Es cantante, profesora de técnica vocal y diseñadora de ropa, entre otras tantas iniciativas a las que se atreve. Mariana Bianchini empezó a recorrer la escena de fines de los ‘90 con la banda Panza, un proyecto donde su voz fluye de manera singular entre el rock, el pop y el punk y con el que grabó casi una decena de discos. En paralelo llevó adelante una carrera solista, que en 2019 le valió ganar el Premio Gardel al Mejor álbum de rock alternativo por su disco Matrioska (2018). Su infancia estuvo marcada por la música: su papá Roberto fue bajista de Billy Bond, su hermano Sebastián también toca el bajo -en el grupo Árbol-, aunque los recorridos de su madre por la casa cantando a viva voz temas de Valeria Lynch, Patricia Sosa y Celeste Carballo fueron quizás su más grande influencia.

–¿Cuándo decidiste que querías ser rockera?

–Nunca lo decidí, terminé ahí (risas). Mi sueño era ser bióloga y después hice la carrera de Diseño de Indumentaria. Siempre me gustó el diseño y la ropa, de hecho, me hago mis trajes de cartón o de bolsas para los shows. Pero cuando vi que el laburo textil iba por otro lado, dejé.

–¿A quién imitabas frente al espejo?

–Creo que a alguna de esas artistas que le gustaban a mi vieja, pero la verdad es que empecé a cantar poniéndome los camisones y los tacos de mi abuela.

–¿A qué edad tuviste la primera banda?

–A los 19. Hipnótiko, que la formé con mis amigos.

–¿El póster que más querías en tu pared?

–El de Drácula. Era muy fan de Drácula, Bowie, personajes medio góticos.

–¿Drácula en qué versión?

–Gary Oldman…

–¿Ibas a Ciudad Universitaria vestida de Morticia?

–No, no. Me agarró más la época noventosa de la ropa de colores. La etapa más dark fue en el secundario. Ahí me hacía con la máquina de coser la camisa de Jennifer Connelly en Laberinto, una camisa con jabot. Mi abuela, además de tener taller, también era pintora y diseñaba ropa. Yo pasé muchas horas tirándome telas en el cuerpo y haciéndome la modelo.

–¿Cuál fue la remera que más gastaste?

–Tuve una de Batman versión Drácula, con colmillos. Creo que es un cómic, la verdad que no lo leí, pero la remera sí la gasté.

–El último disco de Panza se llama Rock (2020). ¿Existe todavía el rock? ¿Qué es?

–Ese disco fue casi una declaración de amor para lo que significa el rock para nosotros, que nos unió como banda y después con Sergio (Álvarez, guitarrista y productor) como pareja. El rock es lo que a mí me motiva a hacer música y a rebelarme frente a un montón de cosas, y significa mi propia libertad. Es un estilo donde está todo permitido, y en mi caso, que me eduqué mucho en la técnica vocal, me permite ir al extremo de interpretar algo más punk, después pasar a la melodía, etcétera. En otros estilos hay reglas, pero en el rock podés hacer cualquier cosa.

–Sobre los primeros años con Panza, dijiste que estabas harta de ser “la minita” del rock y demostrar todo el tiempo que podías ser más rockera que los rockeros…

–Para salirme del rol de “la mujer en el rock” creía que tenía que ser más rockera, más violenta, más chabón que los chabones. Había toda una carga, como cuando me preguntaban: “¿Qué querés decir con lo que hacés?”. Me puse una mochila con la cuestión de género y la padecí. Más allá que es un tema que investigué y atravesé, no era lo que me había motivado a cantar.

–Esa mochila te la pusieron, entonces… 

–Claro, tenés que pagar un derecho de piso, primero por la profesión y después por ser mujer. Me sentía medio aislada, entonces me puse más violenta para que crean que era una cantante de rock “creíble” y no “la novia de” o “la hermana de”, ni que el grupo era “la banda de la minita”. Con los años me di cuenta de que era toda una creación de mi cabeza y que no necesitaba demostrarle nada a nadie.

–¿Cambió algo?

–Sí, ahora al haber tantas mujeres más jóvenes que toman la posta, me puedo relajar y dedicarme a explorar qué me gustaría hacer, si quiero vestirme de rosa o ponerme tacos o explorar lo femenino, en vez de negarlo para no ser “la minita”.

–¿Qué hay entonces adentro de la Matrioska?

–El título de ese disco reivindica la herencia del poder femenino, las mujeres que me influyeron, desde las cantoras, mi vieja, mi abuela, la rama poderosa de lo femenino que había tratado de apagar durante tantos años. Ahora es algo que me potencia. Entonces me junté con otras mujeres como Nora Lezano, para encontrar una identidad en la música y en la estética y de ahí salió el disco. Sin esperar nada.

–¿Es verdad que “los premios no sirven para nada” o es sólo una frase para pasar por cool?

–¡A mí me re gustó ganar el Gardel! Sobre todo porque estaba tan ebria, no pensaba que iba a ganar… (risas).

–¿Cómo fue eso?

–Yo fui a hacer la tarea: me puse el vestido más divino que encontré y paré, periodista por periodista, para decirle: “Hola, soy Mariana Bianchini y estoy nominada en la categoría Mejor álbum de rock alternativo, ¿no me hacés una nota?”.

–¿Y cómo resultó?

–¡Bien! Imaginate que logré una nota con cada uno, y eso que atrás mío venía Lali Espósito, ¿quién me iba a dar bola a mí? Entonces, cuando terminé la última, ahí en la alfombra roja, dije: “¡Ya fue, ahora champagne!” (risas). Lo que pasó es que empecé a beber y justo anunciaron la ceremonia. Por suerte me nombraron enseguida.

–¿Qué fue lo primero que pensaste cuando te dieron el premio?

–Me acordé de Celsa Mel Gowland, no sólo porque fue una referente, sino porque hizo un montón de movidas que a las músicas nos vinieron tan bien. También agradecí a todas las que colaboraron en el disco. Me hizo bien un reconocimiento de la industria, no estando en la industria.

–Contame cómo son los recitales del Tiny patio.

–Mi casa es muy chiquita. Tenía la depresión pandémica de no poder ir a tocar, entonces empezaron a  venir amigos a tocar al patio, y cuando vi que se armaba algo lindo lo empezamos a filmar y a subir. Y sigue hasta ahora.