El jueves la cantante chilena Mon Laferte logró a través de una foto lo que días de violencia, reprensión y conflicto no pudieron: captar la atención de los medios masivos de comunicación. En la alfombra roja de los Latin Grammy (un apéndice latino de la premiación estadounidense) la cantante desnudó completamente su torso mostrando una inscripción que decía: “En Chile torturan, violan y matan”.
La artista al ser galardonada con el premio a mejor álbum de música alternativa hizo referencia a la terrible situación por la que está pasando su país. Tras agradecer a quienes formaron parte del equipo creativo detrás de su disco Laferte recitó: “Chile me dueles por dentro. Me sangras por cada vena. Me pesa cada cadena. Que te aprisiona hasta el centro. Chile afuera, Chile adentro. Chile al son de la injusticia. La bota de la milicia. La bala del que no escucha. No detendrá nuestra lucha. Hasta que se haga justicia”.
Sin embargo, sus sentidas palabras se escurrieron entre los distintos discursos y premiaciones, y no tuvieron la fuerza de llegar a las páginas principales de los portales de Internet. Lo único que supo captar la atención de un circuito mediático vaciado de información y de sensibilidad fueron las tetas de Mon Laferte.
Por primera vez en la alfombra roja y en el historial de las grandes premiaciones las tetas no fueron objeto de comentarios de los y las periodistas de la “red carpet” porque estaban enfundados en trajes de diseñador o juzgadas como cuando Janet Jackson expuso uno de sus pechos en el show del Super Bowl, indignando a una sociedad hipócrita.
La alfombra roja desde la antigua Grecia hasta la edad media funcionó como una distinción a los privilegiados de la sociedad, lógica que se trasladó a nuestros tiempos. Tras su primera aparición en los premios Oscar de 1964 y su posterior espectacularizacion 30 años después esta se convirtió en un show dedicado a fortalecer lugares comunes: mientras las mujeres mostraban alardeando quienes las había vestido, los hombres hablaban de sus trayectorias.
Poco a poco, la misma alfombra que mostraba sólo sujetos hegemónicos le dió lugar a aquellas y aquellos que no habían eran representados: no binaries, afrodescendientes, morenxs, lesbianas, gays y trans que reclamaron allí su lugar en la sociedad.
El mundo del espectáculo ha conocido antecedentes de manifestación política. En una premiación Cate Blanchett declaró ante la cámara que filmaba cada detalle de su cuerpo “¿Esto se lo haces a los chicos? ¿Qué crees que va a pasar ahí abajo que es tan emocionante?“ y tras el escándalo del #MeToo cientos de actrices y actores se vistieron de negro para denunciar la violencia de género en Hollywood. Sin embargo, nadie logró interpelar tanto al showbiz como la simple demostración que hizo la cantante chilena probando, una vez más, que nada logra escandalizar tanto a la sociedad cómo hacer público lo privado.
Instantáneamente las tetas de la cantante circularon por medios de comunicación a lo largo del globo y también fueron viralizadas en las redes sociales. No sin, por supuesto, caer en el mismo lugar que ya hemos visto en Argentina con los pezones de Marilina Bertoldi, la censura. Blureados en los medios tradicionales y tapados por emojis en los nuevos medios que supuestamente vienen a romper con las lógicas de antaño, sus pezones sirvieron para gritarle al mainstream preocupado por los outfits de las celebridades que en Chile hay un pueblo que sufre.
Mon Laferte nos recordó que el cuerpo tiene una potencia transformadora. Que todo aquel cuerpo que enfrente a la lógica mercantil y que cuestione al poder es un arma para romper con toda la opresión, real y simbólica, que le han impuesto. Llevó la lógica de la calle, de la protesta, de la irreverencia del movimiento feminista y la dispuso ante las mismas cámaras y grupos mediáticos que ignoran la violencia que vive el pueblo chileno, pero que estaba ansioso de retratar a una mina en tetas.
¿Qué tienen en común las pibas que marchan por las mismas calles que más de una vez las aterrorizaron al caminar por las noches y la cantante? Que ambas exponen las contradicciones de una sociedad aún marcada por el machismo, que amabas denuncian la violencia y que ambas son valientes. Gracias Mon Laferte por recordarnos que todo cuerpo es político.