Entre finales de 1968 e inicios de 1969, Caetano Veloso pasó 54 días en la cárcel. La dictadura de Costa e Silva lo acusaba de ejercer el “terrorismo cultural”, de “ser un cantante de naturaleza subversiva y desvirilizadora”. Su sincretismo exasperaba, también su ambigua sensualidad: Caetano era un vanguardista sui generis que había hecho suya la tradición musical y poética del Brasil para reinterpretar a fondo, en sentido crítico, la experiencia y los conflictos de su historicidad. Era, como decía P. P. Pasolini en un poema, “una fuerza del pasado”.
Tras liberarlo, el régimen lo confinó en Bahía y lo “invitó” a dejar el país. Los militares no podían aceptar que ese muchacho delgado de tan solo 26 años fuera, solo con su guitarra, más Brasil que ellos. El de Santo Amaro da Purificação era una figura inapropiable, y había que sacárselo de encima. Tan genial era que apenas se animaron a raparles la cabeza, a él y a Gil, para luego mandarlos al exilio.
Frente a la dictadura militar, que proyectaba una sociedad totalizada, inhibida y jerárquica, Caetano buscaba con su música la experiencia poliédrica de ser, a un tiempo, singular y plural: desenterraba el Brasil profundo, actualizaba su dimensión mestiza, indígena y afro, con un eclecticismo que uniría el Barroco de Gregorio de Mattos con la erudición concretista del siglo XX. Su memoria antropófaga lo devoraba todo.
Esa fuerza única para convertir cada gesto en fecundidad es el telón de fondo que, a sus 80 años, mantiene intacta la integridad que desde adolescente lo ha caracterizado como creador, aunque el adjetivo no le haga justicia. Porque Caetano no es solo un músico, ni un activista, ni un escritor. Es otro, siempre otro. Una cultura. Una actitud. Un lenguaje: “caetanear” se ha convertido en verbo.
Su obra musical, claro está, lleva ese mismo sello: desde su inicial Domingo (1967) con Gal, hasta el reciente Meu Coco (2021), en sus casi 50 discos el bahiano ha logrado adentrarse en la tarea extraordinaria de dejar que otros se alojen en su vida, en su intimidad, afirmándose contemporáneo de un misterio que lo excede. Su disco Transa (1972) es la preclara experiencia de la preservación del tiempo en la propia voz: una continua cita de sí con voces cifradas por las milenarias estructuras transindividuales del sonido.
Esa trama Veloso, su fibra narrativa, su apego pluralista a la tradición, recusa los ropajes del genio abstracto y del iconoclasta estéril. Es un tejido, red o urdimbre que se filtra de su Santo Amaro natal a Bahía, Río, y San Pablo; de su madre, Dona Canô, a Gil, Maria Bethânia y Gal; que se arrumba en Tierra en Trance de Glauber Rocha, en la dicción performativa de Augusto de Campos, la ternura de João Gilberto, la psicodelia beatle, el mar de Dorival Caymmi o la carne de Carmen Miranda… O como afirma en “Os Meninos Dançam”: Jorge, Pepeu, Bola, Didi. / A história do samba, a luta de classes, os melhores passes de Pelé/ Tudo é filtrado ali.
Hablando de Caetano Emanuel Vianna Telles Veloso, João Gilberto llegó a decir que ha aportado “un acompañamiento de pensamiento” a la cultura y la música brasileñas. Y una agudísima inteligencia, podemos añadir, decantada en un sabersocial, cultural y estético capaces de unir, casi milagrosamente, lo insondable de la tradición de los ancestros con la alteridad poética de un tiempo por venir.
Caetano Veloso nació el 7 de agosto de 1942 en Santo Amaro (Bahía, Brasil).