Concluyó la primera parte de la primera temporada de Star Trek: Discovery, un nuevo título de la franquicia que con más de 50 años sigue cautivando a multitudes en el planeta, y que a ciencia cierta, nadie sabe bien por qué. Se puede argumentar en su favor que mantiene el espíritu de conquista del espacio que le dio origen allá por mediados del siglo pasado. También la gran creatividad de sus guionistas, hombres y mujeres embebidos en la prolífica producción de ciencia ficción del siglo XX., que no paran de pergeñar historias y situaciones atrapantes. Y por supuesto que su diseño de arte no está a la zaga de esas virtudes: hay ahí un prodigio de imaginación bastante antes que Stars War fuera una idea de George Lucas.
Aquí la historia sucede diez años antes de la aparición de la Enterprise. Pero no por eso puede decirse que se trata de un precuela. Al menos no en el sentido estricto. Se ha contado tanto a partir de la trama originaria, que si trata de una secuela o precuela no tiene tanta relevancia. Lo que importa es que cuente algo relacionado con el mundo trekker. Y en eso Discovery no falla.
Todo eso sigue milagrosamente en pie. Porque si un milagro es el éxito de una excepción, entonces sin dudas Star Trek lo es. Y ese milagro tal vez haya que buscarlo en su apuesta por lo humano más allá de toda evolución tecnológica, más allá de todo los cruces con especies que en principio son superiores. Y lo hace a partir de apostar a sus partes más nobles y sus ideas más alocadas: la de la colaboración, la tolerancia, la idea de que lo desconocido es oportunidad de un mundo mejor antes que peligro. Star Trek es una serie que alimenta la autoestima humana, esa especie que surgió más a partir del milagro de la excepción que de la lógica que indicarían el curso de los acontecimientos y los parámetros en los que se mueve la evolución.
Discovery no desentona para nada con esa concepción. Por el contrario, la lleva, si bien no a un nuevo estadío, sí a un nuevo lugar en el espacio, algo novedoso y que, como pocas veces, juega tanto con el pasado como el futuro, o con la idea de un tiempo en la que lo único que parece haber es presente. Y en ese presente lo que hay es una subordinada (Sonequa Martin-Green, antes en The Walking Dead) que se insubordina con razón, aunque eso no basta para lograr el éxito de la misión, y menos para mantener la paz. De ahí en más, una aventura en la que el perdón vale tanto como la inteligencia, y la lealtad siempre incluye el riesgo de la traición: el bien superior es la especie, antes que el compañero de ruta.