Es la menor de seis hermanos, uno de ellos, el excanciller Felipe Solá. Le gusta la música desde siempre: de chica cantaba en su casa, en reuniones familiares y en encuentros de diverso tipo. Pero nunca pensó que sería la profesión que marcaría su vida. Hasta que a los 27 años Dolores Solá conoció al guitarrista y compositor Acho Estol. Se enamoraron, empezaron a hacer música juntos y en 1996 –junto a Juan Valverde– crearon La Chicana. Desde entonces La Chicana editó diez discos y se transformó en una de las máximas referencias del tango contemporáneo.
En 2010 lanzó Salto mortal, su primer disco bajo su nombre, y desde el año pasado comenzó a centrar toda su energía en su carrera solista. Conduce junto a Sandra Russo el programa Calandrias (sábados de 13:30 a 16, por Radio Nacional) y es columnista del programa La la las (Radio Provincia, miércoles de 20 a 22 ).
El sábado 22 de octubre y el viernes 4 de noviembre se presentará junto a Cucuza Castiello en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575, a las 22).
–¿El camino como solista fue buscado o se dio naturalmente?
–Lo buscamos. Necesitábamos hacer cosas por separado. A Acho, como productor, le fue más fácil. A él le gusta más el estudio y a mí el escenario. Entonces me mandé sola: hice mis canciones y me puse a mostrarlas.
–¿Qué es lo peor que te puede pasar en el escenario?
–Estar desconectada y con ganas de bajarme.
–¿Y lo mejor?
–Sentir alegría e inspirarme con lo que el público te devuelve.
–¿Te acordás de la primera vez que cantaste?
–No tengo registro exacto, pero estoy segura que fue en casa, frente a la familia. Siempre me hacían cantar, era algo que disfrutaba y hacía bien. Pero estaba en modo juego.
–¿No pensabas en ser cantante?
–Me gustaba cantar y listo. No consideraba hacer una carrera.
–Pero estudiaste canto.
–Sí, de hobby, pero nunca tuve un proyecto, ni me acerqué a amigos que sean músicos. Hasta que conocí a Acho. Ahí empecé a dedicarme en serio.
–¿Cuáles fueron los trabajos que tuviste hasta que encontraste el camino de la música?
–Hice de todo. Fui camarera, secretaria, modelo mucho tiempo, lo que me dio la posibilidad de viajar.
–¿El trabajo de modelo te dio un sentido estético más marcado?
–Puede ser que te deje algo del cuidado de la imagen, pero no creo que me haya enriquecido como persona. Me gusta la ropa, por dar un ejemplo.
–¿Había en tu familia una exigencia estética tradicional?
–Sí, en el ámbito social donde crecí había esa presión de verse bien. Además, en mi generación era fuerte esa presión, y eso me quedó. Hoy las chicas son más libres. Si tienen un rollito que se asoma por debajo de la remera, no les importa. Me parece bárbaro. Es admirable y las aplaudo.
–En el ámbito familiar, ¿te dieron el lugar para desarrollar el gusto por lo artístico?
–Me lo busqué yo. A mi padre le gustaba la música y mi madre siempre leyó mucho. Pero tampoco nos incentivaron hacia lo cultural. Sí intelectualmente, apoyándonos en nuestra educación. Pero cuando de chica pedía instrumentos no me daban bola, por más que tenía condiciones. En la música no me apoyaron, pero tampoco me llevaron la contra. Simplemente no era algo que ellos tuvieran en cuenta. El mandato era otro.
–¿Cuál?
–Estudiar. Cuando terminé el secundario me anoté en Asistencia Social y después en Ciencias de la Comunicación. Pero largué las dos.
–¿Por qué?
–No me terminaban de convencer. Además, estaba distraída, ya trabajaba como modelo y viajaba mucho. Me costaba dedicarle tiempo.
–¿Te iba bien?
–Sí, no me costaba estudiar. El tema pasaba por otro lado. Estaba colgada, creo que en una búsqueda que en ese momento no sabía que estaba transitando.
–¿Tenías alguna cantante referente?
