Hace 73 años, el 30 de octubre de 1946, nacía en una familia de artistas (papá cantante lírico y productor cinematográfico, mamá concertista de piano, abuelo violinista y bisabuelo actor) el Negrito, que de chico ya hacia locuras, mostraba la veta expresiva en la sangre y el cuerpo, claro.
El negrito entre travesuras y ocurrencias mutó en Negro, formando una manera de ser, una especie de hippie burlón e ingenioso, que lo llevaron a de grande estar entre los artistas más queridos del ambiente. O no, total no le interesaba, pero el que se lo cruzó, lo quería. Y admiraba. Siempre se manejaba con humor y una risa contagiosa. Nunca poniéndose límites ni tratando de vender algo que no era. Era un artista ecléctico, que se movía por instinto creativo.
“Mi esencia es musical, vengo de familia de músicos y es la base de todo. Actuar es un placer, es un juego fantástico que me encanta o escribir o lo que me salga. Pero en la música es donde soy yo, sufro y lo que más me cuesta, pero lo más difícil es lo que más me gusta, es así”, declaraba Fontova en la última nota que dio a esta diario, con el que colaboró en más de una ocasión. El Negro nos acompañó en la lucha contra el vaciamiento del Grupo 23 por parte de Sergio Szpolski y sus socios, y ya en la etapa cooperativa nos deleitó con su música en la fiesta de fin de año de 2016 y después con ocurrentes columnas. Su generosidad iba de la mano con su talento.
Horacio Fontova era (cuesta aún el verbo en pasado) uno de esos pocos inclasificables. Estudió en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano. En su vida fue cantante, músico, ilustrador, compositor y actor. También fue director de arte, diseñador gráfico e ilustrador de la emblemática revista El Expreso Imaginario en 1976, entre otras publicaciones.
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Comenzó como ilustrador y en la década del ’70 participó de versión local de la comedia musical «Hair» y de «Jesucristo Superstar». Fue partícipe de los primeros años y actuaciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, donde aportaba su histrionismo a las performances de la banda. Artista multifacético, el Negro Fontova ha hecho de todo: televisión, cine, teatro, pintura y más de un libro de cuentos.
En una gira por España en 1995 se sumó a Les Luthiers, como reemplazante de Daniel Rabinovich. En ese momento, para Fontova, fueron tres meses de vivir en un dulce de leche, según sus propias palabras. Fontova había escrito junto Pedro Saborido y Coco Sily una obra de teatro que se llamaba «Trip». Era una obra alocada en la que estaba también la mano Pichón Baldinu, uno de los creadores de De la Guarda, que se iba a presentar en el Paseo la Plaza y que iba a estar dirigida por Hugo Midón.
“Estábamos en casa ultimando detalles y suena el teléfono. Al atender escuché una voz grave que me pedía que le diera una mano. Era Marcos Mundstock, que me contó que le dio un bobazo a Daniel Rabinovich y me pidió que lo reemplace. Casi me caigo de ojete. Le dije esperame, dejame ver. Corté, le conté a Midón y a Pedro y me dijeron: ‘después lo hacemos’. No lo pudimos hacer nunca porque murió Midón. Pero fue una gran experiencia. Era laburar al milímetro. Todo parecía improvisado, pero nada lo era: todo era calculado a la perfección. Hasta pude meter un poco de mi escatología, una locura. Además era todo era un lujo: ir en primera, comer en los mejores lugares e ir a parques de diversiones durante el día, a boludear todos juntos. La pase de puta madre”. recordaba el Negro una de sus tantas andanzas.
El humor, la parodia y el mestizaje de géneros musicales estuvieron presentes en los nueve discos que editó a lo largo de su carrera. Tocó con muchos, porque muchos lo respetaban y lo querían. Lito Vitale, León Gieco, Skay Beilinson, Liliana Herrero, Peteco Carabajal, Liliana Vitale, Daniel Melingo, Daniel Maza, Esteban Morgado y muchos más. Con todos tenía química.
Las canciones del universo de Fontova recorren de los más variados estilos con la naturalidad que él mismo se acercaba a toda expresión artística. Sus shows era un sinrazón, fuera toda lógica, solo disfrute. Decía: “me gusta ir al más puro estado de juego, como el de la niñez”. Y así lo hacía cuando interpretaba «El color de mi tierra», por ejemplo, un show netamente folklórico. O cuando hizo «El affaire Luciana», a partir de supuestos recuerdos de aventuras y desventuras amorosas con mujeres de todo el mundo como excusa para navegar estilos: a una supuesta amante brasileña, le cantaba una de Joao Gilberto; a una peruana, unos valsecitos, a una gringa, jazz; a una tana, unas canzonettas; a una española, unas coplas de García Lorca. También lo apasionaba el tango. “Manejar esa libertad me gusta”, afirmaba.
De tradición familiar peronista, Fontova no tuvo una vida de militancia, sino que siempre estuvo volcado a la sensibilidad artística. “La verdad que no le di mucha bola, fui hippie, y sigo siendo un viejo hippie, siempre tendencioso hacia la izquierda, por una cuestión no individualista, pero en algún momento me sentí por fuera de la política. Hasta que apareció este chabón que se llama Néstor Kirchner, y que a muchos nos cambió la mirada. Para mí este tipo empezó a brillar cuando asumió, y el día que bajo los cuadros de los hijos de puta, me dije : ‘a este le pertenezco’”, nos dijo en aquella última entrevista». “No es momento de disimular si algo no te gusta. Es momento que entre todos tenemos que intentar cambiar las cosas. No es hora de resignarse y seguir tirando. La medias tintas son lo peor, hay que jugársela”, agregaba Fontova.
Desde que Fontova se enteró que Perón tenía un anotador y una lapicera en la mesita de luz, hacía lo mismo. “Es que hay a veces en sueños se juntan criterios que si nos los anotás se te van. Eso puede terminar en una canción, vaya a saber porque” reflexionaba y terminado aquella entrevista.
En nuestra redacción dijo algo que hoy resuena el eco de la guitarra que llevaba en la mano aquel día: “soy medio pudoroso con lo que hice. Me gusta que me quieran, que me saluden o tener 60 mil seguidores en Facebook que me tiren buena onda por ahí como en la calle. Tengo un blog, que se llama Comando Amelia y ahí se destapan los trolls, aparecen como las yarará. Pero con el resto todo bien. Estoy agradecido de la vida que me tocó”.