Puede decirse que Cutuli anda a contramano. Casi desde el inicio mismo de la profesión que lo hizo Cutuli. Allá en los ’80, montando obras y performances (cuando eso era menester de algunos loquillos) en lugares que ni siquiera merecieron libros o documentales, como Babilonia o Mediomundo Varieté; en los ’90, haciendo con calidad televisión popular, como en el caso de Poliladron; ya en los 2000, saliéndose de la televisión para volver a las profundidades del teatro. Que hace apenas unos meses se haya mudado a las cercanías de Pilar (“es antes, no es Pilar”) tal vez forme parte del mismo asunto. “Hacía diez años que teníamos ese lugar con mi mujer, y el año pasado decidimos irnos a vivir. Tengo calle de tosca, si pasan tres autos por día es mucho”, dice con un orgullo medido en tiempos en que el barullo en general y el de la tecnología en particular parece conquistar mentes y corazones hasta doblegarlos. “Y para actuar o ensayar no tengo problema porque nuestro horario siempre es trasmano.” Casi una definición de lo que fue su vida como actor. “Ya tengo 62 y lo quiero disfrutar ahora –dice como si hiciera falta una explicación–. Todo lo que tenía que hacer acá ya lo hice.”
Lo que lo trae a Cutuli a Buenos Aires por estos días es Rey Lear, una de las más grandes obras de Shakespeare (si es que sus dramas y comedias se pueden jerarquizar). Y cuando un actor o director de teatro de su envergadura vuelve con algún clásico, la pregunta obligada es qué tiene este nuevo Shakespeare que no tenía aquel imaginado en otro entonces. “Es un sueño hacer este tipo de personajes. La obra trata del poder, la crisis, la vejez. Interpreto a un personaje que pasa por todos los estados emocionales hasta llegar a la locura, la decrepitud. Por toda esta catarata de emociones por las que tiene que transitar el personaje a lo largo de la obra.”
Eso en lo que corresponde al tiempo en el que se vuelve a poner en escena, pero hay un interés que tiene que ver con la trayectoria particular de cada actor. “Lear quiere escuchar de su hija menor algo que no le dice. Ella le dice yo te quiero pero mi amor va a ser del que sea mi marido. Y ahí viene su desilusión, el enojo y la echa. Entonces las dotes que iban a ser para ella se las da a las otras dos, que lo adulan. Y en esta relación empecé a ver muchas cosas de mi relación con mi hija. Mi mujer que también la leyó, me dijo. ‘Bueno, sos Lear’. Cuando un padre se enoja con el hijo es tremendo, porque muchas veces quiero escuchar lo que yo quiero escuchar, y no lo que ella me está diciendo.”
Y además de todo, cree Cutuli, que “Shakespeare no es difícil”.
–¡¿En serio?!
–Claro, lleva un proceso de ensayos, de buscar lo que cada uno quiere hacer de ese personaje. Pero hay que leerla y leerla. Ahí está todo, hasta la respiración del personaje.
El hombre que dice que no hay “personajes grandes o pequeños” y que siempre dejó que la profesión “lo sorprendiera”, cree que si hoy es reconocido lo debe a la resistencia, la suerte y a dejarse llevar, aunque no aclara el orden. “La carrera cambió mucho de cuando yo empecé. Ahora hay mucha gente que abraza esta carrera con mucha ilusión y se da cuenta de que no era lo que pensaban, y eso es una desilusión tremenda. Me acuerdo de actores estupendos que quedaron en el olvido y se alejaron. Uno tiene que estar agradecido de que le haya ido medianamente bien. Siempre digo que esta es una carrera de resistencia. Yo estuve a punto dejarla cuando nació mi hija, porque con mi mujer teníamos la heladera vacía. Ahí tuve la suerte de que me viene a ver (Leonardo) Favio a un lugar que se llamaba Babilonia, que quedaba en el Abasto. Lo llevó Martín Andrade, el papá de Antonella Costa, que era muy amigo, para que viera actores para Gatica. Estábamos con Batato (Barea) en esa época, habíamos formado un ciclo de teatro de experimentación, una locura. Favio me llevó a Gatica y una cosa fue trayendo la otra, o mi hija vino con una panadería abajo del brazo. Tuve esa suerte, pero hubo compañeros que no la tuvieron. Y ahí te viene una desilusión muy grande y eso es tremendo.”«