En el centro del escenario está Evita sobre una cama gigante. Desquiciada, enojada, perdida y bajo los efectos de la morfina grita desde ahí, se enoja, putea, se ríe, se enternece y se vuelve a enojar. Así es como Copi imaginó a principios de los ’70, a aquella Eva Duarte de Perón en sus últimas horas de vida dentro de la casa presidencial. De ese mismo modo, Marcial Di Fonzo la recrea en escena en Eva Perón, la obra que está en cartel en el teatro Cervantes junto a El homosexual o la dificultad de expresarse (ver recuadro)
Eva Perón tuvo su primera puesta en 1971 en el teatro LÉpée de Bois, y llegó a la Argentina por primera vez en 2004 con Marcial Di Fonzo Bo en el papel de Evita. Precisamente Di Fonzo Bo es quien dirige esta nueva versión del texto de Copi, que tiene como protagonista a Benjamín Vicuña con un elenco integrado por Carlos Defeo, Rodolfo de Souza, Hernán Franco, Juan Gil Navarro, Gustavo Liza y Rosario Varela.
En el camarín del Cervantes, Benjamín Vicuña repasa nuevamente el guión de la obra. Su pelo está completamente rubio. El actor se mira al espejo juega con los gestos hasta tanto llegue la hora del ensayo general previo al estreno. «Me encantaría que ya veas la obra», dice mientras acomoda el guión. Está contento pero nervioso, le toca justamente a él protagonizar a la mujer más importante que tuvo la Argentina.
«Es que estos personajes son tremendos», explica Vicuña a Tiempo. «Pero desde lo tremendo se los puede abordar, la obra ofrece la posibilidad de indagar en la historia argentina, en la argentinidad. Tiene un gran vuelo poético y una libertad que posibilita diferentes versiones y lecturas», agrega. «Traté de quedarme con la esencia de Copi, con la marca de esos personajes que se están desangrando», afirma.
Vicuña dice una y otra vez que admira mucho a Evita, que conoce toda su historia y que parte de sus nervios son por el peso de ella, pero que nunca dudó en no ser parte del elenco. «Me considero un ser político y por lo tanto trato de tomar y elegir proyectos que tengan un grado de reflexión o de debate, como esta obra o como una película que hable de os abusos sexuales como lo fue en Los Padecientes», comenta.
¿Qué trabajo interno hiciste para llegar a Evita?
Tengo un gran respeto, cariño y admiración por el personaje histórico pero en este caso, debo disociarlo porque este es un personaje autónomo, libre más vinculado al imaginario de Copi. Durante los ensayos y a lo largo de todo el trabajo, tratamos de ser lo más representativos de esa búsqueda que en realidad es de Copi. Costó esa disociación pero lo fuimos logrando de a poquito porque Evita en este caso sale de la historia y capta su propia personalidad en la obra. De hecho el autor plantea que sea un hombre quien lo haga, es decir que queda claro que hay una distancia y hay una transgresión que le pone potencia al discurso.
¿Cómo lo viviste desde lo actoral?
El ejercicio de construcción del personaje tuvo que ver centralmente con Marcial y con su respetuosa fascinación por el guión. Esta es una obra centralmente de texto pero existe también un desgaste físico gigante que viene de las emociones, con conductas muy marcadas. Hubo un trabajo de investigación porque quería apropiarme del personaje histórico en términos de información, una vez que tuve todo eso en la cabeza, fui a Francia con el resto del elenco trabajando en forma intensa, lo cual es hoy un regalo para todo actor. No es que teníamos que estar acomodando horarios o compatibilizando con otros trabajos, si no que éramos diez actores trabajando juntos para este proyecto.
¿Cuál fue el trabajo que se realizó en Francia?
Allá se hizo la primera lectura y se avanzó bastante en el esqueleto y acá ajustamos detalles y en la recta final.
En ese marco, ¿dónde se centró tu tu trabajo?
Creo que lo busqué desde la sensibilidad, eso me predispone para poder encontrar los disparadores, luego también poner a disposición tu cuerpo para contar una historia, poder desplazarse, postergarse y que aparezca algo. Fue muy bueno tener mucha disponibilidad y humildad a la hora de dejarse dirigir. A veces los actores son traicionados por su propia inteligencia porque prejuzgan un personaje, una forma o algo y es muy difícil correrlos de ahí. Más allá del trabajo siento que tengo humildad para dejarme dirigir y eso hace que pueda encontrar cosas que me sorprenden.
¿Cómo te llevás con ese lado rutinario del teatro?
El teatro que me gusta tiene que ver con ese que en cada función plantea algo especial, algo vivo y hasta algo sagrado. Hay algunos espectáculos en los que podés hacer dos o tres funciones de miércoles a domingo, y hay personajes que pueden entrar en ese formato. Pero hay obras como esta, que son únicas y especiales. Por ahí son dos horas en las que pasan muchas cosas a nivel trabajo. Me gustan más estas puestas, donde hay un desgaste y un compromiso tan grandes que te obligan a pensar temporadas breves.
