A María le gusta mucho cocinar. Prepara el tuco «bien tano» que hacía su abuela a la que recuerda cada vez que estira sobre la mesa un mantel con estampas de flores de lavanda, sus preferidas. Amelita llama a sus hijos cuando quiere hacer polenta para que le den consejos. «De chica me echaban de la cocina», cuenta y recuerda que apenas pudo pispear y heredar una receta de empanadas. Una es bien urbana, porteña hasta la médula, y la otra dice que el olor a corral es el que la define porque nació en el campo. Son muy distintas en sus voces, en sus formas de cantar, en sus miradas sobre algunos momentos de la historia y el presente del tango pero están unidas por algo fundamental para el artista: la pasión por hacer y compartir lo que les gusta.
María Graña y Amelita Baltar son dos mujeres apasionadas, intensas, de esas que intentan vivir conscientes de la finitud. Y sí que la viven y la vivieron. Viajaron por el mundo con su música, compartieron escenarios con las más grandes figuras del tango (Osvaldo Pugliese, Astor Piazzolla, Horacio Salgán, Ubaldo De Lío, Roberto Goyeneche, entre muchos otros), y fueron protagonistas de la época dorada de la televisión para la difusión del arte. Ahora sus caminos vuelven a cruzarse y el 20 y el 27 de octubre se subirán juntas al escenario del Tasso.
En su casa, recién mudada, Graña ofrece poner música para acompañar la charla. «Algo que te guste, Amelita», dice pero su colega frena la iniciativa. La situación, dispara la charla.
¿Cómo se vinculan con el silencio?
Amelita Baltar: Soy cantante y me gusta el silencio. Tengo una gran terraza donde escucho y veo a los pájaros, a las palomas. Ese silencio me gusta. Pongo radio y nunca encuentro algo que me guste. Veo noticias, me pongo en la compu, leo. Pero salís a la calle y volvés loca, con la cabeza que explota entonces llegás a tu casa y sentís: «qué bueno el silencio». Ahora, si escucho música, me gusta escucharla a todo lo que da. Escucho los discos que me llegan por la audición de radio (El nuevo rumbo, jueves de 20 a 23 por La 2×4) y tengo que darles una mínima devolución.
María Graña: Yo soy una persona que hago mil cosas a la vez, puedo estar escribiendo, escuchando radio… Ahora no tengo cable y me siento mejor, miro películas, videos, tengo a Sinatra ahí siempre atento y en cualquier momento lo escucho. No extraño la tele porque yo he vivido una época de la televisión maravillosa donde nos respetaban a los artistas, no era todo esto mediático, de gente que se agrede. Me gusta escuchar música. El silencio no convive con mi personalidad. Prefiero el barullo, el ruido. Salgo al balcón y me encanta que pasen los autos y el bocinazo. Nací en pleno Villa Urquiza, un barrio muy tanguero, así que viví de chica eso: jugar en la vereda al elástico, andar en bicicleta. Disfruté de la calle. De vez en cuando paso por mi barrio, por la puerta de mi escuela, la miro, me acuerdo y una lagrimita se me escapa. A mi barrio lo recorro en silencio.
AB: Yo me crié en el campo. Volví a los seis años para ir al colegio pero cada diciembre hasta marzo iba a Santa Fe. Mi ámbito es el campo, los caballos, patos, chivas. Siempre digo que me gustaría irme a vivir lejos de la ciudad pero como soy vaga no volvería más.
Vivieron una época de gloria de la televisión para la difusión de artistas en vivo. ¿Qué recuerdan de ese entonces y cómo funciona hoy esa vidriera?
MG: En Canal 11 estaba el director musical Osvaldo Requena, quien se ocupaba de hacer los arreglos y había una orquesta estable, un director de cámara, un director de piso. Ahora hay tipitos y tipitas que hacen que trabajan de eso pero no saben nada. Todo eso se perdió cuando apareció el cable. Aparecieron al frente de una cámara señoras que se casaron con hombres de dinero y les dieron espacios. Hoy hay artistas de tango muy importantes y si la televisión no tiene un archivo de estos últimos años nos quedamos sin nada. Ya hay un montón de archivos que se han perdido de la televisión en blanco y negro.
