Es menester, para comprender la muerte de Norberto Aníbal Napolitano, conocer sus pasiones. Una de ellas era la velocidad, los motores, la ruta. Quizá por eso su final fue viajando en moto: Pappo falleció el 25 de febrero de 2005, cerca de Luján. No fue imprudencia deliberada o esa manera de ser impetuosa que lo caracterizaba, sino el destino el que decidió que se acabara de ese modo el camino de unos de los guitarristas más emblemáticos de nuestro rock.
La noche fatídica fue inesperada, y las canciones más tristes de su repertorio no alcanzaron para aplacar la tristeza de sus seguidores. Según fuentes policiales, el guitarrista, tras cenar asado y vino en jarra en un restaurante, viajaba en su Harley Davidson seguido por otra moto en la que iban su hijo Luciano y su nuera. Al llegar al paraje Estancia La Blanqueada, ambos vehículos se rozaron. Pappo perdió el control, cayó al pavimento, fue arrollado por un Renault Clio que se dirigía en sentido contrario, y murió.
Sus restos fueron despedidos al día siguiente en el panteón de músicos de SADAIC, en la Chacarita, por sus seres queridos y por una multitud de fanáticos que no cesó de corear su nombre y sus canciones. Allí permaneció dos años, hasta que fue cremado y sus cenizas depositadas en una plazoleta de La Paternal, debajo de un monumento levantado en la esquina de Juan B. Justo y Andrés Lamas.
Norberto “Pappo” Napolitano era un amasijo casi perfecto de vereda de barrio y marquesina de Hollywood, de parrilla y guitarra eléctrica, de estrella de rock y mecánico de Warnes. Angel y demonio, niño-adulto y monstruo enceguecido de las rutas, adorado por roqueros de todos los pelajes y tan asiduo del Madison Square Garden como de las fondas, talleres mecánicos y escenarios. Todo en su historia parece tener una distorsión y una cruza entre la psicodelia de Hendrix y el hard rock de Cream.
Su seudónimo surgió de una deformación de una abreviación de su apellido (Napo), que fue mutando hasta llegar al estilizado Pappo. Otro apodo con el que fue popularmente conocido fue el de “Carpo”, en alusión al dominio que poseía al mover el carpo de su mano para ejecutar la guitarra. Asimismo, B. B. King lo apodó The Cheeseman, por un regalo hecho por Pappo al guitarrista estadounidense, consistente en un queso argentino y un vino tinto. Para B. B. King, era uno de los mejores de todos los tiempos.
Es que las seis cuerdas eran una obsesión. Fue autodidacta, siempre sentía que debía mejorar, aunque podía sacar cualquier solo de guitarra en dos o tres intentos. Y ya en la escuela primaria supo que no se separaría jamás de ella, que irían “juntos a la par”.
Había nacido el 10 de marzo de 1950 a las 5:40 de la madrugada, en la casa de sus padres, en Artigas al 1900, plena Paternal. Era el hermano menor de Carlos, que murió antes de que él naciera y de Liliana, una concertista de piano de alto nivel. En esa casa vivió con su padre, trabajador metalúrgico, su madre escritora y poeta y su abuela. Con estas dos últimas compartía habitación. De allí confesó que se nutrió desde muy pequeño de músicos como Schubert, Liszt, Beethoven y Bach.
Tuvo su primera guitarra a los ocho años. Y cuando escuchó por primera vez en la radio a Little Richard, terminó por inclinarse al rock, y entonces la guitarra fue eléctrica y tuvo amplificador. En una Canta Rock de 1984, confiesa: «Lo que me impulsó a tocar fue la viola de un vecino. Fue la primera eléctrica que tuve en mis manos. Se la robé, y le prometí que se la iba a pagar, y después me mudé a otro barrio y nunca más me vio». Tuvo su primera banda los 16: Los Buitres. Esa, como todas las que seguirían, tendrían su vehemente impronta al tocar y cantar.
Miguel Abuelo lo convocó en su primera etapa en Los Abuelos de la Nada, tocó en Engranaje, en Los Gatos cuando Litto Nebbia lo vio zapar y lo llamó, y con Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll. Además fundó Pappo’s Blues, con David Lebon en el bajo y Black Amaya en la batería, y Aeroblus, en los ’70. Y en los ’80, la banda de heavy metal Riff, que marco todo un estilo. En EE UU, en uno de sus muchos aviajes, fundó The Widowmakers. Y siempre tuvo proyectos solistas. Sus manos no podían detenerse.
Uno de sus colaboraciones menos conocidas fue cuando participó en Spinettalandia y sus amigos, de Spinetta, en 1971, y le dio un estilo más «pesado» al trabajo del Flaco.
Fuente interminable de anécdotas, desprolijo, con el aire de hombre suburbano al que le gusta la acción, hoy a su manera de ser le cabría el mote de “machirulo”, y quizás sería en pandemia de los que usan el barbijo en la pera. Pero son suposiciones. Lo seguro es que estaría con la guitarra buscando hacer algo de Clapton o cantando un blues al encierro. No queda otra que escuchar sus canciones, en alguna ruta al compás de un motor, como le hubiese gustado a Pappo.
La rabieta a causa de «Mi vieja»Casi todas las canciones de Pappo tienen un anecdotario profuso. Pero hay una que lo pinta de cuerpo entero. En 1992 editó el album Blues Local, donde está «Mi vieja», una composición de Eduardo Frigerio y Sebastián Borensztein grabada para el programa de Tato Bores que, inesperadamente, se convirtió en un gran éxito comercial del «Carpo» como solista.
En realidad, solo había aceptado incluirla como bonus track. Cuando llegó a su casa el disco, cuenta Black Amaya, único testigo, la cara de Pappo se desfiguró y empezó a tirar los discos contra el suelo e insultaba a los cuatro vientos. Habían puesto a «Mi vieja» como segundo track. No quiso tocarlo por varios meses. Después, cuando se le pasó la rabieta, sólo accedía según quién y cómo se lo pidiera.