Ahora que parece estar en boga sostener que los momentos de plenos derechos sociales y cívicos corresponden a etapas anómalas de la historia, hay que decir que Sinfonía para Ana también es un episodio anómalo en la cinematografía argentina, especialmente la de los últimos años, que puso su horizonte más en los festivales que en el público (algo que terminó siendo como un boomerang -«la excusa»- ante un gobierno al que la cultura autónoma le importa más bien poco).
En ese sentido Sinfonía…, lejos de buscarlo, tiene algo de aquel cine de Leonardo Favio, en el que la emoción, su búsqueda, comandaba toda la realización. Aquí ocurre lo mismo con la historia basada en la novela homónima de Gaby Meik (en la que relató su experiencia en el Colegio Nacional Buenos Aires durante 1974-1976, año en que su familia decidió partir al exilio). Con la misma emoción a flor de piel que los realizadores Ernesto Ardito y Virna Molina (Raymundo, Corazón de fábrica) dicen haber encontrado en el texto, el film cuenta ese período en la vida de un grupo de adolescentes militantes secundarios del Buenos Aires, bajo la atenta y curiosa mirada de Ana, íntima amiga de Isa, la compañera que finalmente se exilia.
Las decisión estéticas y por lo tanto políticas de achicar lo más posible los planos de los personajes a fin de transmitir un sentido documental pero sin perder la emotividad que toda ficción puede alcanzar; hacer el casting en el mismo Buenos Aires porque una en la gestualidad, en el modo de hablar, el mismo espacio reproducía el código de relaciones de las personas que estaban ahí adentro; ceñirse al período en cuestión y no ahondar en explicaciones acerca de los grandes lineamientos políticos del momento, dotan al film de una frescura y una falta de filtro emocional que lo hacen altamente entrañable.
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Hacía rato que el cine argentino no contaba con una película que antes que soslayar la emoción apostara abiertamente a ella, sino por eso caer en el lugar común y menos en el lacrimógeno de «pobres chicos». Sin ser profunda, Sintonía… tiene un espesor que buena parte de las películas argentinas minimalistas -por llamarlas de algún modo- carecen; una vialidad y una energía que apunta a la emotividad sin permiso y sobre todo sin vergüenza: no teme ser tildada de cursi o ingenua. Entiende, como lo hacía Favio, que hasta la emoción más pueril es susceptible de ser filmada y contada, siempre y cuando se tenga la honestidad suficiente como para mostrarse así de pueril como se siente.
Sinfonía para Ana (Argentina, 2017). Dirección, guión, edición y arte: Ernesto Ardito y Virna Molina. Con: Isadora Ardito, Rocío Palacín, Rafael Federman, Ricky Arraga, Rodrigo Noya, Vera Fogwill, Javier Urondo, Manuel Vicente, Juan Luppi, Federico Marrale, Mora Recalde y Sergio Boris. 120 minutos. Apta para mayores de 13 años.