A la espera de condiciones más apropiadas para el estreno de su último filme, Buena educación, el colectivo Sin Drama Down festeja el reciente premio conseguido en España por Escuelita del amor como Mejor Película en el XIII Festival Internacional de Cine sobre la Discapacidad de Collado Villalba. “Hace 13 años que trabajamos juntos, muchos están desde el principio, hay mucho camino andado, mucho código de trabajo”, cuenta Juan Lago, director de ambas películas y maestro de yoga, profesor de teatro (sus dos pasiones, descubiertas y “abrazadas a los 16: creo que el yoga es un camino espiritual y lo que me indicó que mi camino es el de la escuela”) y granjero permacultor: vive en Las Tierras de Avalon (donde está filmada Escuelita de Amor y parte de Buena Educación).
“Ambas películas están íntegramente protagonizada por ellos -señala-, y algunos actores secundarios que son actores del pueblo, docentes de escuela rural donde trabajamos y después algunos campesinos de la zona, que se prestaron para hacer personajes secundarios. Y hay un payador que se llama Alberto Iriart, que hace la música de la película.” La escuela se encuentra a 10 kilómetros de su granja y allí asistieron dos de sus cuatro hijas. “Tiene primer y segundo grado y jardín; son unos 30, 40 chicos que llegan a caballo. La película narra las historias del entorno de una escuela de estas características, donde las relaciones que son muy cercanas. Y se va viendo, a través de diferentes clases de geografía, literatura y otras, ese trasfondo de este grupo de alumnos que asiste a clases en esta institución. Se van viendo situaciones que se dan en las escuelas, y ellos mismos hacen de los docentes, la directora, y exponen los contrapuntos que se dan en una situación de paro docente: la maestra, defensora de sus derechos, y la directora, que ve el problema de los 15 días sin clase. Y todo eso surgió en el taller, cuando surgió un paro y empezamos a investigarlo. Y paralelamente se dio que las escuelas rurales se mostraron como un muy buen lugar de aprendizaje, tenía un muy buen índice. De alguna manera la película es un homenaje a la escuela rural y pública Argentina.”
Laso estudió para maestro rural, y estuvo a punto de recibirse, pero lo ganaron el yoga y la actuación (o viceversa). Desde 2007 dirige Sin Drama de Down, la compañía de teatro con la que viajó durante tres años desde Ushuaia hasta el Amazonas peruano. “Hay situaciones tipo El Chavo 8 tanto en Buena educación como en Escuelita de amor; tienen mucho humor: yo digo que algunos son Alberto Olmedo con síndrome de down. Manejan en lenguaje del humor, pero no de la burla, tampoco la ironía: es un humor más tierno. Y sus actuaciones son bastantes realistas y muy divertidas, para todo público. Dimos la película en algunas escuelas y está buenísima la recepción de los alumnos, de los secundarios, también la dimos para los directivos y supervisores de escuelas de Ezeiza y motivó que se proyecte más para que se favorezca la inclusión, se conozca, se pueda valorar algo así hecho por personas con discapacidad.”
Pero en este mundo en el que todo parece del revés, ¿qué (o cuál) es la discapacidad? “El arte es súper integrador en el tema de establecer puentes, uniones, conocer. La segregación y la discriminación no es buena para nada y para nadie, y el arte puede ser un gran puente. Lo veo cuando hay gente que se anima a venir al cine -como cuando estuvimos proyectando Down para arriba, el documental que hizo Gustavo Garzón, protagonizado por la misma compañía- que por ahí no tenía vínculo con la discapacidad. Se da una integración muy fuerte porque la persona primero le da crédito en vez de decir: ‘Uy, pobrecito voy a ver qué hacen’, una compasión medio rara: le doy un ratito de mi vida. Y cuando la gente le puede dar algo de crédito, ve que son personas alucinantes: El arte nos lleva a un proceso de inclusión muy bueno: no es que a la persona con discapacidad intelectual solamente hay que darle ayudarla, sino ver que ellos me están dando algo a mí. Y eso es muy interesante: tengo mucho para aprender.
Un aprendizaje que, en su caso, no se detiene en el síndrome de down. “Lo mismo con gente que está en situación de pobreza, o no tiene muchos conocimientos: lo veo acá en la zona rural y creo que la solución no es urbanizar a toda la población. La urbanidad muchas veces nos genera un montón de problemáticas y hasta falta de salud. Vivo muy feliz sin asfalto, sin cloacas ni gas y con una electricidad bastante aleatoria. Ojalá que nunca traigan nada de todo eso porque donde aparece el asfalto aparecen los comercios, empiezan a aumentar los impuestos, los terrenos se dividen y en lugares donde hay una casita tranquila aparece un condominio para 20 familias y crece la densidad poblacional y el ruido. Pero bueno es una visión mía (ríe). Por eso lo de la escuela rural, para rescatar ese espíritu tan íntimo y tan lindo, tan de calidad educativa, y que está en todo el país: un lugar de mucho corazón, de mucho amor, que es también lo que tiene el síndrome de down.”