Un puro ejercicio de estilo pero al mismo tiempo un agudo retrato del deseo femenino fue El prófugo, segundo largometraje de la productora, directora y guionista Natalia Meta, único film argentino en concurso en la 70 edición de la Berlinale y uno de los doce títulos de este origen que participa en las distintas secciones del festival.
Realzado por una incisiva interpretación de Érica Rivas, rodeada de un excelente elenco integrado por Nahuel Pérez Biscayart, Daniel Hendler y Cecilia Roth, el film fue recibido con atención por parte de la crítica internacional que apreció los contados pero efectivos momentos de comedia y el hábil manejo del suspenso y de los elementos fantásticos que se niegan a descender al nivel del puro cine de terror.
En la segunda jornada se presentó también, inaugurando la sección paralela “Panorama”, otro film argentino Las mil y una de Clarisa Navas, casi un examen antropológico de una pequeña comunidad marginal de la Corrientes natal de su directora, sin lazos morales ni complejo de culpa por las diferentes orientaciones sexuales de sus protagonistas.
Inés se gana la vida como dobladora de películas y también forma parte de un coro femenino pero también está insatisfecha de su nueva pareja, celoso de su novio anterior. El suicidio del joven durante lo que hubiera debido ser el inicio de una nueva relación introduce una serie de elementos fantásticos que finalmente darán forma a la película a la que la directora irá mezclando con elegancia y sutileza música, introspección psicológica y sentido del ritmo.
De víctima de seres parapsicológicos, Inés pasará a ser triunfadora de una impar batalla, aprendiendo a convivir con sus miedos y obsesiones y realizándose como mujer. Las mil y una son las peripecias que debe afrontar una adolescente de 17 años, insegura de su sexualidad pero con una intuitiva tendencia a no respetar los modelos heterosexuales que le impone una sociedad machista y homofóbica. En compañía de dos primos, cada uno a su manera decididamente homosexuales, promiscuo uno romántico el otro, Iris (una extraordinaria Sofía Cabrera) emprende su tortuoso camino hacia la libertad de elección, enamorándose de una coetánea, que jugará con ella al básquet, y que hoy se mueve entre la prostitución, la promiscuidad y la exhibición en discotecas gay (la igualmente talentosa Ana Carolina García).
En dos horas de narración, que se concede repeticiones y tiempos muertos como manera de ahondar en la descripción de este microcosmos tan vital como marginado, el film sorprende por su libertad estilística y argumental y es una digna apertura de una sección como “Panorama”, desde siempre atenta a las minorías y a los temas sociales.