En tiempos en que las teorías del optimismo, el entusiasmo y lo positivo se imponen como dogma, Alejandro Tantanian, el titular del Teatro Nacional Cervantes designado por Cambiemos, decidió convocar a Emilio García Wehbi para que haga una puesta de Tiestes, la tragedia de Séneca. La excusa fue que el teatro argentino nunca había incursionado en tal obra y el resultado es Tiestes y Atreo. La trayectoria de Wehbi puede llamar a pensar que, sin perder de vista el punto de partida, Tantanian apunta a dejar ese y otros dogmas atrás. La búsqueda de Wehbi es, definida por él mismo, «una estética del no; me empoderé en mi estética para poder decir que no a un montón de cosas». Es un «no como negatividad afirmativa completa. Si bien sabemos que la utopía es imposible, es trabajar con la estética de Eros y Tánatos que planteaba (Georges) Bataille: acercarse a Tánatos, a la oscuridad y la muerte, es reafirmar la vida. Y este es el error que suele tener la semántica rosa de la belleza tradicional frente a estas ideas de oscuridad».
«No había leído la obra, conocía el mito cuenta Wehbi sobre su acercamiento a Séneca. Quería aplicarle una lectura contemporánea, porque mi estética de algún modo es de transgresión de los modelos teatrales preexistentes, y me interesaba poder leer entrelíneas lo que leía Séneca, habida cuenta de que haberme enterado de que Tito Andrónico es la raíz alargada la del teatro de Shakespeare de Séneca: antropofagia, filicidio, etcétera».
Leer sin las anteojeras del sentido común dominante que se impone en cada momento histórico es, si no cualidad, seguro una aspiración de Wehbi (Orlando. Una ucronía disfórica, Las chanchas, por citar dos obras recientes). «Séneca, que es un autor contemporáneo a Cristo, empieza a estar embebido con algunos conceptos en boga en esos momentos que tenían que ver con la piedad, el perdón, la justificación, que no existían antes de ese tiempo», señala el director y dramaturgo. Así, Wehbi descubre, por decirlo de algún modo, que en Tiestes nada es leído según las víctimas. «El punto de vista no debería ser las acciones de los sujetos como elementos de venganza, de poder. Empecé a configurar esta lectura que dice que las verdaderas víctimas siempre son las generaciones nuevas, que la patria o sea la tierra de los padres fagocita, simbólica, pero también fácticamente, a las nuevas generaciones. Las viejas generaciones son la cultura, el mandato, el saber, y las nuevas son las que tienen la potencia de la diferencia, del cambio. Y el padre siempre quiere anular la diferencia en el hijo. Esa es la mirada que aplico a esta versión».
Pero lograr que el otro consiga ver aquello que quien emite desea es tarea más que ciclópea: hace falta una especie de shock para que el impacto desvíe los sentidos precondicionados y así dejarlos disponibles para la novedad. «Por eso elegí mujeres para el elenco. En esta idea de que la tierra de los padres es falocrática, es decir, es el falo el que se impone en términos de dominancia, de ejecutora de la ley, decido aplicar una inversión para resaltar ese carácter. En la tragedia de Séneca todos los personajes son masculinos», explica Wehbi. Y agrega que no desatiende «un espíritu de época donde lo femenino empieza a manifestarse como signo de una otredad». Wehbi recurre mucho «a elencos femeninos como potencia, enunciación, y como una cuestión práctica dentro de la teatralidad: lo que estoy trabajando en términos de signos más amplios no es la relación padre-hijo, sino poder y oprimido. Y en esa relación está la de hombre-mujer, o poder frente a diferencias: géneros, otredades raciales, etcétera».