La patrulla infernal (1957)

La primera película de Stanley Kubrick que muestra que el director ve más allá. En pleno momento de prosperidad y recuperación económica luego de la Segunda Guerra, el realizador se mete con el conflicto bélico de la primera contienda, lejos de todo glamour y falso heroísmo. En plena guerra de trincheras, el general Mireau ordena un ataque para recuperar una colina en manos alemanas, pero ante las grandes perspectivas de una masacre, una parte de las tropas se amotinan: el Coronel Dax (Kirk Douglas) no consigue sacarlas al combate. El General entonces ordena a la artillería bombardear a sus propias tropas para que salgan a luchar. Kubrick descubre la tragedia que implica que, por primera vez en la historia, los altos mandos están lejos del campo de batalla: el relato evidenciará que, incluso en las luchas fratricidas, las elites se alejarán cada vez más de quienes les dan sustento, hasta gozar de una autonomía que no pone en jaque su poder. Esa es la crueldad más novedosa del conflicto: hombres y mujeres se sorprenden no de lo que los poderosos son capaces de hacer por lo sanguinario de sus procedimientos, sino por lo impiadoso de su trato. El final con la mujer alemana (la primera persona de esa nacionalidad que aparece en todo el film), tan trabajadora como los soldados aliados que la escuchan y con los que establece empatía, muestra que la clase obrera deberá sofisticar sus conceptos y su lucha si quiere alcanzar la tan ansiada emancipación.

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2001: Odisea del espacio (1968)

A un año de la llegada del hombre a la luna, Kubrick advierte que, como toda frontera, el espacio es tan seductor como peligroso, tan amigo como enemigo. La combinación entre un monolito de aparición sorprendente y poderes insólitos, una computadora (la inolvidable HAL 9000) que se autonomiza de las órdenes humanas y viajes interestelares que no se sabe si son al pasado o al futuro arman un combo que producen un pasaje a los los misterios sobre la propia mente humana. De ahí en más, ninguna película de ciencia ficción será igual, y mucho menos tranquilizadora: la distopía se instala. Kubrick ve el horizonte de un mundo dominado por computadoras diseñadas por humanos que, según sus preconceptos, no tiene ni tendrá errores: el fallo está de más, y tiene que ser eliminado, incluso si para ello hay que eliminar a quien lo porta. La imagen sellada para siempre en el público del Sapiens blandiendo irascible un hueso aún no convertido en tecnología parece una estampita, un recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue.

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La naranja mecánica (1971)

Los sueños de un mundo mejor quedaron desechos, entre otras cosas, por el abuso de drogas de todo tipo. Pero más por la errónea conceptualización de la libertad: no se trataba de hacer lo que venía en gana, sino de negarse a hacer lo que se considera que no corresponde obedecer (la famosa transgresión de hacer lo prohibido en el Paraíso). En otras palabras, la libertad, antes que placer y el goce onanista, consiste en decir no al autoritarismo, la explotación, el  abuso, la desigualdad de género, y siguen las firmas. En otro anticipo de época memorable, Kubrick toma la noevla de Anthony Burgess para decir a esos seres que van por las calles rompiendo cosas e insultando gente porque creen que son libres, y en verdad son el el mercado disponible para el facismo: capaces de someterse a los experimentos psiquiátricos más diabólicos (¿como comprar y vender órganos?), resultan la carne de cañón ideal de quienes quieren conservar el poder y los privilegios clamando libertad.

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El resplandor (1980)

Jack Torrance se traslada con su mujer y su hijo de siete años a Denver, Colorado, para hacerse cargo del gran hotel Overlook durante el invierno, cuando está todo cerrado. Una situación ideal para meterse de lleno con la novela que sueña escribir. En la historia que primero imaginó Stephen King, lo que sucederá será más bien lo contrario a la paz: fenómenos paranormales de variado tipo que tienen que ver con el pasado del hotel, llevan a situaciones trágicas. Una metáfora sobre la familia nuclear (el modelo burgués desconectado de las interacciones de la familia ampliada) como la verdadera pesadilla del hombre y la mujer modernos, pero más que nada de los infantes: ellos son las verdaderas víctimas de un modelo que en la búsqueda del ideal absoluto, construyó monstruos indomables. De las primeras películas en usar el steadycam, sin dudas es la primera en mostrar las fabulosas posibilidades narrativas que abría en manos de directores de la talla de Kubrick.

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Ojos bien cerrados (1999)

Kubrick se despide del cine -es su última película- y del siglo al que interpretó como pocos con el atrevimiento de siempre. En un mundo que ya no tenía el Muro de Berlín para explicarlo, y la lucha ideológica y política no recuperaría más su protagonismo de antaño, el sexo y las relaciones amorosas se convierten en una obseión. Y es el centro narrativo de la película protagonizada por la entonces pareja de la vida real Tom Cruise y Nicole Kidman. Ellos son Bill y Alice, y buscan desesperadamente que el deseo del uno por el otro no decaiga, que la pasión que los unió mantenga su fuego, que su amor sea el sello distintivo que los destaque y los fije en la memoria colectiva humana.  Pero en ese baile de máscaras al que Bill invita a Alice a participar para despertar nuevas fantasías en la pareja, lo que el cine de Kubrick descubre es que el deseo y el goce femenino no era como el cine siempre había mostrado. Es algo mucho más vasto y misterioso que lo que la imaginación masculina ha podido mostrar, y que pese a los prejuicios, está lejos de la mercantilización de los hombres.

Disponible en HBO y Amazon Prime por suscripción, y YouTube.