-En este sencillo acto, amigo mío, te invito a que compartas la conquista de este caserón del orto -le dice un jovencísimo Rodrigo de la Serna a Diego Alonso, en uno de los diálogos de Okupas que quedaron grabados para una generación.
Ese caserón del orto del que habla Ricardo Riganti, el personaje de De la Serna, es el escenario icónico de una de las series emblemáticas de la televisión argentina. Y esconde sus mitos. El caserón, en realidad, no es un escenario. Son tres. Un domicilio en Congreso, como se relata en la primera escena de la serie, en Pasaje Rivarola 4221; una fachada en Barrio Norte, en el Pasaje Del Carmen y Viamonte; y el interior, en San Fernando, al norte del Conurbano bonaerense. La más simbólica, la foto en la que cualquiera piensa cuando se habla de la casa de Okupas, es ese frente típico de un caserón venido a menos, con los balcones a la calle. Casi dos décadas después de esa producción, el frente está intacto, una rareza para una construcción de esa cantidad de metros ubicada a sólo una cuadra de Córdoba y Callao. Sólo un detalle diferencia el frente de la época en la que se filmó la miniserie: en lugar del cartel de zurcidos invisibles ahora la decora un cartel de venta.
Federico Noejovich puso la primera línea de diálogo de la serie. “¿Y qué vamos a hacer?”, pregunta después del desalojo de la propiedad de Pasaje del Carmen, en el interrogante que sirve como puntapié a la historia que luego se contará en once capítulos. Noejovich, sin embargo, no es actor: fue el encargado de locaciones de Okupas. “Todo fue así. Éramos como un grupete de amigos. Era jefe de locaciones, hacía los castings y hasta actué. Cuando me sumé el frente ya estaba elegido pero tuve que cerrar el acuerdo”, cuenta 18 años después. La única vez que el elenco ingresó a esa casa fue en la escena del desalojo, la que abre la serie. Durante el resto del programa las tomas de los exteriores se filmaron sobre la cortada y en la puerta, pero una vez que Ricardo, el Pollo, Walter o el Chiqui estaban dentro de la casa se debían pegar las escenas con lo que sucedía en el interior de la casona de San Fernando. Cada toma en la fachada de Del Carmen requería un aviso con un par de días de anticipación a los muchachos que de verdad vivían allí. Y también unos pesos de cortesía.
Por cómo quedaban pegadas las tomas, gracias al truco de la televisión y al ojo entrenado del director Bruno Stagnaro, la casa de Okupas parecía una sola. Pero el interior quedaba muy lejos de Congreso, el barrio por donde se movían los personajes de la serie. Lo que sucedía puertas adentro, en verdad, era en la quinta Santa Cecilia, de la familia Jacobé, en San Fernando, una casa que no tenía nada de okupa salvo el abandono: se trataba de una mansión alquilada al municipio a cambio de litros y litros de pintura Sinteplast que Marcelo Tinelli conseguía de canje a cambio de publicidad en alguno de sus programas. La casa de 1250 metros cuadrados fue el escenario ideal para que las aventuras de esos cuatro jóvenes, que cargaban sobre sus espaldas la década del 90, vayan tomando forma. Aunque hubo algunas quejas, como una carta de lectores que publicó el diario La Nación durante ese año 2000: «Todo es un caos, no puedo permanecer callada al encontrarme ante semejante horror y atropello. Es imposible describirlo con palabras. Escribo con tristeza esta carta luego de haberlo comprobado con mis propios ojos. La casa es utilizada para la transmisión en directo los miércoles, a las 23, del programa Okupas, que se emite por el canal del Estado. La residencia se ambienta como una casa ocupada, donde la basura se amontona por doquier. Además, las paredes de la casa se encuentran con graffitis para darle mayor autenticidad al hecho. ¡Adiós cultura!”.
