Aire libre (Anahí Berneri, 2014)

Lucía y Manuel tienen un hijo de siete años y, algo faltos de motivaciones conjuntas, proyectan una nueva casa en las afueras de la ciudad. En el proyecto embarcan a sus respectivas familias: venden su casa y se van a vivir a la casa de los padres de Lucía. La realizadora de Un año sin amor muestra la madurez de su talento para transitar la decadencia de un amor, que al no reconocerse como tal, lleva a la amenaza de desborde permanente, con formas solapadas de violencia machista, pero violencia al fin. Que sean miembros de la clase media alta (cuando no alta, según desde dónde se mire), es otra de las osadías que expone Beneri con destreza. La perspectiva acrecienta la fina mirada de la directora, que presagia el rayo x que pondrá sobre la violencia de género el Ni Una Menos. Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia están más que a la altura de las circunstancias para exponer con naturalidad esa intimidad forzada por la cultura que socava los afectos al punto de destrozarlos totalmente. El hijo que une tanto como separa es otro de los hallazgos bajo la mirada de Berneri.

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Cuatreros (Albertina Carri, 2017)

Carri aprendió a hacer política por el camino inverso al de sus padres, Roberto Carri y Ana María Caruso de Carri, intelectuales, militantes de Montoneros secuestrados y desaparecidos desde el 24 de febrero de 1977. En vez de para explicar y concientizar a las masas para la revolución, para preguntarse casi todo. Las películas de Albertina (nacida en 1973) tratan de esos padres y su legado: no el público, sino el que dejaron en ella. En ella individuo, mujer, política. La militancia de Albertina Carri es por la igualdad de género, la identidad sexual, derechos de minorías. En la película habla de su casamiento con una persona del mismo género, del hijo que tuvieron, del divorcio. Y todo lo mezcla con la película que desde hace cinco años dice que quiere hacer sobre Isidro Velázquez, el legendario asaltante del Chaco en quien su padre supo descubrir formas de la resistencia popular que le valieron respeto y estima en la academia, y una importante popularidad fuera de ella. Carri hace política con sus padres. Si en algunas de sus películas anteriores se pudo entrever algún prurito, en Cuatreros queda totalmente descartado. Carri hace política con su condición de hija de desaparecidos. Y no tiene empacho en demostrarlo. Si sus padres intentaron “preservar” a sus hijas de sus ideas y militancia, ella invierte los términos: no pretende preservar nada, entiende que toda vida es política; en ese sentido su cine es una parte más de andar sus días en la Tierra. Carri entiende tan bien su tiempo como sus padres el suyo. Así, lo que en superficie aparece como crítica, incluso reproche, corrido cierto velo resulta un profundo homenaje; tanto que hasta por momentos, como la niña que tiene vergüenza de que se descubran sus sentimientos, Albertina parece querer ocultarlo, o disfrazarlo de otra cosa. De dureza, por ejemplo, cuando lo que sobra es ternura.

Disponible gratuitamente en Cine.Ar


Nadie nos mira (Julia Solomonoff, 2017)

La marea feminista que se ve en las calles tiene cierto correlato en el cine con varias producciones que incluyen buenos presupuestos como para poder rodar esta historia en Nueva York (donde Solomonoff está radicada hace un par de décadas). Hacia allí emigra Nico (Guillermo Pfening), un actor treintañero que intentará continuar su buena suerte laboral en el exterior para poder romper una relación algo enfermiza con Martín (Rafael Ferro), su amante, hombre casado y productor de la telenovela que le había dado un nombre. Claro que las cosas no irán como las había planeado, menos como por momentos las fantaseó:  Nico no tiene el típico look latino para dar como latino, no tiene el inglés suficientemente bueno como para dar anglosajón. A la espera de que la suerte lo vuelva a tocar con su vara, se gana la vida cuidando el bebé de una amiga. Entre el patetismo y la empatía, Solomonoff lleva al espectador por una especie de Lado B de la migración, ese que con tanto entusiasmo ocultan los medios de comunicación cuando hablan de los deseos migratorios de los argentinos. Y eso le permite a Solomonoff plantarse por encima o al costado de las cuestiones de género: en Nueva York esa condición no pesa, lo que hay es un clasismo a prueba de cualquier desafío individual por quebrarlo, y menos la meritocracia.

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La novia del desierto (Cecilia Atán y Valeria Pivato, 2017)

La segunda oportunidad menos pensada en el momento y el lugar menos pensado. Ella, la de la segunda oportunidad en lugar menos pensado es Gloria (la gran actriz chilena Paulina García), queda varada camino a San Juan, el terruño natal al que vuelve luego de que la familia para la que había trabajado durante décadas decide vender la casa. El infortunio se ve agravado al perder el bolso. Sin más, se dirige al santuario de la Difunta Correa, donde conoce a Miguel (Claudio Rissi), el solitario vendedor que se mueve en una casa rodante que comenzará a cambiar su suerte. Con la parquedad de la geografía árida sanjuanina, las realizadoras arman con calidad de artesanas un relato tan suave como abrazador, que transmite una leve esperanza que es una furiosa apuesta por la vida.

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Sueño Florianópolis (Ana Katz, 2019)

La divertida y graciosa Katz (actuando y dirigiendo) cierra esta lista que por supuesto es más que corta. Que además en esa gracia consigue su mayor profundidad. Aquí se puede decir que rememora parte de su experiencia personal recreando un viaje a las famosos playas de Brasil en tiempos de cambio favorable (acá en el 1 a 1 de 1992), que le permite hacer una semblanza de la clase media argentina, en especial de sus aspectos más perniciosos para el conjunto y menos reconocidos por la cultura oficial. Es esa lupa tan original la que produce cierta relación de amor odio en el espectador, que al ver las películas que Katz se ve tan bien reflejado que se siente desnudo. Pero encima la realizadora y guionista no cae en el cinismo, otro cliché de ese mismo sector social cuando quiere retratarse a sí mismo. Lo suyo conserva esa piedad. Por eso Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón), ambos psicólogos, y sus hijos Julián (Joaquín Garzón) y Flor (Manuela Martínez), a medida que avanza el film se convierten en personajes queribles. A los que al menos no se les desea la suerte que corren en pantalla.

Disponible gratuitamente en Cine.Ar.Play y YouTube.