“El terror es siempre uno solo y es el mismo”. Eso piensa Mariana Mazover, directora y dramaturga, que decidió reconstruir la vida de Federico García Lorca a través de sus poemas, personajes e ideas, como un intento de traer cerca a un hombre que habló de España, de los crímenes de la guerra civil y, sin embargo, fue capaz de comunicar un dolor que se le parece al de cualquier persona. Con este concepto, se estrena este domingo Mil Federicos, la nueva propuesta teatral sobre uno de los mayores autores teatrales españoles, justo cuando este mes se cumplen 80 años de su asesinato.

-¿Qué es lo que más te atrapo de la figura de Federico García Lorca?

-Lorca es para mí una especie de tío lejano. Lo leo desde muy chica, lo fui sabiendo con el tiempo. Ahora, en retrospectiva, creo que para hacer Mil Federicos me atrapó lo mismo que me atrapó cuando tenía 10 años y leí el primer poema: su escritura. Y cómo su pensamiento aparece en su escritura. Pero fundamentalmente, lo que me atrapó es Hernán Lewkowicz, el actor con el que trabajamos desde el principio en el proceso de investigación: mi desafío fue capturar cuáles eran las zonas de resonancia para él; y junto con las mías -en ese cruce- poder construir un imaginario en común. Nuestra mirada, cómo está en nosotros, qué es para nosotros Lorca, y sobre todo, cuáles son, para nosotros, los problemas formales al trabajar con Lorca en teatro. Qué el mito, el bronce, el cuerpo ejecutado y desaparecido no aplaste al juego teatral; ese era el desafío, lo que era atrapante del desafío. No lo sabía cuando empezamos, pero ahora -que ya terminamos el proceso- sé que mi pregunta, lo que está implícito en el trabajo es también cómo, Lorca es un principio activo en mí, hacia dónde me mueve, cómo organizo mi escritura después de hacer esta obra.

-En tu investigación, ¿encontraste distintas versiones del mismo hombre?

-A mí la zona más novedosa –yo había leído casi toda su obra poética, casi toda su obra teatral, casi todas sus conferencias – me resultó el encuentro con las cartas, que fue un material que Hernán encontró casi al principio del proceso de investigación y en el que nos basamos. En las cartas aparece el hombre cotidiano: la relación con su familia, con sus amigos, sus dilemas, su vitalidad. Era un -era un tipo que se estaba realmente devorando al mundo, que tenía una dirección muy clara. Su sentido del humor, cómo fue construyendo su carrera, y cómo la escritura le brotaba… las cartas son un encanto porque no podía dejar de escribir con las imágenes y la música con las que escribe poesía y teatro.

-¿Intentaste traer sus historias a la actualidad y a la Argentina?

-Digamos que el 10 de diciembre de 2015 la argentina la trajo ella solita. Al General Franco le decimos “nuestro Macri de ficción” cuando nos juntamos a ensayar. Y obviamente la cuestión del cuerpo desaparecido es un elemento también en común. Y la opresión como tema siempre es actual. De todos modos, asumiendo que efectivamente eso ya está implicado temáticamente, (y fue de hecho lo que me impulsó al principio: Lorca como desaparecido). Para mí lo importante, lo decisivo, era que hubiera problemas actuales teatrales puestos en juego en la obra: creo que ahí estuvo el énfasis del proceso; en los problemas teatrales; que son esencialmente problemas de la forma. Porque los, -digámosle- extrateatrales estaban ya muy configurados de antemano; nos anteceden a nosotros mismos como equipo artístico.

-¿Cómo hiciste para no solemnizarlo?

-Fue un trabajo entre todos, que implicó también pasar por esos momentos insoportables, donde todo se pone solemne y el ensayo es infumable. Como espectador no te queda más que decir “qué importante es el asunto que aquí se trata” pero inhabilita otras afectaciones. Ni siquiera emociona verdaderamente. En este sentido, para mí la clave, o las claves, fueron varias: la primera, trabajar con Francisca Ure en la supervisión de la obra, que técnica y mentalmente, nos ayudó a salir de esos atolladeros de “lo serio”. La segunda, pensar que Lorca era ese tipo que se estaba devorando al mundo. Pensar en la alegría, en la vitalidad, en su convicción, en todo aquello que se deja ver en las cartas de las que hablaba al principio. La tercera: buscar que la puesta en escena no reproduzca ni subraye el contenido de lo dicho. Hacerla a contrapelo del texto con la actuación. Esto no quiere decir que la obra no sea espesa, semánticamente densa, porque la obra de Lorca y el modo en que lo asesinan sí lo es. No se trata de “alivianar”: la ejecución sumaria de un hombre bajo un régimen opresivo no es una cosa liviana. En todo caso, de lo que se trata es de poner por delante de la voluntad discursiva al teatro y sus juegos, para que aquello aparezca de otro modo en la escena.

Mil Federicos se presenta los domingos a las 18.30 en el teatro La Carpintería: Jean Jaures 858. Entradas: $180.