AB: Vos veías el programa de Bergara Leumann y era maravilloso, no sólo por los cantantes de tango, sino por toda la gente de la cultura que había. Iba el pintor (Carlos) Alonso, Antonio Seguí… hasta Borges. Era un programa que el que lo veía para ver tango también podía conocer a distintas personas de la cultura. Yo intento hacerlo en la radio. Pongo tangos pero también otras cosas porque si no abrimos la cabeza, los oyentes quieren escuchar siempre «La cumparsita».
Amelita y María se escuchan atentas, se interrumpen, se completan. Hablan de las letras de Discépolo, recitan o cantan algunas frases y elogian la universalidad y contemporaneidad de su mirada. «Era un visionario, un filósofo de la vida», coinciden en describirlo. A Graña la música parece darle vueltas por la cabeza siempre, a cada ratito entona alguna estrofa que refleja sus ideas y Baltar no se queda atrás. Aunque evocan las grandes poesías del tango reconocen que el género se mantuvo vivo, sobre todo, por la danza y por la gran respuesta del público extranjero.
¿Qué pasa hoy con los letristas de tango?
AB Yo creo que hay buenos poetas pero faltan melodistas. Una cosa es ser buen músico y otro melodista.
MG: Faltan letras también. Recuerdo cuando hice un espectáculo invitada por el maestro Mores y luego del ensayo, él empezó a tocar en el piano unas melodías divinas, maravillosas y le pregunté: ¿Por qué no escribió más tangos? «Porque no tengo letristas», respondió. Algo faltaba y yo creo que es la bohemia, el hombre que salía a escribir.
AB: Eso es real porque tampoco pueden escribir como en aquellos tiempos, como el tanguero clásico. Los tangueros no eran tipos que se ocuparan por el avance y por la cultura, entonces un día abrieron la puerta de la casa y se encontraron con una Buenos Aires que les era ajena. ¿Y quién tomó eso? Los músicos que en ese momento eran de «la progresiva» y que después fueron los Del Guercio, Mestre, Charly García. ¿Qué tanguero le escribió a la dictadura? Charly García le escribió. Ningún tanguero tuvo cabeza para escribir algo que le pasaba a su país, a su ciudad. No tuvieron las agallas para escribirle a la dictadura. Cuando yo hice María de Buenos Aires con Piazzolla estos chicos tenían 20 años y después me enteré de que no eran conocidos pero estaban entre el público, nos venían a ver tres, cuatro veces. Por eso los rockeros me quieren tanto. Y Astor estaba atento a todo eso. Él me decía: «El tango ya se murió hace rato, ahora la música urbana es la de estos chicos de ‘la progresiva'». Esos chicos mamaron una Buenos Aires diferente y escribieron sobre ella.
Amelita recuerda cuando una vez cantó «Los Sobrevivientes» de Charly y el público la celebró pensando que era un inédito de Piazzolla. Ella se rió al develar la verdad e invitó a la gente a leer las letras del «rockero». María siempre se encarga de elegir un repertorio que incluya gemas de las grandes voces que brillaron antes que ella como Susy Leiva y Mercedes Simone. En sus diferencias, las que comparten y disfrutan, vuelven a coincidir. La música debe circular, más allá de los géneros para estar viva. «Qué difícil cantar con vos, María», la elogia Amelita y Graña sonríe consciente de su instrumento y le repite a Baltar lo bien que le queda el folklore, su primer amor. Está claro que ellas, a su manera, se entienden.
A pedido de las artistas
¿Cómo se da el encuentro entre las dos?
A. B.: Somos dos mujeres normales que vamos a hacer lo nuestro.
M. G.: ¿Normales?
A. B.: (Risas) Por suerte no, pero vamos a cantar y hacer lo que nos gusta, lo que siempre hemos hecho. Pero tengo que decir que es muy difícil cantar con esta mujer, ¡canta dos tonos más alto que yo! Es la mejor cantante de tango de la argentina. El pianista está haciendo todos los arreglos para que sea una linda sorpresa.
M.G.: Por suerte nosotras tenemos una manera de comunicarnos con el público desde otro lugar por nuestra experiencia, porque hemos vivido otra época, porque hemos viajado y conocido otras necesidades del público. Yo sé que en Buenos Aires, por ejemplo, la gente siempre pide lo mismo. Y siempre les digo que voy a cantar lo que quiero yo, porque sé qué es lo que ellos quieren, son muchos años. «Caserón de tejas» lo voy a cantar toda la vida.
A.B.: Cuando uno dice que hace lo que el público quiere, es mentira. Hace lo que uno quiere, y por suerte es lo que gusta.