La segunda ronda del ciclo de conciertos Planta Permanente, que produce Disonancias Alternadas (proyecto autogestivo de Flora Dido y Jonah Schwartz) se celebró este domingo en el C. C. El Oceanario de Villa Crespo. Tocaron esta vez, por separado, dos artistas que se encuentran en las antípodas: Sebastián Strauchler (laúd renacentista) y Pablo Reche (grabaciones de campo). Sin embargo, lo opuesto de las propuestas es un a priori discutible, según veremos.

Sebastián Strauchler, intérprete de instrumentos de cuerda renacentistas y barrocos, presentó una selección del repertorio del maestro inglés John Dowland, del que es especialista. La pasión de Strauchler se hizo contagiosa desde el principio. Entre las composiciones que toca lee breves apuntes históricos sobre Dowland y la cultura inglesa y europea de los siglos XVI y XVII, construyendo un relato que se va amplificando, entre danzas y canciones galantes. Uno diría que por su sonido el laúd se muestra atrapado por una languidez crepuscular, y no es casual, si lo circunscribimos a aquella era en que Dios dejaba de ser centro de todo. Así que los ribetes contrapuntísticos del laúd se tornan ambiguos. Mientras se prodigan en cadencias ensimismadas por la condena del hombre a un exilio inevitable, eternamente oscuro, lo fastuoso del itinerario da la sensación de paseo parsimonioso, a veces irónico, por ambientes cortesanos –no ya solo sacros-. Pero sobre todo, como el propio Strauchler destacó, el común denominador es una melancolía radical, predicable tanto desde el decaimiento del artista, cada vez más solo ante un mundo inhóspito, como del precipicio existente entre las clases sociales, en cuyos márgenes Dowland parece que se movía como pez en el agua. Strauchler cerró su recital con “Melancholy Galliard”, síntesis de la idea que anima esta música, fuente histórica esencial de otras músicas, clásicas y folklóricas.

Por su parte, Pablo Reche, casi recién llegado del recital que dio en el CCK, dentro del Festival Ruido 2022, hace un mes ante 600 espectadores, nos trajo un refrescante y rotundo combinado. Proveniente de las vertientes que, desde finales los ‘80, expandieron la imaginación sonora mediante instrumentos no convencionales, Reche lleva apegado a su propia escuela, de tradición autodidacta, desde entonces. Conmueve pensar en una fascinación así, mantenida respecto de unos mismos principios, y al margen del “mainstream”. Mediante diversos elementos, herramientas y técnicas analógicas (sin laptop ni software) Reche maneja materiales sonoros a través de capas que se van solapando sobre texturas diversas, chirridos, zumbidos, crujidos… El lenguaje en este punto se queda corto. Resonancias que él mismo manipula, dejando muy poco al azar –contra lo que pueda creerse–. La modulación se extiende sobre frecuencias que van transmutando y haciendo el trayecto difícil para una escucha no familiarizada, considerando lo extremado de algunas fases. Sin embargo, solo en conciertos así es donde uno puede vislumbrar ciertos límites. Se asoma a lo desconocido, se asusta incluso, nota adentro, por un lado, vestigios molestos derivados de cierta altivez para con lo indómito, y por otro, una resistencia vertiginosa, un reconocimiento de su propia fugacidad en tanto organismo también ruidoso y corrompible, todo ello sin moverse del mismo lugar que antes de empezar el set, lo cual resulta absolutamente impagable.

Actuar ambos, Strauchler y Reche, la misma noche ha servido, no solo de contraste para los seguidores de uno y otro, sino también como constatación intimista que fortalece ámbitos sonoros de espíritu diverso, obcecados y marginales pero siempre duraderos, inspiradores de una pasión desbordante, en todo caso. En noviembre la tercera parte de Planta Permanente.