¿Qué personajes teatrales te marcaron en tu carrera?
Cristian de La Celebración me marcó mucho sobre todo por la temática, fue un personaje muy comprometido, me pasaba de estar en el camarín y que viniera gente a contarme a partir de lo que vio en la obra su experiencia personal. También tengo cierta fascinación con La Gaviota de Chéjov, y la Evita que estoy haciendo ahora siento que me va a marcar, creo que son personajes para dejar la vida.
¿Qué valor tiene esta obra en el teatro estatal?
Hay un interés genuino y una vocación de instalar en la escena nacional, incluso en la coyuntura social y política, temas trascendentes. En este caso, a este autor que estuvo exiliado, darle un lugar en un teatro subvencionado donde las entradas son baratas y en el que hay otro tipo de acceso. Me gustaría mucho que la industria chilena pudiera entender cómo funciona el teatro desde el Estado, con tanto respeto. El Cervantes es maravilloso, un lugar donde trabajan cientos de personas que tiene un gran respeto con las producciones, hay un trabajo coordinado entre las áreas, entre los vestuaristas, el maquillaje, los técnicos. Acá adentro es muy romántico cómo se piensa el trabajo teatral. Es lindo sentir que en este contexto, la posibilidad de hacer teatro sigue más viva que nunca. Para mí esto es un regalo, poder vivir así del teatro, que es un espacio que lo siento como mi casa. Estoy feliz y orgulloso de tener sólo que hacer teatro, uno muchas veces para hacer teatro tiene que tener un par de trabajos más es la primera vez que me pasa que puedo trabajar en una sola cosa. La última vez que hice teatro estaba además grabando Farsantes y era muy difícil. Ahora son otros tiempos y por lo tanto son otros resultados.
Copi en todas sus formas
A 30 años de la muerte de Copi, su obra desembarca en el teatro nacional con diferentes acciones en torno a su obra y su figura. Junto a Eva Perón se presenta El homosexual o la dificultad de expresarse, una obra irreverente y transgresora que aborda entre otras cosas la violencia, la muerte, la resurrección y, de modo totalizador, la transexualidad.
La obra se escribió en 1971 y se presentó en el Teatro de La Cité International con una puesta en escena de Jorge Lavelli con Copi como Mme. Garbo.
Ambas obras de Copi están dirigidas por Marcial Di Fonzo Bo y protagonizadas por Carlos Defeo, Rodolfo de Souza, Hernán Franco, Juan Gil Navarro y Rosario Varela.
La música original es de Etienne Bonhomme, la iluminación de Bruno Marsol y el vestuario de Renata Schussheim.
Evita, una figura que reconvierte en el teatro su valor mítico
El dramaturgo y director Mariano Saba, a partir de su obra, analiza el valor de Evita como figura clave en las artes dramáticas. «A finales de 2010 escribí La Patria fría junto con Andrés Binetti. Alentada por un aire grotesco, la obra narraba la historia de una troupe circense en decadencia, que se veía obligada a disputar un público escaso con el tren solidario de Eva Perón. La llegada inminente del tren de Evita disponía la urgencia de ese microcosmos argentino liderado por Boccati, el reaccionario dueño de la carpa. El tironeo entre la degradada performance y la deserción de espectadores que huían para ir a recibir a aquel mítico tren, revelaba las bajezas más naturalizadas de una irrisoria jerarquía conformada por payaso, domador, funambulista, ex enano y león agonizante. Peripecia tragicómica, lo más positivo que tenía era la duda: muchos leían la obra en forzados términos de peronismo-antiperonismo, cuando en realidad parecía más plausible ver en ella una metáfora caleidoscópica de la argentinidad», afirma Saba. «Es indudable la importancia del rol histórico de Evita en un país desacostumbrado a la generosidad política. Sin embargo, la recurrencia de la figura de Eva en el teatro confirma no tanto su referencia real sino su poder mítico, y por lo tanto, su potencia como elemento de teatralidad. Pongo como ejemplo Nada del amor me produce envidia, de Loza, donde la costurera quedaba entre los fuegos de Eva y Libertad Lamarque. O La máquina idiota, de Bartís, donde la voz de Eva (actriz, por otra parte) redoblaba su dimensión política al ser evocada por una de las actrices del panteón Los ejemplos son muchos y muchos los sentidos que despiertan.
El sentido: ese algo incontrolable, alojado casi siempre en la mirada del espectador. Un elemento inescrutable por el que casi no vale la pena preguntarse. Sobre todo habiendo ese otro sentido por el que sí debería sentirse siempre verdadera intriga. Me refiero al sentido no del que recibe sino del que provee: ¿qué intenta producir la exhibición simbólica de Evita en tal obra, en tal teatro, en tal programación, en tal momento? He ahí una pregunta estimulante: ¿qué decisiones políticas activan determinadas poéticas, aún cuando estas luzcan como autónomas con respecto a las condiciones de producción en que surgen y se desarrollan?».