El estreno estaba a la vuelta de la esquina. Ya se respiraba el nerviosismo que alimenta todo gran debut, pero llegó la segunda ola de coronavirus y ese vértigo y entusiasmo debió ponerse en pausa. Así las cosas, volvieron a los ensayos por Zoom y a cruzar los dedos para que el tan deseado reencuentro con el público no se transformara en una utopía. Y cuando el desánimo amenazaba con ganar sus emociones, los casos empezaron a bajar, la campaña de vacunación se aceleró y finalmente se habilitó la reapertura de los teatros. Soledad Silveyra y Verónica Llinás estrenaron este viernes Locas de remate y difícilmente podrían estar más contentas.

Se trata de una combinación de talentos potentes, que por primera vez comparten un escenario. La dirección corre por cuenta de Manuel González Gil, un profesional con un caudaloso currículum de obras y adaptaciones. El texto se mete de lleno en los vínculos de sangre a través de la historia del reencuentro de dos hermanas que vuelven a verse las caras luego de 20 años, cuando una pierde todo lo que tiene. La idea de superar el pasado para poder tener un futuro sobrevuela toda la obra mientras echa luz sobre la complejidad de las relaciones familiares.

“El proyecto fue mutando y la incorporación de Solita fue determinante. Creo que tanto ensayo y una sala tan linda como el Astral suman mucho. En un principio me costó asimilar la obra. Es muy disparatada y absurda, es difícil de actuar y de hacerla de forma verosímil. Pero tiene algo que me interesa mucho: habla de la mente humana, se mete con la locura y las relaciones familiares intrincadas. Creo que por eso la gente se emociona y se identifica. Además, tiene humor negro, pero no te deja un mensaje pesimista. Creo que con mucho trabajo la adaptamos a la idiosincrasia de los argentinos y le encontramos la vuelta”, cuenta  Llinás.

Silveyra también señala que el libro original –El reencuentro, del español Ramón Paso– le impuso algunos sobresaltos: “Cuando leí la obra me asusté. Me pareció que encontrarle el punto para que funcione sería muy difícil. Tiene algo de grotesco, un perfil que Verónica maneja como los dioses y que a mí me cuesta un poco. Pero siempre confié mucho en ella y la manera que tiene de trabajar, a pesar de que somos totalmente diferentes. Que estuviera Verónica hizo también que me animara a afrontar este reto. Me costó, pero creo que fuimos encontrando la manera de que funcione”.

–¿Fue difícil lograr el equilibrio para que la obra se desarrolle de la mejor manera?

Soledad Silveyra: –No fue fácil al empezar a trabajar juntas. Hubo desencuentros. Manuel (González Gil, el director) tuvo que lidiar con dos actrices muy hinchapelotas porque a nosotras nos gusta buscar nuestra verdad. Él nos mostró el camino para encontrar lo verosímil en algo tan desopilante. Nunca un director me dijo cosas más horribles que Manuel, me retó mucho. Es algo entre hermoso y doloroso, que te permite mejorar. Pero transitamos un proceso creativo maravilloso. Pasás por todas la sensaciones y termina haciéndote mejor persona. Hay que tener una gran conciencia del ego, para cuidarlo y para que no te destruya. Entre las risas y la emoción pudimos avanzar.

Verónica Llinás: –Me encanta Solita como actriz y me parece que está haciendo un trabajo excelente. Siempre la respeté. Sabía que la obra iba a costar. Hacer una obra no es solo cuestión de saberse la letra. No es soplar y hacer botellas. Actuar demanda un montón de trabajo externo e interno. Somos mujeres fuertes. Muy perfeccionistas. Somos quisquillosas y ambas debemos estar completamente convencidas de lo que hacemos. La risa y el escenario siempre son terrenos difíciles. Hay que trabajar con el propio ego. Trabajar con la escucha del otro. Es todo un aprendizaje, sin dudas. Somos mujeres fuertes y bastantes neuróticas las dos. Pero también fue enriquecedor aprender a trabajar juntas para sacar adelante un proyecto que nos encanta.

–Más allá de todo, esta historia de hermanas apunta a hacer reír. Algo que en estos tiempos cotiza en alza.

VLl: –Sí, obvio. Por eso demanda mucho trabajo. La comedia es un mecanismo de relojería: hay que respetar mucho los tiempos. La precisión con la que se dice cada palabra es clave para que las cosas funcionen como tienen que funcionar. Hay que ensayar, hay que pensar cómo. A veces no se encuentra la vuelta y hay que seguir buscando. Y después todo se termina completando con el público. El que pone el orden de las cosas es el público.

SS: –La risa de la gente puede ser lo mejor y lo peor para un actor. Las dos tenemos una conciencia enorme de eso. Por eso cuidamos nuestros silencios y nuestras pausas. El timing es clave. Somos dos actrices con experiencia y buscamos lo mejor para la obra, conociendo que dependemos de ese jugador clave que es la platea.

VLl: –En la comedia la respuesta es inmediata. Por eso una tiene que estar pendiente e incorporarla. En un drama a la gente no la escuchás, no sabés si le está gustando o no. La comedia y la risa son un espacio diferente.

-¿La locura de estas hermanas es la locura de todos?

VLl: –La pandemia nos enfrentó a la inmensidad de nuestra mente y nuestras propias cuotas de locura. Somos seres complejos. Si uno rasca, ninguna familia es normal. Nadie está exento de una cuota de locura. La obra pone en evidencia algunas de las tantas, pero va a generar una identificación inevitable.

