“Supongo que no están preparados para esto, pero a sus hijos les encantará”, dice Marty McFly, el famoso personaje que encarnó Michael Fox en Volver al futuro, después de tocar un riff de heavy metal ante una audiencia de los años 50. Haciendo una analogía con Motomami, el nuevo disco de Rosalía, no sabemos si caben los augurios proféticos pero sin dudas, nadie podría negar el carácter trasgresor de este tercer álbum de la española.
Hablamos de la misma que sorprendió al mundo con El mal querer, su trabajo antecesor, lanzado en 2018 cuando el mundo no era lo que es hoy. Rosalía también cambió sin ningún tipo de prejuicio ni cannon que la guíe a la hora de pensar, componer y ejecutar este trabajo. Una metamorfosis en clave reggaetón, con mucha influencia de la bachata, el dembow y los ritmos latinos que ella confesó haber bailado de adolescente con sus primos. Si El mal querer es una narración, Motomami es el vire a lo autobiográfico, dialogando con ella misma y al mismo tiempo con su público. Poeta anfibia que aúna culturas como géneros musicales, en este disco Rosalía se encargó de crear su propia jerga dentro del disco.
Se trata de 16 canciones en algo más de 42 minutos, donde resuenan títulos como “Chicken Teriyaki”, “Abcdefg” o la que da nombre el disco, “Motomami”. La cantante suma también, entre absurdos deliberados, palabras y elementos de otras tradiciones como “Saoko”, “Hentai”, “CUUUUuuuuuute” y “Sakura”, por mencionar algunos. Pop sintético y experimental, ¿que otra cosa esperaban de Rosalía? Ambición creativa.
El disco también guarda unas cuantas particularidades, como el video de “Saoko”, que fue grabado en Kiev antes de la invasión rusa. O un FT en “La Fama”, que pasa sin pena ni gloria con The Weeknd. Se busca también en los medios españoles enemistar a C Tangana con Rosalía por algunas líneas de sus canciones, en las que aparentemente los dos artistas se tiran palos. Sí es cierto que hay similitudes en algunas decisiones estéticas en sus videos, no mucho más.
Rosalía ya hizo cumbre en la cultura internacional, dentro y fuera de la canción. Si antes se insinuaba de alguna forma, ahora es un hecho: lo marginal se ha vuelto mainstream y ella no es la primera ni la última en recurrir a estos recursos. La artista se muestra como nunca: deslumbrante y vacía. Sobre lo ya desarrollado queda una sensación de que ni las letras ni la música fueron tan importantes como lo fue la voz. Si con los FT logra mover un poco la estructura creada dentro de “Motomami”, es el contraste uno de los puntos más altos del disco.
Entre la temática habitual de sus canciones se coló el humor y la ironía, además del sexo y su arrogancia características. Perplejidad sintáctica. Recoge, recicla y descarta elementos de las redes sociales, de la música y de lo que quiera que se proponga. Este disco es exactamente lo que se esperaba de una artista de este calibre, que guste tanto no parece ser un objetivo para la española. Si todos somos potencialmente cancelables en dichos recientes de Rosalía, “Motomami” es potencialmente disfrutable. El tiempo dirá qué tanto.