La aparición, crecimiento y actual masividad de La Beriso responde a un proceso que desde hacía mucho no se veía en el rock nacional: una banda barrial de amigos trabajadores, atravesados por horribles tragedias familiares, que se juntan a hacer la música que les gusta y la comparten con sus seguidores. Éstos, ven representadas sus duras biografías personales en las canciones de la banda y habitan los conciertos como espacios de genuino encuentro, camaradería, catarsis y festivo disfrute. Con esta dinámica, el grupo tiene más de veinte años de ascendente carrera, en la que pasaron de tocar para algunas personas en el circuito underground a ser una banda de estadios.
El documental “Llenos de historias”, dirigido por Rodrigo Vila y Cristian D’alessandro, da cuenta de este fenómeno mediante imágenes de archivo, registro de shows en vivo y testimonios de los integrantes de la banda, de su staff y de sus fanáticos. La producción es de Sony Music Entertainment, con lo que su construcción termina de quedar clara: es un testimonio estrictamente institucional del grupo, es La Beriso contándose a sí misma. Y, coherente con su producción musical, el resultado es pobre. Un buen ejemplo de esto es una de las primeras secuencias del film, en la que vemos a diez músicos en el escenario y, haciendo mucho esfuerzo, sólo atinamos a reconocer en el audio a la voz, la batería y lo que creemos que es una guitarra.
La película se organiza en capítulos muy breves, cada uno con su respectivo título, que se inserta en la pantalla utilizando recursos visuales que sólo se siguen utilizando en cumpleaños de 15, casamientos y demás eventos sociales. Esto podría ser algo menor, pero forma parte de una propuesta estética que, nuevamente, se condice con el derrotero artístico del grupo: es flagrantemente didáctica, ubicando al espectador en un lugar de ignorancia casi absoluta y, por momentos, hasta parece que le faltara el respeto. Sobran ejemplos, quizás los más vulgares sean la escena en que uno de los músicos muestra reparos en almorzar debajo de un árbol porque le preocupan los insectos, mientras un graph reza “Javi le tiene mucho miedo a los bichos”, u otra en la que la banda comparte un asado con el staff, y aparece en pantalla la aclaración “asado con el staff”. Esos recursos pueden resultar exasperantes.
Pero lo más preocupante son los testimonios, especialmente los de su fundador, líder, cantante y guitarrista: Rolo Sartorio, quien es famoso no solo por su música, sino también por sus declaraciones despectivas a homosexuales, transexuales, ambientalistas, veganos y la lista sigue. También, por silenciar los cantos de su público cada vez que critican a algún político, imponiendo su voz amplificada frente a las genuinas manifestaciones de quienes pagan una entrada para verlo. Su figura prácticamente monopoliza el documental, en el que intenta tener una imagen afable mientras le toca la cola a un compañero que duerme, o se burla de otro a causa de su obesidad. “No somos cultos, somos gente normal”, aclara, intentando con esto dar por cerrado el asunto.
Ahí radica el problema más grave de su peligroso discurso. Dar a entender que “ser normal” es ser como él, y que cualquier otra postura está reservada para “lo culto” es una ofensa al campo popular. Sartorio profundiza esta idea, y sostiene: “Yo soy un tipo con el chiste que estoy al borde de quedar como el culo, que me ha pasado estando en el escenario, pero porque pienso que estoy en el quincho de mi casa. Puedo decir algo que la gente que me conoce sabe que no es lo que pienso, pero te reís… Como le pasa a todo el mundo”. Todo el mundo no es el mundo que admite Sartorio, quien sobre el final del documental remata con una frase nefasta: “Recibíamos críticas… críticas a una banda que ya hizo seis estadios, no tiene sentido”.
El discurso de Sartorio se basa en anular la disidencia. Es una lástima, porque se trata de alguien que ha sabido construir artísticamente a partir del dolor y tiene el reconocimiento y cariño de miles de seguidores que ven en La Beriso una oportunidad de disfrutar una expresión cultural. Ojalá que las próximas bandas de rock nacional que adquieran la categoría de ser “de estadios” estén a la altura de los tiempos que corren y apelen a rebelarse contra las injusticias del status quo, en vez de reproducirlas.