Por Richard Coleman, músico
Comencé a trabajar con Charly a los 22 años. Cuando llegó la propuesta, la pensé un par de días porque era un paso muy importante: dedicarme de lleno a la música. Pero era Charly, así que junto con Fernando Samalea y Christian Basso, con quienes tocábamos en Fricción, decidimos acompañarlo.
Esa escuela de cómo hacer rock me marcó. Porque Charly me hizo vivir esa intensidad, y fue un trabajo duro. Estaba todo organizado, y más allá de su locura y del personaje que se fue armando alrededor de su figura, los años en que estuve a su lado fueron una etapa luminosa.
Él tenía su imagen bajo control y estaba superenfocado. Se trabajaba muy bien, era muy metódico todo: tenía una sala más que completa, había asistentes, teníamos horarios. De 4 de la tarde a 10 de la noche estábamos ahí.
Era un laburo formal, vehemente y apasionado. Trabajábamos para encontrar la belleza de la perfección. Ahí aprendí cómo se lleva adelante un ensayo, la importancia que él le daba a cada canción, a cada uno de los músicos.
Charly era y es un tipo muy generoso en cuanto a la dedicación que nos daba a cada uno de nosotros, que éramos pibes. Nos tenía mucha paciencia y nos explicaba lo que buscaba. Nos enseñó muchísimo en cada ensayo y en los conciertos también. Aprendí cómo presentarme en el escenario, cómo pedir el monitoreo: todo lo que no se ve del trabajo del músico, más allá de la puesta en escena. Y también cómo dejar fluir los imponderables en vivo para disfrutar, cómo entrenar para soltarse en el ring.
Fue increíble lo que me marcó en menos de 20 shows, que fueron los que hicimos con esa formación. Su genialidad no te la hace notar. Por eso es el más grande. «