Dieciocho años después, Ariel Staltari (Walter, en la serie) recuerda con precisión aquella casa por una razón sencilla: Okupas fue su estreno como actor. Y nadie se olvida de la primera vez. “Era una casona enorme, inmensa, con un montón de recovecos. Tenía hasta cripta. ¡Estaban ahí los tipos, los que fueron dueños de la mansión! Bruno nos mandó a los cuatro a pasar una noche de soledad para establecer el vínculo. Una locura. Tuvimos que ir hasta San Fernando colándonos en el tren, como para ir adquiriendo la atmósfera okupa. Me acuerdo de esa noche”, cuenta el actor (y ahora también guionista de la nueva serie de Stagnaro, Un gallo para Esculapio) que interpretó a Walter. El truco para que un decorado pegue con el otro fue un trabajo escenográfico del que también participaron hasta los actores: una entrepuerta que llevaba de una casa a la otra y que servía para tapar el interior o el exterior, según donde se estuviera filmando. “Cuando entramos a la casa de San Fernando tenía problemas estructurales pero estaba impecable. Las paredes las envejecimos nosotros, los grafitis los hicimos nosotros. Hicimos un gran laburo para llegar a lo cutre. En el interior no estaba como la casa de Okupas”, cuenta el actor Jorge Sesán, que además de hacer el papel de Miguel colaboró en la utilería.
Para Noejovich, el hombre que tenía a cargo las locaciones de la miniserie, los destrozos de la casa de San Fernando forman parte de los tantos mitos que se generaron alrededor de Okupas: “Estaba abandonada hasta la manija. Había como diez perros callejeros viviendo en la casa, estaba hecha pelota. La capilla estaba llena de palomas muertas”. La quinta de Santa Cecilia es ahora el museo municipal de San Fernando. El radiopasillo en zona norte repite que “los de Okupas rompieron todo”. “Como que quedó ese mito. Hay una escena que Ricardo le da un itakazo a un vitreaux, pero no era el original. Hicimos uno a escala chiquita para la escena. Y no rompimos nada de la estructura -asegura Noejovich-, salvo la pared que comunicaba dos cuartos en la escena de Peralta. Es más: nosotros la tuvimos que limpiar, no es que la hicimos mierda”.
El armado artesanal que tuvo Okupas, que se financió con una deuda que tenía Tinelli con el ex COMFER, más la empatía que generó con buena parte de la sociedad en un contexto de crisis mientras se cultivaba el estallido de 2001, hizo que la serie dejara escenas emblemáticas y algunos mitos instalados en el imaginario colectivo. Uno de ellos contaba que habían armado una plantación de marihuana en pleno centro porteño. “Siempre nos asociaban con el mal a nosotros -recuerda Noejovich-. Fue por una escena que Chiqui y Walter enterraban al perro Severino y le ponían una plantita como ritual. Antes ahí había un estacionamiento y quedó una barranca enorme, como de cuatro metros, llena de pasto. Pero nada que ver. ¡Mirá si vamos a dejar la plantita ahí! La cuidábamos como oro porque había que usarla para otras tomas”.
Staltari agrega un detalle a esa escena: “En ese baldío donde enterramos a Severino ahora funciona el Centro Cultural de la Cooperación. Nadie se lo podía imaginar, pero quedaba sobre la avenida Corrientes. Tiempo después tuve la suerte de actuar en el CCC, en la Sala Pugliese, que está construido sobre ese viejo baldío”. No es la única coincidencia que se sostuvo en el tiempo entre Staltari y la miniserie: durante un año vivió en un edificio sobre la Avenida Córdoba -el mismo donde filmó una escena en la que se pelea con un portero porque los perros que paseaban meaban la puerta-: desde el balcón de su casa se podía ver la fachada de Pasaje del Carmen, donde grabó la primera escena de su vida. Allí, a la distancia, acaso podía ser más sencillo responder a la pregunta que hacía su personaje en la serie: “¿Quién es el más poronga en este conventillo de mierda?”.