Las buenas, como las malas costumbres, suelen ser atractivas por eso: al repetirlas, se espera obtener, a través del rito o de la concreción de la expectativa, el placer de la vez que tanto gustó, que hizo que uno la repitiera y la convirtiera en costumbre. Las películas de Tim Burton, como las de otros grandes directores de cine, funcionan de la misma manera: frente a la pantalla, se espera ver una “película de Burton”. Sello, marca, identidad, lo cierto es que se espera encontrarse con aquello que se fue a buscar; cuantas menos sean las sorpresas, mejor.

Y en principio Burton no decepciona. La historia de un chico que, encantado por su abuelo y las historias que le cuenta, ocurridas en un día preciso de 1943, va en su búsqueda y las descubre, es uno de los aspectos más tradicionales del cine de Burton: leyendas, mitos, cuentos escuchados de chico dan origen y sentido a las historias que cuentan sus films. Otros aspectos desentonan con ese cine que supo conseguir, pero eso no implica decepción, porque son la muestra de su deseo y voluntad de hacerse un director del siglo 21 (que pese a que el calendario y varios suponen que arrancó hace quince años, se puede afirmar sin temor al desacierto que no lleva más de una década). Ahí, pese al por momentos no logrado del intento (que no es fallido, para eso haría falta más), Burton también es fiel a sí mismo, por decirlo de algún modo: su cine se caracteriza por encontrarle siempre, incluso en la dificultad, la forma de compaginar la inocencia con la realidad.

La historia que de distintas maneras y desde distintos ángulos le contó el abuelo a Jake, habla de una mujer que fuma pipa, Miss Peregrine, ama y señora de una casa habitada de niños peculiares -adjetivo que reemplaza al más popular y vulgar freaks- que no pueden salir de un loop inmortal. Aquí, el primer aggiornamiento del cine de Burton (o actualización, debería decirse para estar más acorde a los tiempos): Jake será protagonista, pero no héroe, el héroe es colectivo, lo que no quiere decir que no haya jerarquía; la hay, pero se gana y se legitima en la acción: podría decirse que en cada escena (compárese con El joven manos de tijera o Batman). La segunda, que aquello llamado freak, que a Burton no le molestaba para nada, ahora resulta peculiar: la corrección política (y de esto Burton, según contó varias veces, es un experto desde su infancia) está para no irse (al menos por un tiempo), pero eso no quiere decir que se la tome a pie de puntillas; en otras palabras, no hace falta mostrarse obediente y sumiso ante sus imposiciones. Así Burton se presenta adaptado sin renunciar a la rebeldía (otra modalidad de estos tiempos: poder ser algo sin dejar de ser lo anterior.

En esta línea se puede hablar de curiosidades en vez de novedades en el Planeta Burton, y decir que juega con varias de la nuevas teorías físicas que desatan la fantasía de la ciencia ficción y el fantástico. Abandona la linealidad narrativa para inmiscuirse en los universos paralelos, los tiempos compuestos y yuxtapuestos de esos universos, para hacer navegar su film entre El día de la marmota (también conocida como Atrapado en el tiempo) y la no menos extraordinaria Al filo del mañana: de una toma el disfrute de la repetición (la despoja de la manía del cambio que surge a partir del aburrimiento de “hacer siempre lo mismo”), de la otra el aprendizaje que conlleva toda repetición (aprendizaje que termina por modificar la repetición original y contradiciendo la monotonía que supone la repetición). Su “tomar prestado” antes que un homenaje es una adaptación, y eso también es una novedad en el cine de Burton, tan proclive en otro tiempo a querer ser original casi a toda costa. Incluso se permite cierta literalidad en escenas sacadas de la primera Toy Story.

Y así y todo, sigue dulce y melancólico. La escena de la batalla en el parque de diversiones es de lo más auténtico y divertido, más Burton, diremos, que se le ha visto de un tiempo a esta parte. Y lo es porque antes que el miedo, el director de El gran pez pierde los pruritos; y en ese sentido vuelve a ser el Burton de los inicios. Cierto que le falta el timing que exigen las películas que se ocupan de universos paralelos y cambios en la linealidad el tiempo. Pero le sobra entrega y fantasía. Y más aun romanticismo: sigue creyendo que el amor es, al menos hasta el momento, la última barrera para que el cálculo se imponga en todas las relaciones, acciones y sentires.

Miss Peregrine y los niños peculiares (Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children. Estados Unidos, 2016). Dirección: Tim Burton. Guión: Jane Goldman. Con: Eva Green, Asa Butterfield, Samuel L. Jackson, Allison Janney, Chris O’Dowd, Ella Purnell, Judi Dench, Rupert Everett. 127 minutos. Apta mayores de 13 años.

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