Los dedos de Marty Friedman se mueven por el diapasón como dragones.
En una charla para fanáticos que dio la noche del último viernes de marzo en la Usina del Arte, mostró todo su virtuosismo cuando terminó el encuentro tocando unas canciones.
El guitarrista de profusos rulos llegó al país junto con su banda con quienes encabezará el sábado por la tarde la segunda edición de Guitarfest en el teatro Caras y Caretas (Sarmiento 2037).
Tocar aquí es especial. El público es increíble. Son apasionados y demostrativos, no se puede pedir más. Cada vez que vengo a este país me sorprendo por la capacidad que tiene el público de transmitir cariño. Es motivador para cualquiera que venga, dice Friedman.
La gira latinoamericana de la presentación del disco comienza en la Argentina y seguirá su recorrido por Chile, Colombia y México.
El disco Wall of Sound (2017) tiene once canciones en su mayoría instrumentales y es el primero desde la prometedora salida de Inferno (que 2014 marcó un gran hito en su carrera en solitario y que lo trajo por estas tierras para compartir escenario con Pipi Piazzolla y Escalandrum), tiene intenciones similares pero más intensas con respecto a la exploración sonora.
Mi disco anterior era difícil de superar, tuvo mucha repercusión y sentía que era lo máximo que podía dar. Pero trabajé para superarme. Este es un álbum personal, con mis experiencias musicales, tratando de tocar algo con mucha alma y fue mucho trabajo, asegura. Le llevó 18 meses hacerlo. Tiré mucho material, pero logré algo totalmente distinto, agrega.
Sus gustos amplios así como su incesante agitación artística lo llevaron a crear solos de guitarra históricos junto a Megadeth , donde con su trabajo junto a Dave Mustaine fue clave para lograr armonías pegadizas con distorsiones, algo no tan fácil en un rubro tan ruidoso y potente.
Así el pelilargo obtuvo un gran reconocimiento internacional durante el período cuando integró la banda de metal (fue parte del grupo desde 1989 al año 2000) . Anteriormente integró junto al guitarrista Jason Becker (su maestro inspirador y amigo, asegura) el dúo Cacophony.
Para mí la música es un lenguaje universal que transmite experiencias y conocimientos por donde vaya. Los músicos somos el canal para transmitirlas de un lado a otro. Todos los músicos sentimos como propios elementos de otras culturas, así que vamos llevando eso por todos lados donde toquemos lo que vivimos antes y lo que vamos aprendiendo en esos viajes que hacemos para mostrar nuestro trabajo. Sólo toco música que me da más ganas de seguir tocando, y eso es en lo que trabajo todos los días. Mi banda es como mi familia y esa conexión se nota sin importar donde nacimos porque nos entendemos haciendo música.
Friedman, quien hace más de 15 años reside en Japón donde desarrolla su carrera solista, y se casó con una chelista muy reconocida de allí, fue nombrado Embajador de la herencia japonesa, título que conservará al menos hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Desde que me mudé en 2003, no estoy más que feliz. Mi forma de ser combina perfecto con su manera de manejarse. Mi manera de crear no tiene nacionalidad pero encontré allí el ambiente perfecto para lo que quiero hacer. Es un país con el que me relaciono de adolescente a través de la música, quizá fue viviendo en Hawai, donde también se vive una cultura que mezcla muchas etnias, me quedé atrapado por la música enka y me fui para allá.
De emular aquellas voces con la guitarra a girar con Megadeth y Cacophony (junto a Jason Becker) por el país nipón, hasta aprender las bases de su lengua y mudarse para vivir allí, el músico encontró su lugar en el mundo. Cerró el círculo de fama en la isla a través de la televisión, con programas populares como Mr. Heavy Metal, o Rock Fujiyama, en los que pudo maridar sus contactos y conocimientos de música occidental con los intereses de la población local.
Hacer televisión no era que estaba en mis planes pero me volví adicto. Hice más de 800 capítulos, sobre todo porque me sentía como un niño aprendiendo. Me divertía. El desafío idiomático fue lo que más me llamó la atención. Era estimulante porque tenía que manejarme y hablar en japonés, para millones de espectadores, eso me gusto mucho y me sirvió en lo personal.
La idiosincrasia musical japonesa es una de las cosas que más lo sedujeron dada la gran predilección por la producción local y una fuerte escena propia que hay sobre todo en Tokio. Hay un mundo musical muy relajado y diverso. Se enfocan mucho en la melodía y eso es algo que me atrapó desde el principio, más allá de la buena capacidad de trabajo que se puede lograr, tanto técnica como artística. Creo que fue hermoso poder encontrar un lugar así, Japón lo tiene todo, destaca Friedman, que hace apenas unas semanas terminó de escribir su autobiografía que será publicada el próximo año.
Nunca antes había hablado de mi vida personal. Hay muchos y extraños encuentros románticos, así como una mirada muy profunda sobre el día a día con todas las bandas en las que estuve, y en la que estoy ahora, promete. Enfocado sobre todo en su trabajo, tiene una metodología muy propia. No era alguien que ensayaba diez horas, sólo quería hacer música con mis amigos. A lo largo de los años encontré mi forma de ir mejorando, siempre hice lo que sentía y lo que estaba a mi alcance, pero sigo siendo el mismo. Sólo que ahora pongo más atención en el control de calidad de todo el proceso creativo porque puedo hacerlo, asegura.
Hoy está muy integrado en la cultura japonesa, pero se piensa como un ciudadano del mundo, lo suficientemente afortunado como para tocar con y para gente de todas partes. Pero siempre repite que con Japón se sintió muy conectado aun antes de mudarse. Son organizados y metódicos eso me encanta. Su comida y cultura son deliciosas, pero me di cuenta que la atmósfera musical es algo que no puedo dejar, porque es mi manera también de sentir lo que hago. Espero que les guste a muchos, y motive a otros a buscar su sonido propio, afirma.
Marty Friedman se presenta el sábado 31 de marzo en el Guitarfest Argentina 2018. Desde las 17 en Caras y Caretas, Sarmiento 2037.