«Antes de tirarse de palito de un piso 16, papá se despidió de la clase obrera argentina». Así comienza El salto de papá, el libro de Martín Sivak editado en 2017, una ambiciosa y fascinante crónica sobre Jorge, su padre, que «era comunista y también banquero» (sic), y que el 5 de diciembre de 1990 se suicidó tras unos dificilísimos años que incluyeron el secuestro de su hermano, el empresario Osvaldo Sivak, y la quiebra de su empresa. Pero El rapto no es una adaptación del libro. Dicho de otro modo: podría haberlo sido pero, por motivos legales, no terminó siendo. Dirigida por Daniela Goggi y estrenada mundialmente en los festivales de Venecia y Toronto, la película que tiene como protagonistas a Rodrigo de la Serna y Julieta Zylberberg llegará a las salas de cine argentinas el 26 de octubre y desde noviembre se la verá a través de la plataforma Paramount+.
El rapto altera de modo sustancial la historia que se cuenta en la crónica de Sivak. Algunos cambios son propios de cualquier adaptación cinematográfica –el libro tiene una compleja estructura de tiempos y de modos de relato difíciles de trasladar al audiovisual– mientras que otros, se asume, tienen que ver con los reparos que pusieron a esta adaptación tanto el hermano de Martín como las hijas de Osvaldo, quienes iniciaron acciones legales contra las productoras de la película para exigir que se modificaran algunos elementos del libro en su adaptación al cine. Las diferencias fundamentales están en los cambios de nombres (el apellido de la familia aquí es Levy) y de muchas circunstancias específicas ligadas tanto a la vida personal de los protagonistas como a los hechos que fueron públicos.
Transformada en un thriller sobre las consecuencias de un secuestro, El rapto comienza con el regreso a la Argentina desde el exilio del empresario Julio Levy (De la Serna), su esposa (Julieta Zylberberg), su hijo y su pequeña hija. Poco después de su llegada, su hermano Miguel (Germán Palacios), principal encargado junto a su padre (Jorge Marrale) de la empresa en cuestión, es raptado en pleno centro porteño. La película se centrará en los intentos de Julio y de su cuñada (Andrea Garrote, coguionista del film junto a Goggi) por hallar con vida a Miguel, pagando los rescates exigidos por los secuestradores, ante una situación que se va complicando cada vez más a partir de la ineficiencia y, en algunos casos, la complicidad o el silencio de parte del poder político y militar de la Argentina de mediados de los años ’80.
Como Argentina, 1985, la película de Goggi pone el eje en los años posteriores al fin de la dictadura cuando la estabilidad democrática en la Argentina todavía era frágil y existía lo que por entonces se dio en llamar la «mano de obra desocupada», personas que habían participado en grupos de tareas durante la época de la represión y quienes, en algunos casos, pasaron a realizar secuestros extorsivos tanto para beneficio económico como para tratar de frenar el alcance de los juicios que se estaban realizando en el país. El costado familiar del libro pasa a segundo plano y sólo reaparece en la última parte de la historia, cuando Julio debe lidiar psicológicamente con las consecuencias del fracaso de sus negociaciones y la posterior crisis económica de la empresa familiar.
El actor de Diarios de motocicleta y Crónica de una fuga habló con Tiempo acerca de cómo fue interpretar a un personaje complejo y desafiante, más allá de haberse inspirado (o no) en una persona real. «El que Daniela (Goggi) plantea con El rapto es un retrato generacional –dirá–. El de una generación de hombres y mujeres atravesados por la historia trágica de nuestro país, hombres y mujeres que dieron la vida por ideales».
–¿Y qué fue lo más complejo de hacer en el caso puntual de este personaje?
–El caso de Julio Levy es el de alguien que vuelve del exilio y que carga consigo la culpa del sobreviviente. Eso le pasó a muchos hombres y mujeres de esa generación que perdieron compañeros en la lucha y volvieron al país para hacerse cargo de sus familias y participar del proceso democrático. Pero la inercia institucional que traía la dictadura fue socavando también un poco esa ilusión y esa esperanza. Había como un «deber ser» también en esa generación: debemos ser prohombres revolucionarios, debemos ser intelectualmente brillantes, buenos padres de familia, grandes hombres de negocios.
–Y a esto se le suma, en el caso del protagonista, tener que lidiar con resolver un secuestro y hacerse cargo de dirigir una empresa, tarea para la que no parece estar capacitado…
–Sí, además de esos mandatos patriarcales, Julio tiene que tomar el lugar de su hermano a la hora de ocuparse de la empresa, cuando él es una persona que no tiene ningún talento para los negocios. Si él hubiese dicho que no dos o tres veces en su vida quizás no habría terminado como terminó, pero a la vez ¿por qué no puede decir que no? Bueno, por la misma razón por la que no puede mostrar las emociones, no puede conectar con su costado emotivo. Es una persona que está tragando todo todo el tiempo y que muestra para afuera que está todo bien cuando no es así cómo se siente.
