La muerte de Alberto Ure fue recibida el jueves con enorme dolor en el seno de la comunidad teatral. El dramaturgo, director, docente y teórico teatral murió en su casa a los 77 años a causa de un ACV que se le declaró en 1998 y del que nunca pudo recuperar.
Ganador de los premios María Guerrero, Teatro del Mundo, Konex, Molière y Podestá, había nacido en Buenos Aires el 18 de febrero de 1940 y a los 20 años tomó clases de actuación con Augusto Fernandes y Carlos Gandolfo, de quien fue asistente de dirección en Salvados, de Edward Bond, a poco de haber ingresado a su escuela. La obra fue prohibida a las pocas funciones por el gobierno de Juan Carlos Onganía, que suponía que algún pasaje afectaba a la sensibilidad del «público medio», lo que marcó de algún modo los futuros trabajos de Ure, que incursionaron en el más absoluto eclecticismo y que, a favor o en contra, nunca dejaban espectadores indiferentes.
En el Instituto Di Tella estrenó Palos y piedras en 1968, una creación colectiva más recordada por los memoriosos que bienvenida por la crítica, y creó una conmoción en esa misma temporada con Atendiendo al Sr. Sloane, de Joe Orton, un británico especialista en comedias negras que por entonces sonaba muy revulsivo.
Al año siguiente permaneció cuatro meses en Nueva York, donde tomó clases con el director y teórico Richard Schechner, promotor del «teatro pobre» del polaco Jerzy Grotowski, tendencia que lo influyó con fuerza en sus primeros años de actividad, y a su regreso montó su propio estudio, donde experimentó con el psicodrama con la participación de Eduardo Pavlovsky e investigó ciertos procesos psicoactivos.
Fue docente titular en la cátedra de Dirección en el entonces Conservatorio Nacional de Arte Escénico desde 1975, pero con la llegada de la dictadura cívico-militar del año siguiente debió exiliarse en España, donde dio clases en el Conservatorio Real de Madrid y el Instituto Goethe local, además de haber dirigido algún espectáculo.
Su siguiente locación fue en Brasil, contratado también por el Goethe, y cuando regresó a la Argentina, aún bajo el gobierno de facto, su puesta de Telarañas, de Pavlosvky, también fue prohibida y entonces, como era un hombre sin prejuicios y ferviente trabajador, hizo debutar en teatro a Graciela Alfano en la comedia Espía por amor, que le sirvió para recargar sus ingresos.
En 1981 fue uno de los impulsores de Teatro Abierto, para el que dirigió El 16 de octubre y Barón V, ambas de Elio Gallípoli, y entre 1990 y 1991 fue director contratado en el entonces Teatro Municipal General San Martín, un cargo que cumplió en paralelo con el de director adjunto del Centro Cultural Recoleta, por aquellos días a cargo de su amigo Miguel Briante.
Luego incursionó en TV redactando guiones o corrigiendo ajenos y fue director de casting de Canal 2 -lo que le daba otra categoría a los productos de la casa- y en el 13 hizo lo mismo, además de aparecer como director en la telenovela Bárbara Narváez, con Leonor Benedetto y Gerardo Romano, y como director de escena en Zona de riesgo, con Romano y Rodolfo Ranni, que en 1992 se animaron a ser pareja ante las cámaras.
Amigo de la provocación y lo pragmático, dos de los últimos espectáculos teatrales que montó fueron En familia, de Florencio Sánchez (1996, TNC), en la que mezcló actores de TV (César Bertrand, Lisandro Carret), una actriz casi retirada (Estela Molly) y gente del off (Vera Fogwill, Humberto Tortonese), y Don Juan, adaptación de varios textos clásicos con escenas sexuales bastante explícitas. Antes había hecho besarse a dos hombres -Lorenzo Quinteros y Antonio Grimau- en Los invertidos, de José González Castillo, en el San Martín, en 1990, e incluyó a otro actor -Willy Lemos- vestido de mujer en lo que se supone el primer caso de travestismo en un teatro oficial.
Otras de las obras que dirigió fueron Puesta en claro, de Griselda Gambaro, Antígona, de Sófocles, ambientada en la actualidad, El padre, de August Strindberg, Noche de reyes, de William Shakespeare, y El campo, también de Gambaro.
Dejó una única obra de su autoría, la vitriólica La familia argentina, que tuvo dos versiones, una de ellas con Claudia Cantero, Carla Crespo y Luis Machín, dirigida por control remoto a través de Cristina Banegas -él fue quien puso el nombre El Excéntrico de la 18 a la sala-escuela de la actriz- y publicó los libros Sacate la careta (2003), Rebeldes y exquisitos y Ponete el antifaz (ambos de 2009).
Durante un homenaje que se le hizo en el Teatro Nacional Cervantes ese último año, al que asistió emocionado y en su silla de ruedas, el crítico Carlos Pacheco habló así: «Ure buscaba, confrontaba, se enojaba con su tiempo y con sus pares. Estaba perdido y lo manifestaba. Se encontraba y lo disfrutaba. Nunca fue un transgresor, como muchas veces se dijo, y por eso se lo cuestionó o negó. Es un creador en búsqueda permanente. Con un discurso complejo a veces, pero movilizador siempre».
En la ocasión, su colaboradora y amiga personal Banegas, expresó: «Fue enorme la voracidad de Ure por la lectura; era inalcanzable. Hasta que descubrí que tenía insomnio. Claro, como no podía dormir leía entre cuatro y cinco horas más por día que cualquiera de nosotros».
Sus restos son velados a partir de las 17 en la sala 3 de la Casa de la Cultura porteña, Avenida de Mayo 575