Probablemente el mundo esté en peligro en 2018: ya no contará con Olivia Pope para solucionar los problemas que la dinámica política -que incluye tanto las intenciones de los sujetos como sus impericias- ocasiona al mundo. Y es que Scandal -la serie de la cadena ABC- llegará a su final, y con él su personaje principal ya no tendrá dónde mostrar sus habilidades y enseñarnos de la política en su versión más rosquera -si se permite el término-, que no por mala prensa resulta menos importante a la hora de las decisiones de la política cotidiana, tanto grandes como pequeñas.
Precisamente su personaje está basado en parte en Judy Smith, jefa de prensa de George W. Bush -y que además es co-productora ejecutiva de la serie- y que luego armó lo que en USA llaman agencia de gestión de crisis (Olivia Pope & Associates). Que como su nombre lo indica, interviene cuando hay crisis. Y si hay crisis es porque el problema aparecido en algún momento no se solucionó según los procedimientos habituales; hay que recurrir a especialistas, gente de excelsa sagacidad para solucionar coyunturas, aunque no problemas de fondo: ellos sólo sacan del mal momento. Contando los avatares de esta fundamental tarea -más en un mundo de mini crisis permanentes-, la serie resultó sumamente didáctica para los espectadores. Ellos conocieron reacciones y conductas de un presidente de Estados Unidos como Fitzgerald Grant III, de un jefe de gabinete como Cyrus Beene y de una primera dama como Mellie Grant (sus personajes principales).
Sus 5,7 millones de espectadores promedio (en las siete temporadas) se quedarán sin una de sus series favoritas. Seguramente vendrán otras. Pero Scandal quedará en el mejor de los recuerdos. No sólo porque supo atrapar multitudes desde el comienzo, sino porque las supo mantener en vilo y, con respeto, se despidió cuando consideró que creativamente estaba todo agotado. En una industria que hay tantas propuestas como desesperación porque funcionen, nadie deja ir semejante rating así nomás. Y aquí la ABC hizo su mejor esfuerzo, pero no fue suficiente. De alguna manera el síndrome de Lost (una muy buena serie para un final de decepción inmortal) sigue funcionando y Shonda Rhimes, decidió buscar nuevos aires en Netflix (más allá de la oferta económica: toda oferta es atendible sólo si antes existen razones para salir de donde se está). La serie podría haber seguido en carrera, pero el tino primó y los directivos del canal dejaron que las cosas siguieran su curso. Y decidieron cerrar todo en la séptima temprada. Ojalá el final esté a la altura del nivel que mostró en sus anteriores temporadas, así el vacío no se siente tanto.