El actor chileno que hace casi medio siglo vive en nuestro país participó de un acto de repudió en el CCK por los 50 años del golpe de Estado de Augusto Pinochet. En esa oportunidad sostuvo que «hay que recordar lo que pasó, no hay que olvidar», al tiempo que señaló: «no quiero morir en una Argentina gobernada por un fascista». «Es muy preocupante lo que está pasando en la Argentina, estoy francamente angustiado. Siento que si gana el fascista que está vociferando me causaría mucha pena y no quiero morirme en una Argentina gobernada por un fascista, pero esperemos que no se cumplan mis temores», expresó Patricio Contreras.
El actor que mereció el Martín Fierro por su labor en «Buscavidas» (1988) y el Premio Konex en 1991 y 2001, entre otros reconocimientos, será uno de los participantes de una actividad en la explanada del CCK que incluirá a su colega Benjamín Vicuña y donde con arreglos orquestales y dirección musical de Julián Caeiro, tocarán Lorena Astudillo, Flor Bobadilla Oliva, Victoria Bichner, Luciana Jury, Manuel García, Mauricio Redolés y María Colores, entre más.
Contreras nació en 1947 en Santiago de Chile y es famoso por sus papeles en «La historia oficial», ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera, «Made in Argentina», «No habrá más pena ni olvido», «Gringo viejo», «La fuga», entre otras.
En teatro, participó de numerosas obras como «El patio de atrás», «Esperando a Godot» y «Seis personajes en busca de un autor». A sus 75 años y en plena actividad, el intérprete habló con Télam sobre su relación con la sociedad chilena, la experiencia del exilio, la realidad política actual, el lenguaje de la infancia, la vigencia del teatro y su vínculo con Argentina, donde vive hace casi 50 años.
-¿Cómo ve a la sociedad chilena actual? ¿Cuál es su relación con el país en este momento?
– Patricio Contreras: Desde hace años mi relación con Chile es laboral, bastante sostenida. Afortunadamente, no me olvidan, pero rara vez voy por placer. Voy por trabajo: es una linda manera de volver. Me encuentro con viejos compañeros, con jóvenes, actores que voy conociendo. Con respecto a lo que acontece en el país, trato de seguirlo lo más minuciosamente posible pero no me mato, porque la realidad nuestra acá es bastante intensa, nos ofrece acontecimientos de todo orden. Lo cierto es que yo me siento perteneciente a la sociedad argentina desde hace años. Por supuesto que sufro cuando Chile tiene desgracias, que parecen ser una constante en nuestra geografía tan rara, accidentada, con esa tierra que se mueve a cada rato. Lamento mucho esas desgracias naturales que ahora se están haciendo muy común en todo el mundo.
-A pesar de las desgracias, parece haber una actividad cultural muy activa…
-Sí, noto que los jóvenes vienen con propuestas mucho más desenfadadas, porque los chilenos hemos sido gente muy apagada, muy preocupada de no hacer el ridículo, muy pudorosa, que habla bajito. Ahora los jóvenes se expresan en voz alta y eso me parece muy saludable. En lo artístico también se ve esa potencia. El mundo se transformó en una sola aldea, como decía Marcuse. Efectivamente, hoy la interrelación de todos los pueblos es muy intensa, muy influyente; de repente hay chicos de estas regiones que hacen streaming o cantan trap que son famosos en Asia, por ejemplo. Pero el problema sigue siendo la desigualdad. Es uno de los países con una desigualdad más marcada: si bien erradicó la pobreza bastante, el abismo que hay entre los que más ganan y los que menos ganan es espantoso. Es una sociedad muy injusta, muy clasista, trata de que nadie se mueva de donde nació, que siga su curso, con una educación que te que te matrice como pobre, que no tengas alternativa.
-¿Cómo observa el tratamiento que el país ha hecho en relación al golpe militar contra Salvador Allende?
-Es imposible comparar el tratamiento del tema de los derechos humanos, de los abusos, de los crímenes de la dictadura, con el que ha hecho Argentina. Lo de Argentina no se parece a nada. Ningún país ha conseguido una lucha tan ejemplar a través de las madres, las abuelas, los nietos, los hijos. Eso es muy conmovedor. En Chile, lamentablemente, la presencia militar es muy fuerte. La adhesión que tiene la dictadura es impresionante. No voy a hacer sociología, pero da la impresión de que a los chilenos nos gustan mucho los uniformes. De chicos nos fue inculcado vitorear a las fuerzas armadas porque venían de un periodo victorioso, se veía al soldado como un miembro del pueblo. Pero se transformaron en lo que fueron y en lo que espero que no vuelvan a ser: ejércitos de ocupación. Quedó claro que trabajaban para los amigos del norte.
-¿Existe en Chile un consenso sobre los crímenes de la dictadura militar? ¿Hay una cultura de los derechos humanos? En ese sentido, ¿Cómo ve al gobierno de Gabriel Boric?
-Hay gente que celebra la figura de Pinochet, le van a cantar el feliz cumpleaños a no sé dónde. Un porcentaje alto de la población chilena lo celebra como héroe nacional. Es un país raro, aunque uno termina por convencerse de que todos los países son raros, por eso nos parecen raros los otros. Es un país que ha experimentado cosas que parecen fenómenos de laboratorio. El gobierno de Allende fue una experiencia inédita en el mundo: un candidato declaradamente marxista que llegó por el voto popular y democrático. Eso fue muy raro, no llegó a los tiros. Aunque también quedó demostrado que no se puede hacer la revolución sin tiros. No estoy abogando por la lucha armada ni mucho menos, pero la experiencia indica que todas las revoluciones, las buenas, las malas, las que nos gustan más o menos, justas o injustas, han sido cruentas. De todas formas, el mundo ha cambiado, se puede discutir el pasado, se puede hacer autocrítica, pero es el pasado. Lo de Allende fue un experimento que salió mal, no funcionó; después vino el experimento del Hitler sudaca encarnado en la figura de Pinochet, alguien que conmocionó al planeta con su crueldad, pero que terminó durmiendo en su cama, no le paso como a Videla. Ya te digo, el experimento va y viene. Este pueblo ahora eligió a Boric, luego de un estallido social inexplicable que no fue dirigido. Y ahora de vuelta la derecha, que es astuta, logra hacer fracasar un cambio revolucionario para terminar con la constitución de Pinochet. Ahí estamos.
-¿Qué reflexión tiene sobre el ascenso de las nuevas derechas que impactan y atraen a un electorado diverso con discursos radicales y antisistema? ¿Se puede decir que es una nueva forma de rebeldía?
-No creo que sea rebeldía. Hay una definición extraordinaria de lo que es un fascista: un burgués asustado. Creo que son sectores de la sociedad que están asustados porque la torta se hace cada vez más pequeña y somos muchos los que queremos aunque sea, un pedacito de la torta. Hay un montón de gente esperando el derrame de los ricos, una gotita aunque sea. Hay una gran falta de alimento, una gran meteorología de los pueblos, inmigraciones, miles de personas que se arrojan al mar buscando los sueños que ha creado el capitalismo. La gente quiere entrar ahí, donde hay comida, confort, gente linda. Entonces, los que estamos cómodos, alimentados, bajo un techo, nos preocupamos. Y ahí aparece el burgués asustado.
* Télam