar sobre lo bueno que nos pasó al filmarla. Todo lo que generó la película en los festivales a los que fue, previamente a este estreno, habla de mucha diversidad de pensamiento e interpretaciones varias sobre lo que dejó su puesta en pantalla. Eso nos hizo pensar en cómo habían visto la película según los países, sobre todo porque la película no te da respuestas. Si las buscás, no las encontrás», detalla Bassi.
La película toca un tema duro como es el de un secuestro, pero a la vez las imágenes de la Patagonia y su potencia geográfica balancean ese núcleo.
Uno labura con eso, con la contradicción. La película te muestra el mar, el viento salvaje y la vida durísima de los tipos que laburan con el petróleo. La naturaleza en esa parte del país se muestra en un estado duro y bruto, y la película se alimenta de esa crudeza.
A priori, filmar en un espacio tan poco controlado debe haber sido un inconveniente.
Sí, pero a mí me encantó, aunque al principio tenía miedo porque en un solo día se pueden experimentar varios climas. Por eso había un plan A, luego un B, un C y hasta un D para adaptarse a las condiciones meteorológicas. Cuando comenzamos a charlar con Ulises, coincidíamos en que la naturaleza era fundamental para esta película. Hay vientos de una fuerza increíble que no te dejan salir de tu casa, luego para de golpe y en el verano podés achicharrarte. Así que el clima siempre es central.
Ulises es tu marido y vos, como patagónica, conocías bien el lugar. ¿Te propuso enseguida ser la protagonista de la película?
Cuando él me propuso filmar, directamente me fascinó. Vi películas sobre el lugar, pero nunca vi a la Patagonia como fue filmada esta vez, y por eso me gustó tanto mi rol y lo que proponía. Entre el mar y la Cordillera hay 400 kilómetros de nada y si te secuestrasen ahí nadie te encontraría. Cuando se transformó en una propuesta firme a mí me gustó todo. Del personaje de Julia me atraen varias cosas, entre ellas cuando la vida te cambia de golpe. Porque ella se levanta un día y todo es diferente. Se levanta en su cama y luego duerme en una cueva. Era un conflicto que quería actuar y que al mismo tiempo tiene dos tipos de supervivencia: una en la ciudad y otra en el desierto. Me interesaba interpretar ese cambio abrupto porque Julia nunca será la de antes.
¿Y cuánto de todo eso te conectó con tu pasado patagónico?
Muchísimo. Para mí fue como volver a jugar como cuando era chica y pensaba que me iba a volar el viento (risas). Ese era el juego de mi hermana y el mío. Pero el tiempo pasó y me di cuenta de que me volví una burguesa, sobre todo porque pedía por dios que parase el viento. Y bueno, por eso fue como un volver a jugar.
El comienzo de la película se vincula con la temática del abuso, aunque más tarde todo parece cambiar. ¿Fue ese otro incentivo para participar de la película?
Sí, pero fue un aditivo perturbador. Yo no puedo pedir más que eso porque es un ingrediente notable para interpretar. Tanto como actriz y como espectadora, lo que busco es una película que no me deje tranquila, que me genere algo importante, que me haga preguntas. Acá me pasaba todo y por eso le hacía muchas preguntas a Ulises, hasta que entendí que lo que les pasaba a los dos protagonistas era un misterio. Hubo una transformación que fui entendiendo a medida que actuaba, porque la película empieza pareciendo que se trata de una historia de trata, pero luego pega el volantazo y no tiene nada que ver.
Desde ese punto de vista y en una sociedad sensibilizada por la violencia contra las mujeres, ¿no tenés miedo por cómo se puede tomar esa temática?
Vamos a ver (piensa) Creo que cada interpretación es particular y no creo que haya una sola mirada. La película es muy misteriosa y cada manera de verla es valedera. Lo que queda claro es que hay un tránsito entre la supervivencia urbana a la supervivencia salvaje. Ahí, Julia se transforma, se primitiviza. Después ella elige, pero esa es mi interpretación. Esta peli se pregunta por las relaciones humanas y la condición de la mujer en términos culturales. O al menos yo lo veo así.
De todas maneras, Al desierto invita a reflexionar sobre el papel de la mujer en nuestra sociedad.
Claro que invita a pensarlo. Sobre todo porque no cambió mucho de cuando los indios se llevaban a las blancas de trofeo. Es verdad que la película llega en un momento social sensible, aunque me parece que Al desierto habla de otra cosa. El arte, para mí, no tiene que decir lo que está bien o mal, esto sí o no. Tiene que poner en estado de duda a todas las cosas. Yo busco que cada película me genere preguntas. No juzgo a los personajes, pero después y siendo público también me pueden pasar muchas cosas. De todas maneras, siento que es más que bueno que haya cambios sociales con el trato que se les da a las mujeres. «
Un thriller y un drama
Años atrás y seducido por los paisajes de la Patagonia, Ulises Rosell sintió que su próxima película debía filmarse en esa geografía. Como un imperativo del que no quiso escapar, Al Desierto (sucesor de su film de 2012, El etnógrafo) representa su nueva apuesta en la pantalla grande, rodada finalmente en los escenarios que tanto lo habían cautivado: «Esta película nació por mi interés sobre el tema de las cautivas, las mujeres blancas que eran secuestradas por los indios en pleno desierto y que luego se adaptaban a la vida en las tolderías, al punto de que no querían volver a su antigua cotidianidad. Como no iba a poder hacerla por cuestiones económicas, adapté la idea hacia un formato más actual. En ciertos aspectos la vincularía con Átame (Almodóvar), aunque Al desierto va por otro lado. Podemos hablar de un thriller, una road movie y un drama a la vez, donde lo árido y difícil del clima ocupa un primer plano. Es una propuesta abierta a varias interpretaciones, aunque también otros podrán ver una comunión entre los protagonistas», concluye Rosell.
El Incaa y los reclamos de diversidad
La situación del Incaa y la cultura en general son factores que no le pasan desapercibidos a la comunidad artística y Valentina Bassi no es la excepción. «Están pasando cosas raras que se iniciaron con el despido de (Alejandro) Cascetta extitular del Incaa. Quiero ser optimista, pero estoy preocupada por las nuevas políticas del instituto. Sobre todo porque no se trata de un banco y no puede funcionar con criterios meramente económicos. El cine es cultura, empecemos por ahí. El espíritu de la Ley de Cine es el de promover, impulsar y desarrollar diversas miradas. No se trata de una ecuación de rentabilidad. Está muy bien que se atiendan parámetros de distinto orden, pero no se puede renunciar a la diversidad cultural. Al Desierto expresa una manera de ver el cine. Pero se necesitan muchas más. El cine debe expandirse y es un momento durísimo para el sector. Desde el vamos no está el espíritu de promover miradas distintas sino que rige el espíritu de recaudar. Y en términos de Cultura en general, creo que se trata del gobierno que menos le importa la cultura. Si no existe la cultura estarían chochos porque eso no está en su agenda. A mí me formó la cultura de Buenos Aires y no lo olvido, pero hoy tampoco creo que haya que victimizarse porque momentos duros hubo siempre y para todos. Yo voy a seguir trabajando y creo que esa es la forma de resistir», sostiene Bassi.