–Lo interesante de la película pasa también por el retrato de esa etapa democrática en la que todavía seguían existiendo cosas de la dictadura, desde las presiones de los militares a la mano de obra desocupada. No es que todo eso desapareció del mapa de golpe…
–No, claro, la transición no se hizo de un día para el otro y tuvo un costo altísimo. No es que eligieron al presidente y ya no hubo ninguna institución corrompida. Es un poco naif pensar eso. Es esa cosa también de retratar al enemigo invisible que acecha. Parece una abstracción pero está ahí, muy presente. Por eso no hay un antagonista. Es un enemigo invisible que puede estar en cualquier lado, puede encarnar en cualquier persona que no sabés quién es.
–Lo impactante es que, a juzgar por los resultados electorales recientes, la gente parece haberse olvidado de lo que pasó. ¿Creés que la película puede aportar algo en este momento político complicado, con tanto negacionismo?
–Es un momento muy delicado del país y estamos todos muy preocupados. Yo no sé si la película aporta o no pero lo que sí intentamos fue echar luz sobre momentos históricos que, generacionalmente, necesitamos conocer y recordar. Es un ejercicio sano y necesario mirar nuestra historia reciente, hablar de los dolores que están ahí e intentar iluminar zonas que todavía no fueron muy observadas ni analizadas por la cinematografía o por la reflexión colectiva. No es que hayamos tratado de contribuir con algo específico, simplemente estamos haciendo nuestro trabajo porque nos apasiona. Si esto puede invitar a la reflexión desde algún lugar, bienvenido sea.
–Engordaste muchísimo para el papel. ¿Cuál fue la «dieta»?
–Engordé un montón, sí. La dieta fue hacer todo lo que está mal, básicamente. Me vino muy bien para esa cosa de tragar todo y no sacar afuera nada que tiene el personaje. Esa pesadez, esa cosa de ansiedad, de fumar mucho. El personaje respira muy mal y creo que se ve la toxicidad hasta en mi piel. Estaba contaminado de malas comidas y mucho tabaco. Son esas cosas locas que hacemos los actores pero, bueno, creo que en este caso vino bien. Fueron ocho kilos que entraron fácil pero se fueron con mucha dificultad. Pero bueno, esto es cine y es el arte del detalle y nos entregamos a ese proceso gracias a la amorosa y atenta mirada de Daniela. Sin eso hubiese sido imposible.
–¿Cómo transitaron el tema de los problemas que tuvo la adaptación del libro al cine a partir de lo que pasó con algunos de los familiares de Sivak? ¿Dificultó mucho eso el proceso?
–La novela biográfica fue el puntapié inicial. Para nosotros lo importante era hacer una reflexión y entender cómo esa generación atravesó las crisis históricas, sociales y económicas de nuestros país y entender también por qué estamos tan quebrados emocionalmente como sociedad. A Daniela no le interesaba tanto la épica familiar específica sino entender cómo una familia atraviesa un proceso histórico y contar lo que sucedió en esos años. «
El rapto
Dirección: Daniela Goggi. Elenco: Rodrigo de la Serna, Julieta Zylberberg, Lautaro Perez Hillal, Lola Loyacono. Estreno en cines: jueves 26. Próximamente en Paramount+.
El lado B del aparato represivo
Directora de películas como Vísperas y Abzurdah, Daniela Goggi encaró su proyecto más complejo en El rapto, relato que transcurre en los ’80 y se mete en el mundo de los secuestros extorsivos de la época para contar las experiencias de un hombre abrumado por el asesinato de su hermano y la quiebra de su empresa. «Siempre había tenido dando vueltas el tema y el libro de Martín Sivak habla de la relación padre-hijo. Él tiene la misma edad que yo, mi viejo también fue un tipo que tenía una empresa que se fundió cinco veces y que perdió a la mitad de sus amigos. No encontraba material para contar eso y tampoco para contar cómo se atraviesan los duelos. Y yo venía de un momento personal donde pensaba en cómo se explican los duelos. ¿Cómo se explican cuando no están atravesados solo por lo personal sino por procesos históricos que te acorralan? Ese fue el puntapié que me dio el libro», analiza.
El tener que hacer una «versión libre» de la novela le sirvió, asegura, para «tomar muchos otros casos emblemáticos de secuestros de la mano de obra desocupada, porque tomamos cómo era el modus operandi del Grupo Defensa, que eran los dobles agentes que empezaron con la Triple A y después siguieron haciendo las tareas sucias durante la dictadura. Luego tienen una reconversión y vuelven a trabajar como informantes durante el gobierno democráctico. Esa parte de cómo siguieron funcionando los aparatos de control no está muy iluminada en nuestra historia. Lo emocional empezó con la novela y después el aparato de la mano de obra desocupada siguió con los expedientes judiciales de la época».
Para la realizadora de los ocho episodios de la serie de ficción María Marta: el crimen del country era importante pensar en los costos de esa transición democrática. «Tiene que ver con desmantelar y pensar cómo la corrupción es capilar y que cuando tenés un Estado que te traicionó eso no desaparece de un día para el otro –explica–. ¿Qué pasa a nivel capilar con el poder? Queríamos entender el costo que tuvo esa transición, contarlo por la periferia. Era pensar el Lado B de la transición democrática, sacarle un poco el costado de la épica».