Si existe en la actualidad algo parecido a las monarquías es el reino del deporte. Solo un espectáculo deportivo es capaz de fascinar y provocar el efecto “pasión de multitudes” que otrora llevaba a las masas a levantarse a la madrugada para ver una boda o un funeral real y en el presente convoca a las mismas a un estadio o a las pantallas a contemplar los entretelones de un partido de fútbol o de baloncesto. Quizás los deportistas sean los reyes y príncipes del mundo contemporáneo con sus mansiones glamorosas que emulan los antiguos palacios, con la ostentación de sus riquezas en las revistas del corazón, con sus virtudes públicas en la cancha y sus vicios que oscilan entre lo público y lo privado… Y, sobre todo, con sus romances, amores y pasiones -intensas o pasajeras- que incitan al morbo del gran público y a espiar las intimidades de alcoba por detrás de la cerradura. 

Por ello, resulta particularmente adecuada, la declaración del guionista de Lakers: tiempo de ganar, Max Borenstein, cuando en 2021, un año antes del estreno, comparó su drama de baloncesto con el serial The Crown. La primera temporada de la ficción comienza cuando el Dr. Jerry Buss (John C. Reilly) compra Los Angeles Lakers y recluta a un novato Earving “Magic” Johnson (Quincy Isaiah) y narra el proceso que convierte su inversión en el mejor equipo de básquetbol del mundo. Centrada en el año 1979-1980, esta primera fase era, en efecto, el retrato de la construcción de un reinado y la cúspide de una grandeza que cambió para siempre la historia de la NBA. Pero, al mismo tiempo, mostraba los hábitos de jugadores, técnicos y ejecutivos, quienes frecuentemente aparecían consumiendo drogas, gozando de orgías, mostrando sus caprichos y malos modales o envueltos en problemas de salud o conflictos amorosos y generacionales que, reales o fabulados, provocaron la ira de los involucrados y un halo de controversia que favoreció los ratings del serial. A su vez, al recrear la estética de fines de los años setenta, se lograba un buen retrato de época que captaba a los nostálgicos de ese tiempo glorioso del deporte estadounidense.

 La segunda temporada de la serie producida por Adam Mc Kay apela a la misma y exitosa fórmula que combina deporte, melodrama, glamour y bajezas y escándalos tan propios de palacio como de bajos fondos. En términos temporales, esta nueva fase comienza inmediatamente después de los sucesos de la temporada anterior que dieron cuenta del triunfo de los Lakers sobre los 76ers de Filadelfia en las finales y se extiende hasta 1984. Y vuelve a amalgamar las hazañas -y también las primeras derrotas- de los deportistas en el campo de juego con hechos que hacen a la intimidad de los protagonistas. Así mientras se avanza hacia el clímax de esta segunda temporada que son la serie de playoffs entre los Boston Celtics y los Lakers en 1984, se asiste a las desavenencias amorosas de Magic con Cookie Kelly (Tamera Tomakili), su novia de toda la vida, las cuales se ven agudizadas tras el nacimiento del hijo ilegítimo del baloncestista. A su vez, la temporada de 1981 tensiona las relaciones entre los entrenadores Paul Westhead (Jason Segel) y Pat Riley (Adrien Brody). Y tampoco Jerry Buss queda al margen de los desórdenes familiares tras la muerte de su madre y los profundos desacuerdos con su hija Jeanie (Hadley Robinson). En forma concomitante, la tensión de esta nueva etapa se expresa en dos planos: el enfrentamiento en la cancha entre Magic Johnson y Larry Bird (destacadísimas interpretaciones de Sean Patrick Small) y la rivalidad creciente entre Lakers contra los Celtics.

La diferencia más marcada entre la primera y la segunda temporada es el arco temporal. Si la primera temporada contaba un año en la historia de la vida del equipo en diez episodios; la presente temporada dura siete episodios y abarca cuatro años. Esto tiene efectos a favor y en contra de las formas narrativas. Por un lado, obliga a condensar ciertos hechos, a darle menos carnadura a ciertos personajes; pero, en ocasiones, favorece al ritmo de la ficción y le da fuerte impulso al entretenimiento.

Como en la primera temporada, la gran fortaleza de Lakers: tiempo de ganar es el poderoso elenco que reúne verdaderos monstruos de la actuación como Reilly y Brody con figuras promisorias tales como Isaiah, Small y Robinson. En este sentido, más allá de las verdaderas lecciones artísticas propias y esperables de los primeros, la verdadera estrella -tal como perduró en la memoria colectiva como estrella paradigmática de Los Ángeles Lakers- es Isaiah como Magic Johnson. Tal como su referente real, Isaiah construye un personaje tan pleno de magnetismo que logra situar al espectador bajo su perspectiva aun cuando realiza acciones innobles o se sumerge en el fondo del abismo personal y/o profesional.

El otro rasgo para destacar es el aspecto técnico. La segunda temporada ahonda en la estética nostalgiosa que inauguró la primera. En ese sentido, la serie recurre al uso de cámaras vintage reales de los años ochenta y lo combina con videos predigitales, películas y tecnologías modernas. De esa y otras maneras, se superponen imágenes de archivo de la época con los personajes actuados lo cual crea efectos de realidad de documental y contribuye a que no sea necesario ser un fanático de la NBA para adherir a la serie. Es decir, basta con añorar los efervescentes y locos años ochenta.

En suma, más allá de algunas debilidades tales como historias que quedan inconclusas o personajes que no logran el desarrollo que debieran (quizás por aquello de que, “quien mucho abarca poco aprieta”), en su segunda fase, Lakers: tiempo de ganar conserva su encanto y su magia y nunca pierde su función de entretenimiento. La magia de Magic Johnson continúa y, a pesar de las agonías de ciertas derrotas deportivas, en términos de ficción, la era de Magic y Larry Bird probablemente aún no haya terminado. «

Lakers: tiempo de ganar

Creada y escrita por Max Borenstein. Con John C. Reilly, Quincy Isaiah, Adrien Brody, Jason Clarke, Gaby Hoffmann, Jason Segel y Hadley Robinson, entre otros. Disponible desde hoy, por HBO Max.