Para un actor de la talla de Juan Leyrado, con tanto recorrido y tantos exitosos populares en su espalda, cada proyecto en el que participa tiene que tener algún elemento poderoso que lo lleve a ser parte. La necesidad siempre es un factor, pero son determinantes otras motivaciones para que dé el sí. A veces es el guión, otras los compañeros y otras el potencial del proyecto. En este caso, está claro que se trató de una combinación de todos esos factores. Es que Oliva, el film que llegó a la cartelera este jueves y lo tiene como protagonista, es además la ópera prima de su primogénito Luciano, por ende es una película en la que tenía que estar. No sólo por su relación filial, sino porque sabía que lo iba a desafiar como actor al ser una comedia sencilla y con algo de cotidianeidad (terreno en que él ya demostró infinidad de veces que sabe desplegar sus dotes), y porque está basada en una obra que él mismo escribió, junto a Lisandro Fiks, y que hizo en Mar del Plata en 2019 (se llamaba Extra virgen). Leyrado quería volver a ese personaje y ser parte de esta historia de nuevo.
Su hijo la reformuló, incorporando y desarrollando algunos aspectos que el lenguaje audiovisual puede lucir más, y creó un cuento bien distinto (con referencias bien cinéfilas) pero la esencia del tipo de comicidad estaba y él quiso ser parte: narra los vaivenes de un negocio familiar, con sus ritos, usos y costumbres entre sus integrantes, con todo lo que hay delante y detrás de esa tradición o gran simulación que muchas veces hay que mantener para lograr sobrevivir, siendo de esos films donde cada personaje aporta algo clave a la narración. Sobre ver a su hijo en acción y tenerlo como director, el actor de 71 años afirma que fue una experiencia maravillosa: «Es impresionante. Me gustó tanto verlo trabajar. Él es un tipo que ama esta profesión, conoce mucho a los actores y a las actrices, confiaba en que todo iba ir bien. Por eso quería ser parte. Estaba el compromiso de que era su película y yo el protagonista, pero no forzamos nada, todo fue muy natural, muy normal. Estaban más preocupados los demás de cómo nos íbamos a llevar que nosotros. Pero fue maravilloso. Cada uno asumió el rol que le tocó con hidalguía y profesionalismo: él de director, tratando a todo el mundo por igual, y yo el de actor a su disposición. No hubo privilegios».
Fue un mes y medio de rodaje. «La pasamos bárbaro, fue medio idílico todo. Primero porque jugamos mucho, dejamos que cada uno aporte su gracia en lo actoral y todo ese potencial de improvisación que pudimos darnos sobre el guión fue muy bien dirigido frente a la cámara. Creo que eso se va notar, los que la vean, que espero que sea mucha gente, se van a dar cuenta del ambiente que había en el set. Me gusta mucho el humor y este tipo de comedia. Me gusta el cine que es directo, y en este caso una película de género comedia, con muchos giros, y detalles que se van develando a medida que avanza el relato. Fue muy bueno trabajar así, se formó un buen equipo. Además fue pospandemia, estábamos todos con muchas ganas, en un lugar muy lindo, en Uruguay. En la película se nota esa energía», asegura el actor.
Leyrado tiene una costumbre: siempre trata de pensar en el espectador y este caso no es la excepción, «Son tiempos difíciles, me gustaría que la gente se sienta cómoda viéndola. Me parece que es relajante el ambiente donde transcurre el asunto y creo que la película tiene la capacidad de transmitir eso. Es una historia bien cinéfila, con guiños a estilos como el italiano o el estadounidense, algo que tenía muy claro Luciano desde el primer momento. Tiene pequeñas referencias psicológicas que son la chispa de la gracia. Me gustaría que la gente la pase bien, que se relaje, que se siente a ver qué le ofrecemos sin tantas vueltas. ¿Viste cuando te olvidas del tiempo, cuando te entregás para meterte en la historia queriendo saber qué va pasar en la siguiente escena? Bueno, esta es una de esas películas. No es porque sea mi hijo, pero está muy bien dirigida para que tenga dinámica, para que se entienda lo vincular, y algo que sin develar la trama, nos pasa a todos, no sólo a los actores: uno siempre actúa para que lo quieran. Hay mucho de eso».
