Juan Di Natale no se hizo popular como niño prodigio, pero habiendo comenzado en la radio y la televisión en sus veintitantos, a esta altura bien puede decirse que lo suyo fue, sin dudas, «crecer» en los medios. En el otro espacio-tiempo paralelo al trabajo que coincidimos en llamar «vida», el profesor de Letras y conductor histórico de Rock and Pop y Caiga quien caiga también se convirtió en papá, alimentó su pasión bostera, mantuvo el sueño de manejar un barco o un tren y aprendió a digerir las mieles y los sinsabores del reconocimiento público. Con la calma y la honestidad que inevitablemente suele regalar –al menos, a los afortunados– el paso del tiempo, en los últimos años se animó, además, a la AM con Segunda dosis (Radio 10), siguió rockeando en su programa Reloj de plastilina (FM Mega) y capitanea junto a Elizabeth «la Negra» Vernaci Sobredosis de TV (C5N), todas propuestas que acaban de renovar temporadas en este 2023. En cuanto a lo personal, a Di Natale nada parece contentarlo más que los planes simples junto a sus seres queridos.

–¿Qué extrañás de tu infancia en los ’70 que ya no exista?

–Había un momento tierno cuando con mi papá le «dábamos de comer» al hipopótamo en Pumper Nic (se refería al tacho de basura, no se parecía mucho a un animal, pero en fin). Porque él me llevaba a ver la primera función del cine de los sábados y a comer una hamburguesa.

–¿Y qué cosas que existen hoy te dan ganas de volver a ser un niño?

–Todo lo relacionado con consolas y juegos, las realidades en las que los chicos se pierden ahora. Me encantaría haberlas conocido en mi infancia.

–Sos el menor de tres y te criaste con hermanos bastante más grandes que vos.

–No sé si tanto más grandes, pero mi hermano mayor me llevaba diez años y el que le sigue, siete… Digamos que sí, yo estaba lejos.

–¿Y qué «especialidad fraterna» trae esa diferencia de edad?

–Mi hermano mayor fue muy generoso y en un momento, cuando él ya trabajaba y yo era un preadolescente, medio que la mensualidad me la tiraba él, o era un plus que yo tenía más allá de lo que me daban mi mamá y mi papá. Y después estaban los discos, la información musical que me llegaba a través de ellos. Al primer show de rock que fui me llevó mi hermano Alejandro, el del medio.

–¿Qué soñabas ser cuando eras pibito?

–En un momento quise ser profesor de matemática o contador, pero después resulté malo con los números. Así que quise ser escritor…

–Estudiaste Letras en la UBA y fuiste profe de Semiología: ¿tiene cura el flagelo de los condicionales y los gerundios mal usados?

–La pretensión del uso perfectamente gramatical del lenguaje es una causa perdida. Ni siquiera sé si a esta altura importa. Es linda la lengua cuando está bien interpretada, como si fuera un instrumento.

–¿La vocación literaria viene de familia?

–No sé si puedo atribuírsela a alguien, pero en mi casa había libros, aunque no los que se leen en la facultad. Mi hermano más grande era muy fanático de la ciencia ficción y teníamos la colección Minotauro, entre otras del género; mi papá era más lector de historia, best sellers de espionaje y policiales. Y también estaba la biblioteca infantil de la época, la Robin Hood.

–¿De qué cuadro de fútbol sos hincha?

–Soy de Boca Juniors desde la cuna.

–Hay una idea o algo de «chico bueno» en tu imagen pública. ¿Siempre te portaste bien?

–No, no siempre me porté bien y soy un señor grande, así que lo de «chico» no mecabe. Trato de ser una buena persona, me esfuerzo en eso, pero también puedo ser una persona horrible, básicamente, como todos.

–¿Cuál es el oficio u ocupación, en las antípodas de lo que hacés, a la que te gustaría dedicarte?

–No creo que esté en las antípodas, porque también se trata de conducir: me gustaría manejar un camión, un tren, o un barco grande, vehículos de gran porte. También me gustaría ser ALF. No me gustaría de ninguna manera ser cirujano, por ejemplo.

–¿Cuál fue la mejor experiencia o el mejor canje que ligaste por ser «famoso»?

–En los dorados ’90, para fin de año me enviaban una horma de queso sardo, hermosa, grande, que degustaba durante todo el verano con algún vinito fresco. Y últimamente, más bien son cosas que gestioné o pedí para disfrutar con mi hijo, como ir a la cancha de Boca y conocer el palco presidencial, cortesía de Jorge Ameal, a quien se lo agradeceré de por vida.

–¿Y el oprobio de ser un tipo conocido?

–Que te miren como si fueras un animalito, y te transformes en una especie de espectáculo para algún espectador que no se da cuenta de que sos una persona igual que él.

–¿Tenés algún tipo de destreza digna de mencionarse?

–Sé curar el empacho tirando el cuerito.

–Como papá: ¿creés que la evolución generacional es un hecho? ¿En qué te supera tu hijo?

–No lo quiero quemar, pero creo que me supera en muchas cosas y además, porsupuesto, es mi deseo que lo haga y que llegue más lejos en todo. Pero fundamentalmente, uno quiere que su hijo sea feliz, aunque suene a cliché.

–¿Un disco favorito?

–Ahora, João Voz E Violão, de João Gilberto. El mes que viene te digo otro.

–¿Y un libro o escritor?

–Me cuesta elegir, pero los tres escritores que más leí son Juan José Saer, César Aira y Sergio Bizzio. Creo que son de los que tengo más títulos presentes en mi biblioteca.

–¿Alguna tarea hogareña que sólo te competa a vos?

–Lavo los platos, cocino, saco la basura… También pago las cuentas y muchas cosas más que ahora se me pierden. Soy muy activo en asuntos de la casa.

–¿Un ejemplo de las mejores vacaciones?

–En otros tiempos habría elegido una playa con aguas cálidas y transparentes para bucear. Ahora elijo alguna playa donde mi hijo pueda jugar tranquilo con algún amigo mientras yo leo a la sombra.

–¿Con qué descargás de tanta realidad en la que te enfrasca el trabajo?

–Me gusta leer, ver series, películas, escuchar música; y además leer sobre lo que escucho, veo o leo. También caminar escuchando música y pasar tiempo con mi hijo haciendo algunas de estas cosas.

–Mafalda preguntaría: ¿planificás tu futuro o vas improvisando?

–Trato de tener una planificación de supervivencia y después estoy entregado un poco al azar, lamentablemente. Como nos pasa a la mayoría. «