Un grupo de gente criada en los 80, que ama esos años como algunos aman a una madre o a un hijo, por distintos motivos se enteran de que el tiempo ha pasado lo suficiente como para informarles que ya no son jóvenes, aunque lo pretendan (y más lo quieran). Entre parejas de edades dispares que se arman con estabilidad o sin ella, conductores radiales desplazados por figuras jóvenes, hombres grandes a los que la noticia de ser abuelos los pone irremediablemente mal, el film recorre los tópicos de estos tiempos según el habitante promedio de la Roma de hoy: ni muy culta ni muy snob, con las dosis necesarias de cada parte como para cumplir su rol en el juego del entretenimiento popular, que no por eso lo garantiza, aunque tampoco lo niega.

 

El film se mantiene en esa medianía sin perder el pulso, y eso es su techo y su piso: en esa estrecha franja amaga con ser una alegoría que enseña que la carne joven atrae, pero la que en verdad despierta el interés es la contemporánea, esa con la que se creció y se comparten vivencias, sueños frustrados, crepúsculos propios y ajenos, el espacio y el sentir. Nada como alguien de similar edad para compartir las alegrías y pesares de esta vida. Pero eso que sin pretenderlo se plantea como crítica a la imposición social, sólo es un amague, como el que se comen la mayoría de los personajes femeninos de la película, un tufillo a misoginia del que no escapa esa medianía que ya no es romana, sino universal.

Así, cuando parece que se dirige a ser una comedia reconfortante, queda en una gracia de macho alfa que no puede parar de conquistar, como si eso fuera la verdadera juventud: una cacería permanente para acumular presas antes que para saborearlas, para exhibirlas en la pared de la casa antes que para disfrutarlas. Pocas actitudes evidencian tanto la decadencia.

Por siempre jóvenes (Forever Young. Italia, 2016) Dirección y guión Fausto Brizzi. Con: Sabrina Ferilli, Luisa Ranieri. Fabrizio Bentivoglio, Teo Teocoli, Pasquale Petrolo. 95 minutos. Apta mayores de 13 años