Brian Jones, Jimmi Hendrix, Janis Joplin… El fin de la década del ’60 se teñía de las muertes de músicos de tan solo 27 años que, con carreras tan cortas, habían dejado una huella indeleble en la historia del rock. La década del ’70 no comenzó mucho mejor: el 3 de julio de 1971 dejaba de latir el corazón de James Douglas “Jim” Morrison, quien fue encontrado en su bañera por su pareja Pamela Courson en París. La muerte del vocalista de The Doors, una de las bandas de mayor fama global en ese entonces, está plagada de leyendas, aunque todas tienen un factor en común. Tal como Morrison lo había cantado tantas veces, esta vez, quien decretaba que ese era el fin era su propio cuerpo frente a embates irrefrenables de drogas y alcohol.
Nacido el 8 de diciembre de 1943 en Florida, Estados Unidos, Morrison estaba fascinado por la literatura: además de leerla con voracidad, era un poeta empedernido. Tanto, que se le ocurrió musicalizar sus escritos. Así conoció al tecladista Ray Manzarek quien, frente a esta idea, redobló la apuesta y le propuso que formaran un grupo de rock. Entusiasmados con la idea, convocaron al guitarrista Robby Krieger y al baterista John Densmore y fundaron The Doors, constituyéndose en una de las expresiones musicales más originales de le época.
En 1967 lanzaron su disco debut de título homónimo a la banda y, pocos meses después, su segunda aventura discográfica: Strange Days. Ya en 1968 presentaron Waiting for the Sun e hicieron lo propio en los tres años siguientes con The Soft Parade, Morrison Hotel y L.A. Woman, respectivamente. Aquí hubo un punto de inflexión insoslayable: la muerte de Morrison. Aunque el grupo continuó en el ruedo con Other Voices (1971), Full Circle (1972) y An American Prayer (1978), ya nada volvió a ser igual.
Pero no solamente para The Doors, sino para la escena rockera global: casi en simultáneo al encarcelamiento de Charles Manson y el fin del sueño hippie, los jóvenes fanáticos del rock vieron como uno de sus máximos referentes, de su misma edad y que había bregado en toda su carrera por el diálogo entre lenguajes artísticos, moría a causa de sus demonios. Que, quizás, no eran tan distintos a los que acechaban a la industria musical de la época.