La radio cumple 100 años y no es cualquier aniversario. Yo he tenido tantas experiencias con ella que cada etapa de mi vida tiene una. De chico, de grande, inclusive ahora mismo me sucede. Creo que una de las experiencias más notables no la conté muchas veces, pero se dio cuando murió mi padre, cuando yo tenía unos diez años. Recuerdo el luto de mi madre, algo muy severo para la época, así que íbamos tres veces por semana al cementerio a llevar flores. Antes las viudas se vestían de negro por lo menos unos tres meses, y eso significaba usar un velo, medias, cartera a tono y todo el negro posible. El color comunicaba el dolor. Unos 90 días más tarde, una de mis tías se dio cuenta de que durante el luto yo iba casi todos los días a escuchar la radio a su casa. Entonces me dijo: «¿Por qué no le decís a tu mamá que ya podrían comenzar a escuchar la radio?».
Así que fui y le pedí a mamá si podía encender el aparato. Me dijo que sí, entonces puse un programa que se llamaba El relámpago, conducido por Jaime Font Saravia. Recuerdo que ese día hicieron un chiste, entonces miré a mi mamá y pude ver que comenzó a reírse, algo tímidamente. Yo consideré que eso fue un milagro. La radio, amigos míos, amigas mías, es un milagro eterno. Más tarde fui conociendo más al medio y pude ver sus cambios y cómo trabajaban sus grandes figuras. Cacho Fontana, Antonio Carrizo Niní Marshall y Juan Carlos Thorry, entre muchísimos otros. Hoy es justo recordar a la radio, pero también a quienes la hicieron grande. «