Juan Leyrado siempre dijo lo que piensa. Sin rodeos, comenta que su deseo es que a esta película le vaya lo mejor posible para poder hacer muchas más. «La cultura me preocupa. Se tiene que evitar el desastre de no entender qué es la cultura. No se puede privatizar la cultura, porque callás muchas voces. Ayuda a tener memoria, a saber lo que hicimos, lo bueno y lo malo que nos pasó como sociedad. Hace tiempo igual que me preocupa, más allá del avance de la derecha que lamentablemente estamos viendo. Es que no puede ser que sólo sirvamos para apoyar a alguien en elecciones o por momentos. Debería ser una política de Estado de todos los sectores, porque a veces hay pequeños gestos pero después no hay apoyo de fondo, real y duradero. Uno de los grandes errores de este Gobierno es no incentivar más lo cultural. Se hicieron cosas pero falta avanzar más. Pero bueno, si llega alguien que solo mira lo comercial, vamos a estar en verdaderos problemas. El cine y el teatro, la música, son formas de crear identidad, necesitan estar presentes, no son sólo números. Es mucho más. No es sólo para defender una posición ideológica o política. Es parte de lo que hace al pueblo. Siempre doy el ejemplo: aparece un película, Argentina, 1985, va al Oscar, todo fenómeno, pero al mes la misma gente pide un préstamo para hacer otra película y no se lo dan. Siempre se empieza de cero. No hay apoyo continuo. Ahora parece que todo es esporádico, no dura nada. Ganamos el Mundial de fútbol, todos estamos unidos. A los días ya volvemos a arrancar de cero, lo mismo en la pandemia, con la cuarentena. Así es difícil avanzar».
El reconocido actor se refiere a la industria del cine y la televisión para ejemplificar su punto de vista. «En toda hispanoamérica éramos un ejemplo. Acá hay ideas, capacidad operativa, pero nos ponemos palos en la rueda. No se entiende que una película son técnicos, productores, no somos sólo los que actuamos delante de cámara. Hay mucha desocupación y gente valiosa es forzada a dejar una tarea que podría ser rentable. No se entiende. Es tremendo lo que pasa. Por cómo está el cine argentino que funcione una película es casi un milagro. En televisión, hoy no hay una sola producción, o como mucho una. Todos son panelistas. Es un delirio, un peligro», señala.
Para Leyrado todo se ha degradado: «Todo es violencia, la palabra no tiene sentido, cualquiera puede decir cualquier cosa. Es terrible. Hay que bajar el nivel de agresividad en el debate público, creo, y pensar en ideas productivas, sin atacar tanto a los otros». Aunque el futuro siempre es una posibilidad, considera el actor: «Me gusta la autogestión, tengo ganas de seguir involucrándome en proyectos. Terminé de filmar una miniserie, una película y viendo qué pasa de acá en más. A esta altura sigo aprendiendo. Mi compromiso es aprender todos los días un poco más. Me hace gozar lo que hago, como me pasó la primera vez. A veces me gusta más, a veces menos, como a todos. No soy otra cosa más que un actor. Me gusta mucho trabajar. Siempre he tenido el deseo y mi sueño de crear contenidos para esta profesión. Es un camino con momentos de todo tipo, pero la satisfacción de que a la gente le guste algo que uno hizo, es un energizante. No me queda otra que aprovechar eso». «
Oliva
Dirección: Luciano Leyrado. Elenco: Juan Leyrado, Romina Fernandes, Ignacio Toselli y Andrea Frigerio. En cines.
El patriarca y la familia no tan unida
Filmando en una locación cercana a Montevideo, Luciano Leyrado demuestra que es más que el hijo de un actor popular. Junto a Agustín Rolandelli trabajaron en tándem en la edición y montaje, así como en el guión de Oliva, incorporando trucos de la narrativa del cine italiano y de algunas referencias históricas de este formato para lograr una comedia de género.
La trama parece simple pero se complejiza hasta alcanzar un desenlace que el espectador espera pero no imagina. Leyrado padre es el encargado de encarnar a Pascual Del Vecchio, un magnate dueño de una estancia que ha dedicado su vida a lo que ama: los olivos y la producción de los más refinados aceites. Se maneja de una manera particular, casi como un poderoso mafioso y todos a su alrededor, en especial su hijo Miguel –encarnado con gracia por Ignacio Toselli– deben seguirle el juego. Para el patrón todo aquel que se interponga en su camino será castigado bajo los principios de la mafia siciliana, aunque ellos son argentinos. Su hijo y mano derecha, es el responsable de que sus órdenes se lleven a cabo, pero este le presenta a su novia, que al ver ciertos manejos no entiende demasiado. Gina (interpretada por Romina Fernandes) es justamente la encargada de ir tratando de descubrir qué es lo que está pasando. Sobre todo dónde está la madre de su novio –Andrea Frigerio– y qué pasa con el hermano que aparecerá para charlar temas económicos, volviendo intempestivamente de Europa.
Así se desarrolla este film, que despertará alguna reflexión, pero sobre todo sonrisas en los que lo vayan a ver.