Desde el mundo del rock que lo vio nacer, Sergio Pángaro es sinónimo de bolero. De un bolero con espíritu de rock: que usa la ironía y el sarcasmo para reírse de sí mismo y así abrir la puerta a que los públicos se rían de todo, ellos incluidos. Ese espíritu crítico desde sus orígenes, cuando allá por los ochenta y noventa era Sergio Pángaro y Baccarat, nunca fue una postura. Nació de la investigación y estudio del género que lo impactó de joven y que lo llevó a descubrir que, desde el bolero, podía llevar el espíritu crítico y contestatario del rock más allá de sus fronteras.
Por eso no sorprende que apenas al atender el teléfono se ponga a hablar de los duros tiempos que le toca vivir a las mayorías argentinas. Y críticamente: Los viejos esquemas no funcionan. La cosa legal, quejarse o protestar parece no ir -reflexiona-; en algún momento vamos a tener que encontrar otra manera porque nos van a ganar la carrera. Y a nivel mundial. Uno no pensaría que en Francia, u otras tradiciones democráticas ancestrales, le estén pegando a los manifestantes como a nosotros. No es racional tampoco, lo que digo, no es que si no encontramos una forma ahora se va perder todo. Tomo lo que estamos haciendo nosotros, que no es como Baccarat, que hacíamos una especie de música lounge para que de fondo apareciera una crítica o una mirada sarcástica, para tapar otro mensaje. Es buscar maneras de protegerse y de proteger la libertad. Poder hablar, aunque los boleros puedan hablar de lo sentimental. En estos lugares en los que nos presentamos para 50, 100 personas, no más, es muy posible ponerse a charlar con el público, establecer un diálogo directo. Una especie de telepatía, como le llamo. Y siento que estamos necesitando esta especie de solaz que da el bolero, esa cosa segura que da el bolero, transitada a lo largo del Siglo XX.
Y aquí se le pone un punto a una alocución que no la tiene. Que sólo la necesita a los fines estilísticos del periodismo, mas no a los que propone el soliloquio de Pángaro, que no se puede dejar de escuchar. Al bolero se le atribuye la queja: siempre está hablando de la queja por sufrir. Y es la queja del sujeto amoroso, que muchos no se hacen cargo. Y siempre encuentra la manera ingeniosa de atribuírsela a otra cosa. Los boleros clásicos tienen una fórmula para que sigas pensando en él. Pienso en uno que dice: Une tu labio al mío, cuando vuelva a tu lado no me niegues tus besos’. Entonces uno dice: ¿para qué se va, si quiere volver a que lo besen? Estas trivialidades de las que hablan los boleros, en el medio nos permiten reflexionar sobre qué es lo que sentimos por la gente que amamos, por los que no nos aman. El discurso irreductible con el amado que se fue, es como hablar solo. Porque el otro no quiere ya saber lo bien que la pasaron, está en otra.
-En ese sentido, ¿no se parece un poco al diálogo de sordos que se produce hoy socialmente en Argentina?
-Es que en el escenario uno se ríe de la tragedia del otro, porque el otro es el que no es escuchado. También todo el electorado que ganó tiene como esa sorna, justificada o no, de ver el espectáculo desde afuera: no le está pasando a él. La tragedia de lo sucede o no le llega o ve otras noticias. Le dicen que están vaciando la economía y el elector que ganó, dice: mirá la tragedia que arman; y se ríe. Un poco es lo que veo, más sano, en un espectáculo, porque es toda una impostación, una puesta en escena. Y con la ventaja que tiene el bolero. Porque otros cantos de lamento, como el blues o el tango, están asociados a la resistencia; pero el bolero no. Siempre fue usado por los gobiernos autoritarios de latinoamérica, desde los 30, 40, inundando de esta banalidad y haciéndole creer al escucha que la culpa era de él, que ha perdido su amor por su culpa y que hay que vivir lamentándolo. No hay otro motivo, ni económico, ni social. El problema es que perdió su ser amado (que me perdonen la generalidad, siempre hay excepciones, pero yo he investigado, no es que lo saco de la galera). Y al ser culpable, echa la culpa sin razón, como en Vereda tropical, que le echa la culpa a una vereda: Tú la dejaste ir vereda tropical, hazla volver. No sólo la acusa sino que tampoco atina a ir a buscar o hacer algún mérito para recobrarla, le vuelve a adjudicar la tarea a la vereda tropical. Uno puede creer que le está haciendo un reclamo a la industria turística (risas).
-¿Todo eso ocurre en tus shows?
-Es un punto de partida que nos permite permanentemente revisar qué pensamos, porque no hay un real acuerdo. Ahí nos presentamos riéndonos de nosotros, y eso puede hace bajar los escudos con los que uno se presenta, porque por lo general uno va preparado con más respuestas que la cantidad de preguntas que le pueden hacer. Y en mi caso propongo que cualquier espectáculo que se establezca como metáfora de lo que nos pasa, nos ayuda para una suerte de gimnasia emocional que nos ayuda a tomar con pinzas el drama: uno sabe que vuelve a enamorarse, vuelve a creer porque termina olvidando. Un poco esa perspectiva ayuda con un género y un tiempo tan alejado, de un mundo más señorial y a la vez oprimido. Por eso en el show este sábado nos acompaña Isabel de Sebastián, como cada vez que nos presentamos no faltan las voces femeninas: le dan un perfil muy curioso a las letras que son muy machistas y eso también ayuda a dialogar desde otro ángulo, ¿qué pasa con estos compositores que no se plantaban como hombres sino como machistas? En los géneros y su reconfiguración del orden de poder también le llega el turno al bolero. Y de eso también va el show.