En la minúscula geografía de un monoambiente en Montevideo, Elida Baldomir resiste a la vejez y a la soledad acompañada de su gata y su pasado. Un pasado que, más allá de las marcas de su cuerpo, se cuela como una presencia omnisciente entre los objetos cotidianos, a los que el ojo de la directora Laura Linares les devuelve la importancia que se les suele negar. Así, escindida entre las dificultades para moverse y la rapidez de su pensamiento, la expresa política y exguerrillera tupamara de casi 80 años transcurre sus días en un mundo y tiempo propios, donde las tareas rutinarias –como bañarse o cumplir con la toma de distintos medicamentos– son apenas distracciones que la traen a la convención del presente. Lejos de esas obligaciones, entre libros desperdigados, ropa que se apila, y las largas siestas que duerme junto a su mascota, la vitalidad de Elida subsiste en los fragmentos de las luchas de su aguerrida juventud.

Para retratar la complejidad de esa historia, Linares decidió instalarse en la casa de la uruguaya para convivir con ella, en un intento por mimetizarse con ese ritmo que la protagonista de Marquetalia sobrelleva en los últimos años de su vida. Pero la película que tendrá el próximo 18 de agosto su estreno en el Gaumont, no es otra más sobre la tercera edad y su alienación: la identidad política de Elida y sus implicancias son un eje diferencial. «El disparador fue una anécdota, o más bien, la rareza o el extrañamiento que sentí al enterarme de que en Montevideo había un geriátrico específico para expresos políticos», cuenta la documentalista. Un dato que aparece al comienzo del film da el contexto: según un informe de 1976 de la Convención Internacional de Juristas con sede en Ginebra, Uruguay fue en ese tiempo el país con mayor cantidad de detenidos por causas políticas de toda Latinoamérica.

«Si bien en la Argentina tenemos una historia análoga, en varias cosas no lo es tanto», sigue Linares. «A grandes rasgos, la diferencia más importante es que acá se optó por el genocidio, y en Uruguay por el encarcelamiento masivo. Si bien vivimos dictaduras más o menos durante la misma época, el modus operandi del ejército fue diferente en los dos países. Aunque en el nuestro hay sobrevivientes, en general cuando surge una historia de tensión o de guerrilla, se está hablando de un desaparecido. En Uruguay se puede tener el testimonio vivo y cotidiano de lo que fue la dictadura, la lucha armada y la cárcel. Por otro lado, está lo que hizo cada sociedad con lo que pasó. Nosotros, con muchísimo orgullo podemos decir que los crímenes fueron juzgados y que muchos de los peores torturadores murieron presos. En Uruguay no hubo proceso de justicia, es decir que conviven los expresos políticos con los represores, que están libres».

Sin embargo, el proyecto que comenzó con la idea de abordar a esos adultos y adultas mayores que también fueron tupamaros y hoy viven en instituciones, cambió para centrarse en Elida. «Ella es una persona libre, si se quiere. De tanto ir al geriátrico empecé a sentir algo de la derrota, y yo no quería contar eso: que alguien después de dar su vida por una causa termina en la derrota. Le quise dar una vuelta de tuerca con Elida como metáfora de la resistencia», explica.

«Cuando la conocí a Elida, fue como un amor a primera vista», cuenta Linares. Ya con distintas experiencias en su haber y un premio Raymundo Gleyzer por su segundo largometraje, Dulce espera (2010), la documentalista inició el rodaje según lo previsto. Pero después de varios viajes a Montevideo, advirtió algo: «El trabajo se venía desenvolviendo con la estructura habitual: filmábamos en la casa de Elida durante el día, a la noche salíamos o nos quedábamos en el hotel. Pero cuando volví, me di cuenta de que ese material no había roto la pared, no tenía ‘corazón’; entonces entendí que tenía que meter las patas en el barro, y le propuse a Elida instalarme en su casa un tiempo. Ella estaba feliz, y dijo que sí».

Haciendo cámara y sonido por su cuenta, y gracias un gran trabajo de montaje, Linares encontró una forma de narración que abre la película a un universo que encuentra la belleza en los detalles aparentemente más nimios: también en los recortes, en el fuera de campo y en una información que no se despliega de forma lineal. «Lo que hizo que tuviéramos empatía es que, si bien a Elida le interesaba el proyecto, ella desde el principio dejó claro que no quería ‘un cuentito rosa’. Y eso es lo que me interesaba, mostrar su historia, pero no como un relato épico».

Más allá de otras imágenes y recursos, la continuidad de Marquetalia se basa en ese «transcurrir desordenado de nuestra convivencia», como define la directora. Elida sueña y se despierta, pide un turno por teléfono y recuerda las estrategias que su mente ponía en juego para estar ausente durante la tortura. O se baña y se viste con dificultad, se recuesta y luego cuenta, triunfal, cómo durante un asalto guerrillero lograron hacerse de un importante armamento. O tal vez, mimando a su gata entre quejas por el dolor de espalda, recrea cómo, en prisión junto a sus compañeros, no había yo, sino un nosotros.

«Los años de la cárcel fueron los más felices de su vida», cuenta Linares. «A pesar del encierro, de que había sido coartada su lucha, y de la tortura y del asesinato de algunos compañeros, había un sentido colectivo. No había miedo a la muerte cuando ella sentía que estaba llenando de sentido su vida. Creo que el miedo aparece cuando no hay un sentido, no digo necesariamente el de la lucha armada, sino un sentido profundo», concluye Linares. «

Marquetalia

Guión y dirección: Laura Linares. Elenco: Elida Baldomir. Estreno: jueves 18 de agosto en cine Gaumont, Av. Rivadavia 1635. Disponible en Cinear Play del viernes 19 al jueves 25 de agosto.