La banda que se separó en Buenos Aires en noviembre de 2006 (Peter Hook dixit) lanzaba hace 40 años una de las obras cumbres del dance-rock inglés: Power, Corruption & Lies. El 2 de mayo de 1983, tras un fúnebre –aunque a día de hoy inmenso– debut titulado Movement (1981), Bernard Sumner, Peter Hook, Stephen Morris y Gillian Gilbert daban un salto creativo que ponía a New Order en la palestra del pop británico. Las ocho canciones del disco contenían un tono híbrido, “frágil e invernal”, según dijera Morris, pero sin opacar su intensa fusión de rock y música electrónica. Con los simples “Temptation” (10-5-1982) y el ya mítico e imperecedero “Blue Monday” (7-3-83) el grupo había hecho su trabajo: alcanzar una fórmula propia y dejar de sonar como un pastiche de Joy Division.
La portada del disco presenta una reproducción de Una canasta de rosas, obra del pintor realista francés Henri Fantin-Latour que Peter Saville, diseñador de Factory, encontró en una postal adquirida en la Galería Nacional y propuso a la banda a instancias de su novia de entonces, Martha Ladly (de Martha & The Muffins). Con un poco de imaginación podría decirse que es una tardía ofrenda floral para Ian Curtis: o quizás una despedida de su orbe dark a través de secuenciadores, sintetizadores y cajas de ritmos inspirados en un par de viajes a la Nueva York de los discjockeys y los clubs de principios de los ochenta. Recordemos que en noviembre de 1982 se lanza Thriller de Michael Jackson, mientrasAfrika Bambaataa y Grandmaster Flash inventan el hip hop con Donna Summer y el electrofunk de George Clinton al fondo.
El impacto neoyorkino fue tal que New Order convenció a Tony Wilson para que emulara las discotecas de NY y abriera en Manchester la mítica The Haçienda. Corría la aciaga primavera del 82. A todo esto, el mundo del synthpop inglés ya estaba en marcha: Japan, Throbbing Gristle, Cabaret Voltaire, Gary Numan, Depeche Mode, OMD, John Foxx, Soft Cell, Ultravox, The Human League, Yazoo o Fad Gadget, entre muchos otros, habían conjugado el Bowie berlinés de Low (1977) y The Man-Machine (1978) de Kraftwerk con las producciones de Moroder y una estética decadente, irónica, naif, a contrapelo de una belicosa y cínica Inglaterra tatcherista que a partir de 1980 atravesó la peor crisis económica desde el fin de la segunda guerra mundial.
La nave insignia de Power, Corruption & Lies es la extraordinaria “Age of Consent”, apertura que ya lo concentra todo: un desarrollo armónico inagotable en el que la potencia melódica de las cuerdas, con Hooky al frente, y la percusión se acoplan con el pathos del sintetizador y la voz agrietada de un Sumner que se va perdiendo en su desasosiego. Claro que, a pesar de haber saltado fuera de Joy Division como de un tren en movimiento, el grupo aún poseía una mirada desconfiada que podía contradecir la ingenuidad pop y salir airosa: “We All Stand” lo hace en más de cinco minutos de melancolía minimalista, mientras “Your Silent Face” explora el factor humano con una asombrosa fugacidad. En el cierre, “Leave Me Alone” vuelve a tener las cuerdas como eje con una habilidad hipnótica.
Comienza entonces un reinado indeleble: Low-Life (1985), Brotherhood (1986), el magnífico recopilatorio Substance (1987) y el consagratorio Technique (1989) conforman el período clásico de una sensibilidad sonora capaz de remozar las puertas del asombro y los sentidos, atendiendo a la organicidad de una música que seguía el curso de un sonido irrepetible, propio: de la melodía, la armonía y el ritmo como afluentes de una creatividad que pasaba por alcanzar cierta tonalidad afectiva, una paleta de colores anímicos en los que cada sonido, cada elección, tenía algo que expresar. La singularidad, la incansable búsqueda del tono y el color justos, trabajaban entonces en virtud de una pluralidad que New Order cultivó con potencia y lirismo, desgarro y elegancia, señalando con su entraña al poder, la corrupción y las mentiras del arte.