La foto publicitaria de la famosa revista Billiken muestra a Martín Kohan siendo un nene de unos cinco años, con un rotunda melena rubia a lo Carlitos Balá. Se trata de una edición especial que homenajea al General San Martín, y con dicha publicación infantil se ofrecen varias láminas del Padre de la Patria y un magnético avioncito de plástico como el que capta la mirada del chico. Muchos no lo saben, pero en la niñez, tantísimo antes de dedicarse a las Letras y a pensar las dimensiones de la realidad y lo textual, a Kohan la vida lo acercó a un oficio singular: ser modelo infantil para marcas famosas de los años ’70, como Billiken, Terrabusi y La Virginia. Hizo más de 30 publicidades, algunas para gráfica, casi todas para TV.
Hoy, a los 57 años, es uno de los escritores más reconocidos del país, un apasionado polemista y, a la par de todo lo importante, un bostero irredento. Con más de una veintena de libros publicados, entre novelas, ensayos y relatos, su obra atraviesa las múltiples capas de nuestra sociedad con una mirada crítica que recorre la intimidad de los personajes pero también los pliegues de la historia colectiva. Ganador del Premio Herralde por Ciencias morales (2007), que fue adaptada al cine como La mirada invisible, Kohan no sólo se define por su narrativa: su faceta de ensayista y docente universitario lo ubica como una de las voces más lúcidas en el análisis de la literatura contemporánea y los dilemas culturales y políticos que nos atraviesan.
–¿Jorge Luis Borges o Juan Román Riquelme?
–Para los adjetivos, Borges. Para los tiros libres, Riquelme.
–¿A qué te hubiera gustado dedicarte si no fueras escritor y docente?
–Arquero.
–Hasta los siete años fuiste modelo para marcas famosas como Terrabusi y Billiken. ¿Cómo fue la infancia luego de un “retiro profesional” en segundo grado?
–La pasaba muy bien haciendo esas publicidades. Cuando ya no lo pasaba tan bien, dejé de hacerlas. Fui muy feliz en la infancia.
–¿Qué papel juega la memoria en tu escritura y cómo influyó en la elaboración de tu libro Me acuerdo, donde proponés una suerte de inventario de recuerdos de tu infancia, breves y azarosos?
–No fue mi infancia lo que me impulsó a esa escritura, tampoco mis recuerdos. Fueron los libros que escribieron Joe Brainard y Georges Perec: les debo todo a ellos. Tuve una fascinación de lectura con Brainard, que fundó el género del “me acuerdo” en 1975, y Perec que lo retomó y agregó lo lúdico. Ellos proponen seguir el ritmo de los recuerdos tal cual aparecen. A menudo las ideas de mis libros surgen leyendo: supongo que tiene que ver con mi proceso de lectura, que es muy lento.
–¿Qué principios de nuestro pacto social están en crisis con el mileísmo?
–Que la figura de un desencajado que dice cualquier cosa sea motivo de bochorno general.
–¿Qué discusiones que parecían saldadas en nuestra sociedad se volvieron a poner en cuestión?
–No hay por qué dar ninguna discusión por saldada. Las discusiones sociales se abren, se cierran, se reabren. Eso sí: cuando alguna cuestión se viene discutiendo (es decir, pensando, elaborando) a lo largo de varios años, me parece atendible pretender que quien reabre una discusión esté razonablemente al tanto de ese desarrollo previo. Hoy por hoy no suele suceder así.
–Tus cuentos de Desvelos de verano están marcados por el tiempo detenido. ¿Qué significa para vos trabajar con esa sensación de pausa?
–Me encanta esa idea: la del tiempo en suspensión. Me encanta vivirlo y me encantó narrarlo. Porque esa alteración en el tiempo abre otras posibilidades para la narración.
–Vos seguro le hubieras salido al cruce a Lugones, cuando pronunció el discurso La hora de la espada, destacando la violencia como instrumento político. ¿Con qué personaje de la historia te hubiera gustado discutir?
–No me da el piné… Pero puesto a imaginar, con Sarmiento. Tal vez porque estudié con David Viñas, que aunque pareciese que nos hablaba a nosotros, lo que hacía era discutir con Sarmiento (bueno, hacía las dos cosas).
–¿Cuál es la relación entre el avance las redes sociales y la crisis del mundo editorial?
–No puedo responderlo en un ping pong. Es pregunta de ajedrez.
–¿Qué te motivó a explorar un objeto tan cotidiano como el teléfono y su impacto en nuestras vidas, en ¿Hola?, uno de tus últimos libros?
–Me interesa enormemente la relación entre tecnología y experiencia. Lo que aportó el teléfono, en ese sentido, fue formidable. Que se esté perdiendo, como se está perdiendo, tal vez irreparablemente, más allá de nostalgias posibles, me impulsó a pensar, leer, escribir.
–¿Creés que la desconexión del teléfono es posible o deseable en la vida contemporánea?
–No es a un teléfono a lo que estamos conectados, ya que casi nunca lo usamos como tal. Es a una computadora portátil. Para mí es deseable no estar todo el tiempo conectado a Internet, viendo la televisión, recibiendo mensajes. Los demás sabrán qué les resulta deseable o no. Aunque lo que uno escucha es mucha queja al respecto.
–¿Preferís ganar el Cervantes, el Nobel o que Boca gane otra Libertadores?
–¡Por supuesto que prefiero que Boca gane otra Libertadores a que me den un premio Nobel! O un Cervantes, claro. Pero si me dieran el Nobel, ¡qué lindo sería estar en ese país y ver las banderas azul y oro agitándose! «