“Dolor y gloria” es el regreso de Pedro Almodóvar a su mejor cine. O por lo menos al cine suyo del que más gustan los argentinos. El campesino de La Mancha que llegó a Madrid hacia fines de los 60 y fue testigo directo de la llamada transición española (el fin del franquismo y la apertura democrática) y partícipe directo de la movida madrileña que hizo hablar de España al mundo, completa con este film lo que muchos consideran una trilogía de fuerte tono autobiográfico que iniciaron “La ley del deseo” (1987) y “La mala educación” (2004). Si en ellas contó y saldó varias cuitas sobre su pasado, aquí lo hace con su presente y lo que queda por venir.
Antonio Banderas es Salvador Mallo, director que ha conocido la gloria y está prácticamente retirado. A Mallo (papel por el que Banderas se llevó la Palma en Cannes) sus incansables dolores en la espalda y la cabeza lo llevaron a una profunda depresión, al punto de la postración (más espiritual que física). Con motivo de la presentación de una copia restaurada de su más celebrada película en la Filmoteca de Madrid –una copia restaurada de “Sabor”, estrenado 32 años atrás–, se reencuentra con Alberto Crespo (Asier Etxeandia), a quien no había visto desde el rodaje de ese film. Un sabor a reconciliación que incluye el uso compartido de heroína (definida por Almodóvar como “el Vietnam” de la generación de la Movida) y un pequeño proyecto teatral.
Almodóvar explotó en la Argentina en 1989 con cuatro estrenos que comenzaron con en enero con “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, su séptima película. Ese mismo año, con diferencia de meses, llegarían: “La ley del deseo” (sexta película), “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” (cuarta) y “Laberinto de pasiones” (segunda). Almodóvar se convertía en un ídolo de la platea argentina, especialmente la femenina y los géneros no binarios, aún no reconocidos como tales. La preferida de su filmografía entre el público argentino, como muestra el cuadro, fue “Todo sobre mi madre” (1999, 350 mil espectadores). Esa fue también la película que conmovió a Hollywood, que lo premió con un Oscar, aunque nunca logró que filmara en la meca norteamericana.
El casi septuagenario director (llega a los 70 en septiembre), encuentra en “Dolor y gloria” la posibilidad de ir cerrando frentes abiertos durante los años –incluso desde sus formas estéticas, ya experimentadas en Julieta– para tal vez recorrer otros caminos en lo que él mismo entiende como el inicio de un crepúsculo. Y no sólo los propios, también los de parte de una generación. La que supo interpretar de la península ibérica y clave española ese mundo en el que los pobres como él entendían más y mejor las bellezas y virtudes a ambos lados de grieta que por más de un siglo había enfrentado a la burguesía y el proletariado. Almodóvar es hijo y padre a la vez de ese mundo que dejaba de ser binario: desde su homosexulidad se mezcló con la flora y fauna que producía una subjetividad estallada que deshacía todas las identidades preexistentes; y él las abrazaba a todas, tomando los valores libertarios de la burguesía, rescatando la nobleza e integridad emocional de los que, por falta de recursos, resultaban más vulnerables para los poderosos y sus poderosas instituciones. Corriéndose de la encerrona dialéctica, para el hemisferio latino del mundo Almodóvar se convertía en el descubridor de un nuevo mundo.
Título / Año de estreno en Argentina / Espectadores
-Todo sobre mi madre (1999): 350.000
-Volver (2006): 330.000
-Hable con ella (2002): 295.000
-La piel que habito (2011): 155.000
-Carne trémula (1998): 152.000
-Los abrazos rotos (2009): 130.000
-Julieta (2016): 120.000
-La mala educación (2004): 110.000
-Los amantes pasajeros (2013): 60.000
Fuente: Ultracine.