«La historia la escribe el tiempo» (Guillermo Vilas)
El documental «Guillermo Vilas: serás lo que debas ser o no serás nada» tiene todo lo que una gran historia de cine reclama. Un héroe carismático (en este caso deportivo), un seleccionado de notables que lo ponderan y jerarquizan (Rod Laver, Ion Tiriac, Bjorn Borg, Roger Federer, Rafael Nadal y Boris Becker, entre otros), la trastienda de la construcción de ese gran campeón (su abrumadora dedicación, inteligencia y recursos técnicos y estratégicos), su sucesión asombrosa de triunfos y títulos, y la tragedia de un organismo burocrático que se niega a reconocer la dimensión real de esos logros. Una y otra vez y sin mediar una explicación siquiera razonable. Pero todo esto no es ficción: se trata de la carrera de Guillermo Vilas, el tenista más determinante de la historia argentina.
La vida es un recorrido caprichoso y fugaz. Resulta imposible mensurarla y no hay ranking que la ordene. Pero el tenis es otra cosa. Es un deporte solitario y particularmente taxativo. No hay empate y cada una de sus jugadas termina –indefectiblemente– en un punto para uno de los dos competidores. No hay dudas de quién es el vencedor en un partido ni en un campeonato. No existen los merecimientos: se gana o se pierde. Lo mismo sucede con los rankings, que se publican semana a semana y son el resultado de un reglamento que determina puntos por partido y torneo, promedios y son administrados por la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) a partir de un sistema informático confiable. Pero en los ’70 las cosas no eran tan claras. El ranking de la ATP se daba a conocer en forma irregular, con una difusión pobre y formas administrativas bastante opacas. 1977 fue el mejor año de la carrera de Vilas. Ganó 53 partidos consecutivos y 17 títulos, incluidos dos Grand Slam. Pero la ATP nunca lo reconoció como número 1, lo que generó múltiples controversias. Vilas sí conquistó ese puesto en el ranking del Gran Prix y diversas revistas especializadas así lo determinaron, entre ellas la prestigiosa World Tennis –que ostentaba una autoridad similar a la revista France Football con la entrega del balón de oro–.
Vilas inició diversos reclamos de mayor o menor formalidad para ser reconocido como número 1. Casi siempre en soledad y, podría decirse, con muy poco apoyo local. El documental de Netflix revela el intento más determinante y sólido. Todo nació de la obsesión del periodista Eduardo Puppo y sus investigaciones para poder confirmar o refutar las pretensiones del tenista marplatense con un respaldo más específico que la cantidad de partidos y títulos ganados en 1977 –lo cual no es un dato menor–. Puppo le dedicó literalmente más de doce años de su vida al tema y recopiló los datos de 280 semanas de todos los partidos de la ATP entre 1973 y 1978. Finalmente se asoció con el matemático rumano Marian Ciulpan para poder reconstruir mediante programas de software los rankings de aquellos años. La conclusión fue contundente: incluso con las reglas de aquel entonces, Vilas había sido número 1 durante cinco semanas en 1975 y otras dos a comienzo de 1976. Explicar lo de 1977 merece un libro aparte.
Más allá de que la lucha por el número 1 tracciona buena parte de la narrativa del documental, el valor determinante de la película es asomarse al descomunal mundo de Vilas durante los ’70. Se trata de un héroe solitario en el deporte más solitario. En tiempos sin Internet, redes sociales y donde hasta una llamada telefónica internacional podía resultar una aventura de resolución incierta. De un argentino peleando en un universo lejano y extraño. La reconstrucción del mundo de Vilas en buena parte es edificada gracias a los cassettes que grababa en aquellos años -casi como diarios personales–, sus cuadernos y múltiples reflexiones escritas. Además de imágenes inéditas, testimonios de múltiples personas cercanas y colegas, entrevistas televisivas de aquellos años y gran parte de sus triunfos en la cancha, claro. Acaso Vilas logre generar una empatía mayor que otras grandes figuras de nuestro deporte porque fue pionero y artífice de sí mismo como casi nadie. En términos siempre relativos, al comienzo de su carrera no contaba con un físico ni talento distintivos. Pero era dueño de una perseverancia e inteligencia singulares. A partir de esas fortalezas construyó uno de los atletas más potentes del circuito, dominó todos los golpes, fue un maestro de la estrategia, fue técnicamente innovador –es uno de los responsables del uso masivo del top spin, por ejemplo–, tuvo el mejor revés a una mano de su tiempo y hasta adquirió habilidades inéditas en golpes complejos como la llamada «gran Willy» y el smash de revés.
En los últimos tiempos se hicieron visibles las noticias de que el tenista marplatense padece una grave enfermedad degenerativa. El Vilas de hoy sólo aparece sobre el final del documental, ya radicado en Mónaco. La filmación confirma lo que comenzó como rumores sin declaraciones explicitas, ni golpes bajos. Una escena resulta particularmente movilizante: mientras caminaba junto a Puppo por una plaza de Mónaco se le acerca un fanático, expresa su admiración y le pregunta, casi por protocolo, si es Guillermo Vilas. «Lo que queda de él», responde el tenista con su inteligencia y rapidez características. Más tarde dirá: «Soy tenista, no me queda otra que pelear», en otro de los momentos más conmovedores del documental.
«Serás lo que debas ser o no serás nada» también deja lugar por la fascinación de Vilas por Woodstock, el rock, su amistad con Spinetta y Keith Richards y la adopción de varios conceptos de la cultura oriental. También abre las puertas a reflexiones particularmente íntimas: «En la vida no podés ser feliz, tenés que hacer cosas y después recordar». El documental de Netflix exhibe una historia repleta de información y con una carga emotiva arrasadora. Para quienes fueron contemporáneos a la carrera de Vilas ofrece una oportunidad para comprender y adentrarse en facetas inéditas. Para los más jóvenes, funciona como una ocasión perfecta para conocer sus logros deportivos y a la persona que fue capaz de hacerlos realidad. Ninguno va a salir defraudado.