–Me encantaban las cantantes italianas: Gabriella Ferri y Raffaella Carrá. Pero también escuchaba flamenco, Lola Flores y cantantes de todo tipo. No sé si eran referentes: eran estilos que me gustaban.
–¿Tenés gusto por otras artes?
–Me gusta escribir. Pero no me lo tomo como algo a desarrollar. Si me nace, lo hago.
–¿Cuáles fueron los viajes que más te enriquecieron?
–Con La Chicana tuve la chance de recorrer lugares a los que sola quizás no hubiese ido. Estuvimos un mes en Senegal y nos marcó. La música, el estilo de vida, la idiosincrasia, la buena onda de la gente… Por nombrar un lugar que me voló la cabeza.
–¿También fueron bastante a Asia, no?
–En China estuvimos tres veces y nos encantó. También estuvimos en Corea, Tailandia y Singapur. Todas maneras distintas de vivir, de pensar. Y también disfrutamos de Europa, de Brasil y Uruguay. Con Acho somos aventureros.
–¿Cada público tiene su encanto?
–Son muy distintos y depende también del ámbito. En un festival de world music la gente no tiene prejuicios, le gusta conocer cosas nuevas. Además, nosotros no hacemos música for export. Tratábamos de comunicarnos, aunque no entendieran las letras, trabajando el aspecto festivo y folklórico de los sonidos. Siempre se copaban.
–¿Sos de prestar atención a la gastronomía en los viajes?
–La verdad que no. No es un tema que me llame la atención. Yo cuido mucho lo que como y Acho –que es medio maniático– no come cualquier cosa, así que no somos de meternos mucho a probar. Pero hemos probado cosas sin saberlo…
–¿Cómo cuáles?
–Comimos carne de rata, de perro, grillos y otras cosas exóticas. Nos lo dieron a probar sin saber qué era. Son cosas que pasan en este tipo de viajes. La verdad es que nos enfocamos en otras cosas cuando viajamos.
–¿Espirituales?
–No tanto. El budismo y el hinduismo mes gustan desde un lado estético, la iconografía o la belleza de los rituales. En África también vi prácticas o creencias que me llamaron la atención, pero disfruté de conocerlas, no es que las incorporé. No me dio un mambo espiritual, soy curiosa y me gusta saber cómo viven las personas en cada lugar.
–¿Sos más de contemplar el devenir cotidiano de cada lugar?
–Exacto, eso me gusta. Uno se da cuenta que en occidente hay una falta de sabiduría que es perjudicial para las sociedades y el planeta. Y lamentablemente todo se va occidentalizando. Pero bueno, hay otras maneras. Nosotros tocábamos y nos quedamos siempre unos días más, donde sea que fuéramos.
–¿Siempre fuiste aventurera?
–Sí, desde siempre, y me encontré con Acho que también es curioso y le gusta conocer cómo se vive en otros lugares.
–¿Preferís auto, tren, barco o avión?
–Tren. Es el medio menos peligroso, el tiempo transcurre distinto y podes levantarte y caminar. Me inspira más que los otros medios de trasporte.
–¿A qué le cantan tus canciones?
–Siempre está presente la naturaleza y sumo historias que me gusta contar.
–¿Hacer radio es un descubrimiento?
–Me gusta mucho. Pienso mucho en las columnas, me gusta la dinámica y los tiempos.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Mal. No pienso en el futuro. Soy más de mirar para atrás, para ser lo más sabia posible y no cometer los mismos errores.
–¿Por qué mal?
–Me está pasando una calamidad: envejecer. Me la tengo que bancar. Nos pasa a todos.
–¿Te angustia la muerte?
–Trato de agarrarme cada segundo a todo lo que me da alegría y felicidad. Personas, situaciones o lo que me toque. Estoy haciendo un jardín en mi casa.
–¿Es muy importante?
–Sí, vivo en Recoleta, así que quiero mi espacio verde. Pero siempre busco una conexión. De la terraza de mi mamá se ve el río y ya eso me pone bien. Si no, a dos horas y media mi familia tiene un campo que adoramos y al que vamos desde chiquitos. Voy cada vez que puedo. «