El regreso de John Frusciante como guitarrista de Red Hot Chili Peppers decantó en un aluvión de conciertos en el marco de una gira que probablemente los traiga a nuestro país en 2023, en la vuelta del grupo a los titulares de la prensa global y en el resurgir de la pasión de sus seguidores que esperaban esa noticia con una esperanza inquebrantable. Pero, sin dudas, derivó también en algo aún más basal, en la verdadera chispa que aviva el fuego encendido por el cantante Anthony Kiedis y el bajista Michael Flea Balzary en 1983 y azuzado por el baterista Chad Smith desde fines de esa misma década: la composición.
Con modestas puestas en vivo, fuertes conflictos internos, interminable rotación de integrantes y sosteniendo una actitud eternamente joven que hace lo posible por despegarse de la carátula “de culto”, esta banda siempre encontró en sus discos de estudio el motivo principal para seguir en el camino, y lo realizado durante este año es una reafirmación en ese sentido, un golpe de puño en la mesa de la industria musical contemporánea que apela a la instantaneidad, fugacidad, novedad e impacto: acaban de publicar Return of the Dream Canteen, su segundo disco doble en poco más de un semestre, luego del lanzamiento de Unlimited Love. Al igual que su antecesor cuenta con 17 canciones repartidas en una hora y quince minutos, y su distribución se basa en la comercialización de numerosas ediciones en formatos físicos, con el eslogan “apoyá a la disquería de tu región”.
En ese acto de reconocimiento generacional, paradójicamente, radica una nueva muestra de su postura desafiante que, con su trayectoria, deviene en folklórica. Tan es así que su decimotercer disco de estudio es una oda a la cultura lisérgica desde su título, arte de tapa, ciertos pasajes musicales, videoclips, homenajes explícitos y referencias sugeridas. Todo esto con la producción de Rick Rubin, una garantía de que, como mínimo, la producción hará justicia a la voluntad de la banda.
El larga duración abre con “Tippa my Tongue”, uno de los simples de difusión, desde el cual plantan bandera y anuncian “We’ve only just begun / funky monks are on the run”, una expresión de deseo de continuidad basado en su autopercepción como monjes del funk, título del memorable documental de 1991 en blanco y negro que registró la grabación de Blood Sugar Sex Magik y de uno de los tracks de dicho CD. La nostalgia continúa con la apacible “Peace and Love” y las estrofas de “Reach Out”, aunque se despabila a pura furia stoner en sus estribillos rabiosos.
La cuarta canción, “Eddie”, fue otro de los adelantos del disco, y se trata de un amoroso y logrado homenaje a Eddie Van Halen, quien falleció en 2020. Si plantamos un mojón en Return of the Dream Canteen, es en esta coordenada: los solos de Frusciante, los arpegios de Flea, las campanas de los platillos de Smith y la emotividad en los fraseos de Kiedis construyen la que quizás sea la pieza más lograda, con un final descontrolado que rememora a “Dani California”. Y esto no es una coincidencia: en una banda tan sentimental, su “It’s only 1983” tiene destino de tatuajes en pieles y corazones.
La continuación es “Fake as Fu@k”, una canción claramente construida sobre la base de las típicas improvisaciones del trío instrumental, cuenta con la yapa de la trompeta de Flea y fragmentos de voz sintetizada del vocalista. El uso de la arroba en el título es, al mismo tiempo, un chiste amable y una marca de época que, como mínimo, tiene veinte años. Los vientos continúan y la sensualidad crece en “Bella”, el pop rock dice presente en “Roulette” y los sonidos electrónicos alcanzan el máximo protagonismo en “My Cigarette”.
¿Recuerdan el litigio de la banda contra la productora Showtime por el título de la serie televisiva Californication? Bueno, hay que esperar si quince años después Ricky Gervais devuelve las gentilezas por el nombre de la novena canción, “Afterlife”, que inicia con una carcajada, está repleta de rasgueos, cuenta con un bello estribillo y recurre a onomatopeyas, todas marcas registradas de los californianos. El track número diez es el alegre “Shoot me a Smile”, similar en el nombre pero opuesta en espíritu a la tan genial como terrorífica “My Smile is a Rifle” publicada en el disco solista – testimonial de Frusciante Niandra Lades and Usually Just a T-Shirt. Y si del guitarrista se trata, tiene un rol preponderante en “Handful”, repleto de capas de guitarras que dialogan entre sí.
Continuando con los protagonismos, en la placa anterior, fue Chad Smith quien asumió ese rol, quizás por peso propio, quizás para suavizar las expectativas por el regreso del guitarrista pródigo y de su vínculo con Flea y, principalmente, con Kiedis. Aquí vuelve al candelero en la literalidad de “The Drummer”, otro de los cortes de difusión, a caballo de un colchón de teclados. El rock distorsionado presenta credenciales en “Bag of Grins” y la balada en “La la la la la la la la”. “Copperbelly” actúa como un puente entre dicha atmósfera tranquila y la reminiscencia a The Jimi Hendrix Experience en “Carry me Home”.
El disco cierra con “In the Snow”, su canción más larga -de casi seis minutos- y definitivamente más extraña, repleta de reverberación de sonidos, efectos electrónicos y fragmentos vocales recitados. Si bien hay guiños a su propia obra -“Snow (Hey Oh)” en el título y “Show me Your Soul” en las alocuciones dialogadas-, la canción es una buena oportunidad para preguntarse: ¿debemos exigirle innovación al cuarteto más picante? Ellos mismos parecen preguntárnoslo cuando repiten “Tell me what you wanna see / tell me what you want”.
Return of the Dream Canteen está lejos de los clásicos del grupo, incluso es debatible si lo benefició la distribución de temas nuevos en relación a Unlimited Love. Sin embargo, resulta una muestra más de la potencia creativa de este grupo de artistas díscolos que, cuando coinciden en la cantina de los sueños que resulta ser la banda que habitan desde adolescentes, brindan mirándose a los ojos y recargan energías para seguir (en un) viaje.