SS: –Esta obra incluye un gran cambio en los personajes a medida que la historia avanza. Es un arco narrativo muy interesante. Creo que el público se va a emocionar más allá de que se va a reír mucho.

–¿Sufrieron la pandemia? ¿Las afectó?

SS: –No sé si me afectó. Lo que sé es que cuando termine la primera función voy a llorar (NdelR: la entrevista se realizó antes del estreno del viernes). Como cuando el año pasado fui a ver a (Luis) Brandoni y lloré por la emoción de ver teatro. Ahora va a ser por hacerlo.  Volver está bueno, pero hay que ver si uno puede hacerlo con la potencia que busca. La pandemia yo la sentí como una chance. Pasé 80 días con mis nietas, tienen 12 y 13 años. Las vi crecer, disfruté de un tiempo que en general no tenía. Fue un privilegio.

VLl: –No sufrí el encierro porque vivo en un lugar con parque. De hecho, durante la primera etapa de la cuarentena estuve con mi hermano, mi sobrino y mi cuñada en casa, lo cual estuvo buenísimo. Fue muy  movilizante. Más allá de que tuve espalda para bancarme desde lo económico, me afectó mucho todo lo que se sufría: la economía, gente que no podía trabajar, muchos enfermos, la cantidad de muertos que crecía, tantos compañeros pasándola mal porque no sabían qué hacer… Eso es muy triste. Fue angustiante. A mí me pegó por el insomnio. Por suerte, había empezado con una terapeuta y me hizo muy bien encontrar ese espacio, aunque fuera virtual.

–¿Cómo ven el panorama de la profesión a mediano plazo?

VLl: –Como artistas, vamos a tener que refundarnos porque todo es cambiante, hay que ser flexibles. No hay que  tener una actitud quejosa. Hay que ver para dónde salimos con las herramientas que nos da la realidad. Tenemos que buscar nuevas maneras de hacer lo que hacemos. Y vivir lo que nos toca, no queriendo recuperar viejas épocas que no van a venir más. Soltar los recuerdos y dejarlos ser una linda anécdota. Hay que resistir. La pandemia nos mostró eso. Vivimos en la incertidumbre de si esto va a ser todo el tiempo así o transitamos algo pasajero. No soy optimista ni pesimista, soy un gran signo de interrogación.

SS: –El panorama es complicado y preocupante, como el de todos los sectores, pero hay que encontrar la manera de seguir haciendo. Lo nuestro es una pasión que no se puede frenar con nada. Para nosotros, volver a actuar es volver a la vida, más allá del salario, que es importante, estar haciendo algo es mantener la cabeza ocupada, sentirte creativa.  «


Dos locas de remate

Dirección: Manuel González Gil. Actúan: Soledad Silveyra y Verónica Llinás. Viernes a las 19:30, sábados a las 20 y domingos a las 19, en el Teatro Astral, Av. Corrientes 1639.

Proyectos que van más allá de las circunstancias

Tanto Silveyra como Llinás tienen ganas de hacer muchas cosas. Silveyra quiere escribir un libro de memorias: «Pero relacionadas con momentos de la historia argentina. Empecé a trabajar a los 12 años. Así que como ciudadana viví un montón de cosas. Estaré atenta de no perjudicar a nadie, tengo el sentido del cuidado, pero después de 56 años de laburo, imaginate». Aunque su proyecto principal es estudiar teatro: «Me quiero ir a España tres meses, alquilar un departamento y ponerme a estudiar. Quiero hacer eso que no pude a los dieciocho».

Llinás, por su parte, filmará una serie para Amazon Prime de la cual no quiere dar más precisiones por cábala.

Mientras tanto, sigue desarrollando videos para las redes sociales que rápidamente se hacen virales: «No paré en todo este tiempo. Empecé  a hacer videos y me mantuvo ocupada durante toda la cuarentena. Pude hacerlo porque escribo, edito, grabo y le encontré el lado positivo a todo lo malo. En su momento (Darío) Barassi me guió un poco y aproveché el tiempo libre».



La falta de solidaridad que la pandemia no cambió

La situación del país y del mundo preocupa a las dos actrices. Silveyra destaca que “la humanidad tuvo la oportunidad de ser más solidaria y colaborativa, pero quedó claro que lo que marcó este tiempo es la falta de esa preocupación por los otros. Los países ricos tienen vacunas. El resto que se arregle. Estoy preocupada también por la educación. Los padres tienen que sobrevivir y además ver si sus hijos aprenden a leer o escribir. Es difícil. El laburo es sagrado y los políticos deberían ponerse de acuerdo en cómo hacer para que todos estemos mejor antes de pelearse por lugares en las listas”.

Llinás, por su parte, asegura: “Me parece que hasta que no podamos unirnos, va a ser complicada la mano. No podés esperar que todo el mundo piense igual, pero sería bueno que nadie quiera exterminar al que piensa diferente. Hay dos realidades opuestas. Dos posturas muy marcadas y convencidas, y cuando algo es tan así, les desconfío a ambas. La verdad nunca está en ningún extremo. Los argentinos no podemos dialogar. Cada uno tiene su manual, su visión inamovible, y no solo no se deja influenciar, sino que desea que esa persona que no piensa igual no exista”.