Antes de ingresar al Teatro Gran Rivadavia, reinaugurado en 2015, un padre charla con su hijo y le cuenta, con lujo de detalles, la primera vez que escuchó The Wall y cómo un disco lo marcó para siempre. “Ese álbum doble es la perfección musical, es una historia mágicamente contada”, le dice, quizás, por enésima vez en su vida mientras el receptor sonríe al escuchar esos detalles una vez más. En noviembre, cuando se cumplan los 40 años del lanzamiento del duodécimo disco más vendido de la historia – Dark Side of The Moon está segundo, sólo por debajo de Thriller– seguramente le recordará esa charla que se dio en la previa del recital que brindó este último sábado The End, que es mucho más que una banda tributo a Pink Floyd: es un conjunto que logra mantener la estética y la esencia de la mítica banda inglesa.
Con más de 28 años de carrera, The End ganó prestigio a nivel internacional por su forma de homenajear a Pink Floyd al interpretar sus canciones. Luego de sus últimas giras en el país en las que realizaron repertorios variados, llegaron a Capital Federal para retratar la vida de una ficticia estrella de rock en decadencia que padece la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, el abuso de sus profesores durante la escuela, la sobreprotección de su madre, la adicción a las drogas, el fracaso de su matrimonio y su autoaislamiento, con el gran símbolo del Muro blanco. Más allá de lo virtuoso de sus músicos y de su cantante –Gorgui Moffat– el éxito de The End radica en el arte de la preparación de las escenas, la forma de actuar de sus protagonistas, el vestuario (con muchos detalles del arte del disco y de la película homónima que se hizo en base al disco) y la recreación, perfecta y precisa, de cada uno de los 26 temas que componen los dos discos conceptuales que forman The Wall.
Para este prolijo recital de dos horas la banda se amoldó perfectamente a su historia con un trabajo en conjunto armonioso, que incluyó mucho trabajo de los acomodadores que constantemente reestructuraban los bloques que conformaban el muro, que también servía como pantalla para el show. La claridad de su guitarrista para intentar emular el talento de David Gilmour, los clásicos acordes de Pink Floyd que repitió su bajista para que los presentes cierren los ojos y piensen que el músico es Roger Waters o la potencia del baterista para acompañar a lo Nick Mason hicieron un ensamble perfecto que acompañó la destreza de Moffat para cantar, en compañía del trío femenino en los coros. A diferencia de otras presentaciones, esta vez The End no contó con la presencia de la reconocida cantante Durga McBroom, excorista de Pink Floyd y renombrada mundialmente por su voz en The Great gig in theSky, quien vino a acompañar a la banda en dos de sus recitales en el Gran Rex, ni tampoco de Guy Pratt (bajista) y Jon Carin (tecladista), quienes también acompañaron a la banda en otras presentaciones. Sin ellos, igualmente, la potencia de The End se hizo sentir.
Tras la ovación del público que colmó el Teatro Gran Rivadavia luego de Outside The Wall, el último tema del disco, la banda decidió cerrar el recital con un tema que no está en el mítico álbum para que la gente pueda irse “con un tema un poco más alegre” y con parte de la historia grande de Pink Floyd. “Gracias, por sus coros, por sus aplausos y por todo el acompañamiento de tantos años. Nos vamos a ir con un tema que me parece que se lo saben muy bien y que quizás no tenga que cantar tanto”, dijo Moffat. Acto seguido, ya con todos los músicos y los actores en el escenario, y con el Muro caído, el guitarrista empezó a entonar los clásicos acordes de «Wish you Where Here» y el cantante pidió a los presentes que lo canten a capela. Así, a pura emoción, cantos y recuerdos de juventud, The End reunió generaciones y dejó más viva que nunca la esencia de Pink Floyd.
-The End. Sábado 21 de septiembre en Teatro Gran Rivadavia.