“Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente”. En Instrucciones para subir una escalera, Julio Cortázar orienta, indica y plantea la mejor manera para, un peldaño tras otro, escalar.
No voy a ahondar en el hecho. Sin embargo, como Cortázar, estamos hablando de escalar. No ya de construir ángulos rectos que permitan, luego intercalar la acción de cada uno de los pies, remitirse hacia arriba en el espacio.
Escalar, en un escenario en el que se intenta asesinar a la vicepresidenta, mientras corren las teorías conspirativas, el binarismo bestial y la naturalización del horror, que atraviesa la tele y la cotidianeidad.
Claro que a diferencia del texto que Cortázar publicó en Historias de Cronopios y de Famas, en 1962, esta escalada es de violencia, de intolerancia y de quiebre del contrato que hicimos en 1983 para que nada de eso volviera a ocurrir.
También, lo que sube en espiral es la tensión de quienes suben de espaldas, con los puños rígidos y sin poder mirar. En ese ascenso cotidiano, que empieza con adjetivos y termina con municiones, los medios, su necesidad de generar audiencias y sus sobreactuaciones ideologizadas confunden y no dejan pensar.
En medio de relatos caóticos, tres medios nacionales –TN, LN+ y C5N– y dos diarios –Clarín y La Nación–presentaron infografías con los modos correctos para cargar una Bersa. Luego de la indefensión de la vicepresidenta de la Argentina frente a su agresor, a los ojos de la custodia, la militancia y los espectadores de todos los noticieros que cubrían la llegada de Cristina Fernández de Kirchner a su casa; la violencia no cesa pero parece ordenarse haciendo dibujitos y productos infodising.
Claro que esto es posible en terrenos donde se naturalizan las subidas de apuesta, las canchereadas misóginas y cualquier otra forma de violencia simbólica, verbal y hasta física. En tanto, el único ruido que parece hacer el atentado es que “no la mató”.
Subidos a una moto en la que se plantean conjeturas de todo calibre, el hubiera, que permite publicar el modo correcto de cargar y manipular el arma, invita -desfachatado- a que no vuelva a fallar.
Para no subestimar las acciones, que la vicepresidenta esté viva, que la militancia haya detenido al agresor y que la bala, por la impericia o sobreactuación de quien manipuló el revólver se haya quedado en la recámara, no exime al responsable del intento de su responsabilidad de haberlo hecho, ni a quienes lo exponen, casi con gracia, de la apología de un hecho delictivo y repudiable.
La publicación del arma, sus partes y las instrucciones para un disparo certero, no son más que insumos para construir argumentos que abonan a la naturalización de las balas, la violencia y la eliminación de lo que no se quiere tolerar.
Los memes, los reenvíos a la dictadura y la constante apelación a la erradicación, la demolición o la eliminación de otros demonizados preparan el terreno para atropellos mayores. No es tema, ni momento histórico, para jugar a los clics con irresponsabilidad.
Con dibujitos, paso a paso, “respirando lenta y regularmente”, se presenta la forma adecuada para el asesinato eficaz. Entonces, el instructivo para realizar el magnicidio escala, escala, escala. Y en alguno de los peldaños puede, tal vez, no fallar.