“Si uno mantiene a todas las películas vivas como lo hace Fernando, eso también es hacer cine. Siempre digo que los directores que más nos gustan son los que más películas nos regalan, y a mí Fernando me ha regalado cientos de películas a las que nunca me hubiese acercado por eso que él hace; lo veo casi como un autor.” El Fernando al que quiere definir Enrique Bellande es Martín Peña, a quien por lo general se le quiere bajar el precio llamándolo coleccionista. La vida a oscuras, la película de Bellande que ya pasó por el Bafici y este jueves se estrena en salas, se ocupa de dar una dimensión más precisa del gran programador, crítico, curador, coleccionista y divulgador del cine de todo el mundo.
“Si te gusta ir al cine, en Buenos Aires fuiste a alguna de las funciones de Fernando -recapitula los prolegómenos del proyecto Bellande-. Yo estaba yendo mucho cuando estaba haciendo Filmoteca en la ENERC, casi todas las funciones (hacía cinco por fin de semana) y empecé a charlar más con él. Y era al mismo tiempo que estaba recibiendo un montón de material porque se estaban desmantelando todas las distribuidoras por el pase al digital, y eso me daba curiosidad por traspasar un poco la barrera de su universo de trabajo. Me pareció que ahí había algo muy hermoso: él estaba haciendo un gesto muy lindo que el mismo cine tenía que retratar. Y ahí se lo propuse.”
Redescubriendo a Fernando Martín Peña
Algunos dicen que es huraño, otros que tiene excesivo celo sobre su material. Pero Peña, ante el cierre de lugares que quieran proyectar el cine que él va descubriendo o redescubriendo con esa especial y dúctil manera de relacionarlo con la historia en general y la del cine en particular, termina abriendo su reducto de trabajo para seguir haciendo funciones que den a conocer parte del tesoro que por suerte atesora. “Costó cada ida a la casa, no fue algo simple; sabía que iba a ser así. Y además Fernando tiene algo con las palabras. O sea, es muy articulado, tiene mucha experiencia como narrador. Desde antes de conocerlo él ya estaba en la tele. Tiene muchos años de televisión, de presentación de películas, de escribir, no es sólo que colecciona y proyecta películas. Tiene un pensamiento fascinante.”
Así que Bellande decidió grabar entrevistas sin cámara, y luego armar una especie de off mientras sigue a Peña en sus tareas, que son múltiples pero todas están enfocadas en rescatar, reparar y difundir material de cine que de lo contrario miles se perderían de disfrutar. “Me parecía que así podía acercarme más cabalmente al personaje, dar información interesante, por qué él prefiere el fílmico y no el digital.” Y agrega luego de un silencio: “El acercamiento a alguien siempre es muy curioso; para mí la clave del documental es tener curiosidad por lo que vas a registrar: querer aprehenderlo, conocerlo, acercarte”.
-Si hubieras descubierto el cine en su era digital, ¿habrías estudiado cine?
-(Suspira unos segundos). No lo sé. Pero no creo que esté relacionado con el cambio de soporte sino con el lugar que ocupaba el cine en la vida de las personas. Cuando yo era chico el cine ocupaba un lugar preponderante en la vida de todos. Era como lo más genial que había, nadie lo dudaba. Y no solo era algo genial y mágico sino que además era algo cotidiano: todos íbamos todo el tiempo a una sala de cine, todo el mundo, y te encontrabas con tus amigos ahí y tenías tu primera cita en una sala de cine y era el lugar para estar. Hoy el cine no ocupa ese lugar. Es como un supermercado.
Los espacios de Fernando Martín Peña
Eso no lo convierte en un nostálgico, sostiene. Y lo respalda con los hechos: su película está hecha en digital, entre otras cosas “por donde había que filmar y porque la cámara digital de fotos puede responder muy bien con la nula luz que hay en los espacios que trabaja Fernando.” Pero tal vez en aquel mundo que lo hizo ingresar a la Universidad del Cine (FUC) en 1991 podría haber tenido más chances de dedicarse a pleno en el cine, o al menos con más asiduidad. Luego de su muy buen debut en 2002 con Ciudad de María (sobre la transformación del polo industrial de avanzada de San Nicolás en una meca de peregrinación de creyentes religiosos), tuvo que ganarse la vida con otros conchabos que si bien no lo alejaban del todo del cine (produjo e hizo films por encargo), no tenían a películas que nacieran de su curiosidad como principal ingreso. De hecho hoy trabaja en una editorial.
“El soporte del celuloide tiene un aura y una magia propia que vale la pena mantener con vida. Es un soporte mágico e irreproducible. El celuloide es imposible de reproducir, es lo que dice Fernando. Ni siquiera es mejor, además, porque la gente cree que tecnología es siempre una superación y lo digital no tiene mejor calidad que lo analógico desde el vamos, en lo técnico, en lo específico. Y ni hablar en las cualidades de la imagen. No podés comprar un violín con un sintetizador aunque uno emule al otro. Todo va cambiando y va modelando el arte, la cultura y demás. Pero creo que hay algo en el celuloide que tiene una magia que está bueno que se mantenga viva. Y ni qué hablar en la pantalla: las rayas, las pelusas, las manchas, los saltos no es de nostálgico. Pero puedo reconocer la vibración que eso tiene como espectador. Es una vibración diferente a la que uno reacciona en consecuencia. Y cuando eso no está es todo medio uniforme. El celuloide opera en niveles de una sutileza emocional muy fuerte.”
La vida a oscuras
Dirección y guión: Enrique Bellande. Funciones: sábados de julio en el Malba, Av. Pres. Figueroa Alcorta 3415.