Comenzaba la primavera europea de 1982 cuando Iron Maiden lanzó al mercado The Number of the Beast, cuyo arte de tapa era algo más caluroso que lo que prometía la soleada estación: las llamas envolvían a un gigante Eddie, mascota del grupo británico, mientras movía los hilos del diablo quien, a su vez, oficiaba de segundo titiritero. Esa reiteración cíclica y asfixiante de dominadores de fatídicos destinos encontraría su continuidad el 3 de marzo de 1986: si había alguna duda acerca del rumbo de la escena metalera global el nuevo Master of Puppets la disipaba maniobrando a su gusto las filas de cruces blancas a modo de tumbas anónimas que protagonizan la estética del tercer álbum de estudio de Metallica.
Pocos años antes, asentados en Los Ángeles, el cantante y guitarrista James Hetfield y el baterista Lars Ulrich habían convocado al guitarrista de Exodus, Kirk Hammet, para que reemplace a Dave Mustaine en las seis cuerdas, quien posteriormente fundaría nada más y nada menos que Megadeth. Luego de intentarlo con otros bajistas, se decidieron por Cliff Burton y éste los convenció de mudarse a San Francisco: con esa visión de futuro, brillante análisis del presente y enorme sentido de pertenencia de su nuevo integrante, nació la historia grande de Metallica. Una vez asentados en la bahía, lanzaron en 1983 su disco debut Kill ‘Em All, fundacional del thrash metal, y al año siguiente Ride the Lightning.
Para grabar el tercero viajaron hacia Copenhague, capital de Dinamarca, donde con un registro de casi 55 minutos dejaron una huella imborrable del género. El álbum comienza con las inconfundibles guitarras acústicas de “Battery”, seguidas del tema homónimo del disco, el más extenso de la partida, un himno de más de ocho minutos y medio. ¿Quién en su sano juicio se atreve a abrir de esta forma un trabajo discográfico? ¿Cómo hacer para que todo lo que venga después esté a la altura? Rápidamente el larga duración nos contesta con “The Thing That Should Not Be” y “Welcome Home (Sanitarium)”, otro de los clásicos de la banda. En la segunda parte se suceden las poderosísismas “Disposable Heroes” y “Leper Messiah”, la instrumental “Orion” con una ejecución descomunal de Burton y “Damage, Inc.”, que en la actualidad nos remite al título del disco de covers que la agrupación lanzaría más de doce años después, Garage, Inc.
Con Master of Puppets Metallica se reafirmó como referente ineludible del género y rápidamente encaró una gira promocional en el marco de la notoriedad global que habían alcanzado. Tras tocar en la misma ciudad en la que grabaron la pieza y mientras se dirigían hacia la próxima sede agendada, el 27 de septiembre (del mismo 1986 que parecía no terminar jamás) el colectivo que los transportaba volcó en la provincia sueca de Kronoberg. En el accidente murió Burton, de tan sólo 24 años y, con él y para siempre, parte de la esencia de Metallica.
Este disco fue el primero del género en ser incluido en el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos: sucedió en 2015 junto a piezas de la talla de A Love Supreme de John Coltrane y Abraxas de Santana. La obra certifica un sinfín de postulados, entre ellos, que es imposible escuchar la letra de su segunda canción sin pensar en el trágico desenlace de su bajista. Pero también nos deja un desafío: alzar la vista, hurgar en el sangriento cielo e intentar encontrar a nuestro Master of Puppets para luchar contra sus inexorables ataduras.