En medio de la tragedia del avión del equipo brasileño Chapecoense, el film de Eastwood podrá ser leído en aspectos acaso no esperados, especialmente en el que tiene que ver con el papel de las líneas aéreas en los accidentes aéreos, el rol de los agentes reguladores, en las diferentes capacidades de respuesta que los sistemas permiten a los individuos y hasta las diferentes capacidades de respuesta de los individuos.
Nada de eso desmerece el que acaso sea el principal objetivo de Eastwood: un enfoque original sobre el factor humano. Como lo viene haciendo desde hace más de 30 años, sea en su amado western o en el thriller, en la comedia romántica o en el drama, lo que al gran director norteamericano le parece preocupar es que la tecnología es maravillosa, pero el factor humano lo es más.
Sully cuenta la historia del avión que en 2009 aterrizó en el río Hudson frente a la mismísima Manhattan con más de 200 pasajeros a bordo debido a que sus dos motores quedaron inutilizados por ser cruzados por una manada de pájaros a poco de levantar vuelo. Aterrizó ahí por decisión del capitán de la nave, Chesley Sully Sullenberger, que evaluó a la mayor velocidad que pudo la mayor cantidad de variables en juego y decidió que esa era la opción más acertada para cumplir con su principal objetivo cada vez que se ponía al mando de una nave: que al descender los pasajeros estuvieran a salvo; por detrás de eso, todo lo demás, en especial la integridad del avión.
El film arranca con los cuestionamientos que le hacen a su maniobra autoridades estatales en materia de aviación comercial y responsables de la línea aérea. Ellos dicen que se podía haber tomado una decisión mejor. Para sostenerlo se basan fundamentalmente en las simulaciones de la situación que hicieron a través de computadoras.
Y el genial Tom Hank (al que parece que ningún papel que implique representar a una buena persona le resulte imposible de hacer), duda. Por algo que le dicen durante esas conversaciones cuestionadoras, duda de que la decisión que finalmente tomó haya sido la mejor. Y en ese juego entre la decisión que depende del factor humano y de la decisión ideal se juega el espíritu del film.
Sin recargar las tintas ni exponer abiertamente los dilemas -un sello de fábrica de su cine-, Eastwood va construyendo el sentido de la trama: nos hemos convencido de que la tecnología no se equivoca, que no le podemos discutir los resultados a los que llega, de que debido a que puede realizar cálculos a la velocidad de la luz es capaz de organizar nuestra vida y hasta nuestra existencia de una manera a la que nunca al especie humana igualará; que por eso sus decisiones son siempre mejores que las nuestras, incluso cuando haberla tomada y ejecutado haya salvado la vida de todas las personas, que después de todo es para eso que se dice que es importante tecnologizar cada vez más nuestra cotidianidad, para estar más sanos y salvos.
Que el hecho haya ocurrido en 2009, cuando YouTube, la gran revolución dentro de la revolución de Internet daba sus primeros grandes pasos, y que Eastwood lo tome en este 2016, cuando por el uso de la tecnología hasta se cuestiona la elección del nuevo flamante presidente de su país, de azaroso tiene poco. Así como hacia fin del siglo pasado advirtió sobre el problema de declarar obsoletos a los viejos -Space Cowboys (Jinetes del Espacio)-, con una película que puede considerarse menor, advierte que el problema no es la tecnología sino la actitud dependiente y hasta de dejadez que los seres humanos están tomando hacia ella en esta era digital. Porque el humano tecnología tuvo siempre.
Ni siquiera podría concebirse la especie sin su capacidad para tecnologizar una rama de árbol hasta convertirla en arma, sin la invención de la rueda y demás. Pero nunca había descansado en ella como en la actualidad, nunca había amoldado su vida a ella. Y no lo hace precisamente para trabajar menos porque trabaja más que nunca, sino que lo hace para que tome las grandes decisiones, esas que por su magnitud y profundidad son pasibles de generar dolor. Mucho dolor.
En la figura del capitán inmortalizado por Hanks, Eastwood advierte que no puede ser que por renunciar al dolor -el que por sentirlo y procesarlo ha permitido buena parte de nuestros logros como especie-, renunciemos a la posibilidad de manejar nuestro destino. Renunciemos, en definitiva, nada más y nada menos, que a la libertad.
Sully: Hazaña en el Hudson (Sully. Estados Unidos/2016). Dirección: Clint Eastwood. Con: Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney, Valerie Mahaffey, Delphi Harrington, Mike O’Malley, Jamey Sheridan, Anna Gunn, Holt McCallany y Ahmed Lucan. Guión: Todd Komarnicki (basado en el libro Highest Duty, de Chesley Sully Sullenberger y Jeffrey Zaslow). 96 minutos. Apta para mayores de 13 años.
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