Entre las primeras escenas hay una reunión banal entre amigos que culmina en una pelea inexplicablemente violenta. A continuación, se suceden imágenes siniestras de la caza de un animal en unos páramos. Luego, en una clase, adultos jóvenes dan un testimonio y una pregunta de un estudiante se dispara como un dardo ponzoñoso: “Pero, ¿ustedes lo jodían?». Son escenas dispersas, señales anticipatorias que funcionan como metáforas, como presagios o como reminiscencias de un pasado que se supone ominoso.
Finalmente la película parece encontrar el punto de partida y se enfoca en dos amigos: Pablo (Pablo Saldías ) y Rodrigo (Rodrigo Torres) deciden intempestiva y enigmáticamente realizar un viaje en camioneta hacia Ensenada. No es un viaje de placer, eso queda claro. Más bien parece una vieja deuda, largamente pensada que está relacionada con la búsqueda de algo o de alguien.
Los guionistas Anahí Berneri y De Couter -dupla que supo emocionar con la brillante y premiada Alanis- demoran en revelar la verdad: Pablo y Rodrigo no son actores. Y sí lo son, se interpretan a sí mismos en una película de ficción donde recorren más de 1000 kilómetros para encontrar al compañero de clase que les disparó cuando eran adolescentes y sesgó la vida de otros tres compañeros de estudios. El espectador cae en la cuenta que se trata de la masacre en la escuela «Islas Malvinas» que en el 2004 hizo conocida en todo el mundo a Carmen de Patagones.
Como todos los viajes, el de Pablo y Rodrigo, termina siendo un viaje al interior de sí mismos. Pero no solo al pasado más oscuro sino también un retorno jovial y tardío a esa adolescencia que no vivieron porque una mañana, la juventud quedó trunca para siempre. Es también un viaje sobre mostrar o no las heridas: las literales sobre el cuerpo y las otras que quedan marcadas a fuego. Y una ficción donde nada es lo que parece porque, como en un espejo invertido, quien parece más conciliador y dispuesto al olvido imposible es el que tiene más sed de venganza. Y el que se presume más violento es el que simplemente busca explicaciones a aquello que no tiene respuestas ni redención posibles.
Van De Couter hace una propuesta arriesgada donde pone en juego los límites éticos y estéticos y el interrogante clásico acerca de la posibilidad de salvación del arte frente a la aporía de ciertas tragedias. Una película sobre la imposibilidad del castigo o del perdón humanos y las consecuencias de la impiedad y de la violencia. Hacia el final, como en una novela de Ross McDonald, el drama amenaza con repetirse otra vez y como en aquel del 2004 solo hay víctimas.