Todo el que se dedica de lleno a una actividad (es decir, que vive material y espiritualmente de ella) sabe, con poco margen de error, qué puede funcionar y qué no. Cuándo es el momento de una actitud u otra, qué es mejor según la circunstancia más general que lo rodea. No le escapa a las reglas a Pompeyo Audivert, que entiende que hoy es momento de volver a Macbeth, de William Shakespeare. No cualquier Macbeth: el de Habitación Macbeth. “El concepto de habitación refiere a dos valencias de esa palabra -dice el autor de piezas como Postales argentinas (junto a Ricardo Bartís) y Museo Ezeiza, entre otras-: una la del hombre encerrado en la habitación física y otra la del ser habitado por algo, en este caso por una obra. Juego con esas dos valencias en la medida que define que el trabajo lo hace un solo actor, es decir yo, como un único cuerpo teatral. Un cuerpo que está en una zona que es teatral pero también puede ser una prisión, un hospicio o un páramo, que está abandonado y confinado a esa función de representar la obra. Y esto tiene que ver con que el proyecto fue gestado en la pandemia, en una época de introspección, donde uno se reduce a la casa. Me gusta la idea esa del actor que quedó solo representando ese texto», destaca Audivert.


-Alguien dijo que el problema no es el tiempo sino el espacio sin fin, que en este caso estaría bien delimitado.

-A mí me gusta trabajar desde ese concepto de un tiempo y un espacio teatral pero no representativo del tiempo y el espacio históricos, sino de una zona metafísica en donde no existe ya el tiempo, la ficción histórica, y lo único que quedan son los restos fragmentados de un paisaje que en algún momento fue histórico, pero que ahora se ha derrumbado. Y sobre esos restos, esa extinción, fulguran los actores, algunas reconfiguraciones caleidoscópicas, fragmentos de lo que fue pero ya no es el tiempo histórico, que no es la representación del espejo histórico sino que es un piedrazo en el espejo. Esto que plantea Beckett, donde los personajes han perdido el rastro de sus identidades, ya no saben quiénes son, no saben dónde están, ni de dónde vienen, ni a dónde van. Esas preguntas que por lo general fundan la operación teatral convencional, a mí me gusta hacerlas estallar haciendo estallar el espejo y generar otras versiones de identidad y de pertenencia no vinculadas al frente histórico, sino a esa otra latitud de la que somos fruto, que es esa zona metafísica a la que el ritual teatral se debe por excelencia: el teatro es una máquina destinada a sondear identidad y pertenencia a una escala extracotidiana. El problema es que el teatro se ha embelesado con sus máscaras y las ficciones con las que debería recubrir esa operación de fondo, y se ha entregado a ellas de una forma hedonista olvidando su función central. La máscara es solamente el punto de encaje para concitar una unidad preferencial con los espectadores, pero no puede ser el fin último en la operación teatral.


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-Dijiste que responde a un momento de introspección “donde uno se reduce a la casa”.  ¿Creés que ese es nuestro “destino”?

-La pandemia vino a generar un momento de introspección universal, produjo una suerte de oportunidad para pegar un salto hacia otra zona, otra latitud dentro nuestro. Vaya uno a saber lo que queda cuando termina, qué se ha sedimentado de nuestra subjetividad histórica; creo que va a dejar su huella, y sino nos mandarán otra pandemia para que lo averigüemos de una vez por todas: estamos totalmente como atrapados en este plano ficcional histórico, se tiene que romper esa ostra de realidad aparente y producir ciertas señales que hablen de esa otra verdadera identidad a la que pertenecemos.


En medio de lo que considera “una escena histórica trucha”, cree que la pandemia puede resultar “una oportunidad para entender que estamos todos en la misma, que es un momento universal en el que nos encontramos para empezar como a replantear la perspectiva, porque también estamos en un momento dramático del desarrollo tecnológico, la contaminación, la explotación del hombre por el hombre que va llegando a un límite en el cual lo que está en juego ya es la propia existencia nuestra como especie. Si no hacemos un movimiento, un movimiento hacia adentro que pueda detectar nuestra zona más originaria, y nos conectamos y alcanzamos otra posición más fina, más sutil, más femenina, diría, estamos perdidos como especie. Si la pandemia no deja una reflexión profunda más vinculada a la humano, estamos condenados a repetir, o a sufrir otra pandemia, o a perder una oportunidad que es singularisima”.

Audivert no ahorra ni abusa de las palabras, por eso usa tantas. Tal vez porque ya las piense -se advierte en su construcción gramatical- en función dramatúrgica, lo cierto es que su enunciación lleva, precisamente, a esa función maquinal teatral: sondear identidad y pertenencia. “El fantasma de la segunda ola es devastador. Crea una situación de zozobra que está ahí acechando a la espera de que resolvemos, a la vez que manifiesta todos los límites del sistema capitalista: las vacunas que se quieren quedar los países centrales, el tema de las discusiones políticas que se generan en torno a la salud pública, el patetismo de la derecha y toda la miserabilidad espantosa del sistema capitalista que queda en evidencia.”


Habitación Macbeth. Actuación y dirección: Pompeyo Audivert. Música y chelo en vivo: Claudio Peña. Funciones: sábados a las 21 y domingos a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).